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No és un bodegó: Antoni Miró

Josep Lluís Peris Gomez

“No és un bodegó”, “no passaran”, “morter i escudellam”... Por tanto, si no son bodegones, ¿qué pueden ser estas composiciones de objetos cotidianos y caseros, ubicados a la clásica manera de las naturalezas muertas, iconos de un tiempo y un espacio íntimo compartido y perdido en el imaginario colectivo de un pasado más o menos reciente y que, de hecho, transmiten unas atmósferas muy poéticas y al mismo tiempo sugerentes?

No son exactamente bodegones ninguna de las trece imágenes sobre papel, no son pintura en el sentido estricto de la palabra ni de la técnica de ejecución, no son collages... Tampoco se trata de representaciones verosímiles de bodegones porque el artista Antoni Miró no muestra ninguna intencionalidad en la elaboración de una serie de obras que mimetizan los objetos o las figuras propias de un bodegón poético pictórico. En esta ocasión nos presenta el siempre irónico y sorprendente artista alcoyano un auténtico juego de imágenes y de conceptos alrededor del universo referencial de los objetos en reposo, ordenados en posiciones azarosas y designados por la palabra —los títulos de las obras—, en ocasiones provocativos, y al mismo tiempo inocentes o repletos de sutil ironía.

El autor se ha propuesto recrear un conjunto de imágenes, de iconos que se referencian ellos mismos, que son, sin más, elementos reales i al mismo tiempo tópicos o estereotipos al alcance de todo el mundo, objetos presentes en la casa, sobre la mesa de la cocina o en la estantería y en el armario de la cocina, elementos que tradicionalmente ocupan el espacio central de aquello que popularmente y en la historia de la pintura se llaman bodegones. Lo ha hecho introduciendo una visión más bien lúdica i amable, huyendo de una cierta mística o tenebrismo más propio de los ámbitos academicistas o preciosistas asociados a la tradición figurativa del Barroco e, incluso, de la revisión que de esta tradición realizaron las vanguardias, el cubismo o la técnica del collage utilizada por artistas, publicistas o cartelistas del siglo pasado. De esta forma, por una parte, el artista debe elaborar imágenes que el espectador puede reconocer y que le resultan próximas, sin la obligación de recurrir al intelectualismo simbolista y críptico, pero abierto a múltiples interpretaciones estéticas y discursivas. Por otra parte, el artista introduce el elemento designativo y significador que es el título de cada obra, con el que aporta elementos de complicidad y de juegos de especulación entre la obra y el espectador, entre aquello que muestran las imágenes tan conocidas y cuotidianas como son las botellas de vidrio, los morteros, los fruteros de vidrio biselado, los vasos, los platos... y aquello que la imaginación, la ocurrencia o el placer de crear nombres e imágenes repentinas pueden añadir a los potenciales de interpretación y recreación de las propias imágenes reformuladas por el autor.

La manipulación digital de las imágenes es otra característica definitoria de esta serie plástica en total coherencia con la intencionalidad ficcional que en el fondo nutre la base de este nuevo trabajo de Antoni Miró. Cada obra es un ejercicio meta-referencial y ficcional sobre la propia experiencia pictórica, sobre la idea o concepto de bodegón. Ahora bien, en absoluto el artista quiere representar lo que alguien puede entender por bodegón a la manera convencional. El esquema temático, procedimental y de composición que limita y define el prototípico bodegón se transforma en el pincel —en los píxeles— de la mano del artista en un auténtico y personal ejercicio plástico de deconstrucción y de reconstrucción lúdica —cargada de una fina ironía— de las estampas tradicionales de donde emergen la estética identificativa de la pintura de los objetos, de las naturalezas inanimadas, de los bodegones, en definitiva, que son y que se muestran a los ojos del espectador como nuevas estampas anunciadoras de un discurso contemporaneizante, sugeridor de una cultura popular, de unos usos y costumbres que permanecen ocultos en nuestra historia colectiva, en una historia de la privacidad, de las relaciones entre las personas y las cosas, entre las persones y la sabiduría que existe detrás de las cosas usadas por la cultura humana, cosas que son receptáculos, objetos artesanales, contenedores donde se depositan los alimentos, las frutas y verduras, los elementos necesarios para el cultivo del arte culinario, por el arte de la conversación, la tertulia, los brebajes que permiten la manifestación del misterio, de la poesía, de los lazos afectivos... En definitiva, de las cosas que rodean todo este sutil, silencioso y rutinario ritual de las reuniones familiares y de amigos para gozar de los ágapes, del tiempo detenido en el espacio íntimo de la casa, de los riu-rau, bendecidos por la luz de los atardeceres, por la lluvia, por la sombra de los árboles frutales, los jardines... la cocina, el comedor, la casa.

Sólo debemos añadir que en todo este universo de estampas objetuales y de síntesis icónica de la cotidianeidad más íntima y callada que son los “no bodegons”, el artista plástico Antoni Miró ha dejado, como si fuera una huella, un confortante y delicado discurso poético que se vincula enigmáticamente con los textos poéticos de toda una tradición literaria escrita a golpe de versos por poetas tan nuestros como Miguel Hernández, Vicent Andrés Estellés o Miquel Martí i Pol, que han dejado magníficos testimonios evocativos y poéticos de este lugar del espíritu humano manifestado en la magia y en los rituales de les petites coses —las pequeñas cosas— que siempre han rodeado y envuelto la intimidad de las personas y de sus habitáculos: la casa, la cocina, la mesa.