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La pintura de Antoni Miró

Joan Fuster

Hay muchas maneras de “valorar” un trabajo. Y más aún si el trabajo en cuestión puede ser calificado de “arte”, de “literatura”, de “ciencia”... Existe el punto de vista -básico- de los céntimos: del jornal, de los honorarios, o de cómo se quiera decir, que consiste en el hecho de cobrar. Hay también, y quizás por el lado opuesto, el cálculo de los resultados tendencialmente abstractos, que sitúan la “obra” en un escalafón de victorias formales o teóricas: traducible en elogios más o menos circunspectos. Otra posibilidad de criterio y de examen sería la de la “historia”. El artista, el escritor, el científico, en su trabajo -y precisamente porque lo que hacen es trabajar-, juegan un papel concreto y determinante en la vida de una sociedad, o bien acusan las deficiencias o los remordimientos. Ante la pintura de Antoni Miró, yo ahora, descarto las eventualidades iniciales: la del éxito material y la de eficacia estética. No soy un “crítico de arte” capaz de interesarse por las cotizaciones de las galerías ni por el debate académico de los méritos. Pienso, más que nada, en la ejemplaridad de unas proposiciones de principio y en la abnegación personal que implicaba realizarlas. Esto, en el caso de Antoni Miró, no se producía en el vacío cosmopolita, ni en la aventura trashumante: surgía de una circunstancia social irreductible y en ella juega la apuesta decisiva ... Ya no sé si hoy hay una “pintura valenciana”: no se si la pintura, como pintura, admite unos adjetivos” nacionales “. Cuando pensamos en los pintores europeos del Renacimiento, tendemos a puntualizaciones geográficas ilustrativas: “veneciano”, “florentino”, “sienés”. La “escuela” -técnica y rutina- era, entonces, importante. ¿Qué es una “escuela” hoy? La “escuela de París”, ¿no pasa de ser una “ilusión del espíritu” del señor Malraux y “Compañeros mártires”? ... El arte, por ahora, no tiene “patria”, en sus inflexiones de método o de estilo. Sí que tiene, pero en la medida que el propósito del artista se involucra en un combate, en un impulso de sarcasmo, en una voluntad de acción.

Y eso siempre se plantea -cuando se planteadas de una “sociedad” determinada, y en medio de los condicionamientos que esta sociedad provoca. La pintura de Antoni Miró nace del fondo de las más confusas contradicciones de la “sociedad valenciana”. Tiene una virulencia entre irónica y épica. ¿Podía ser de otra manera? Hay muchos pintores valencianos que pintan la nada cercano: un paisaje, una cara, unos objetos. Antoni Miró se arriesga con una temática que ingenuamente -y por mamar hacernos el dicho-, a veces, solemos llamar “universal”. No es “universal” para que figuren los negros, el espectro de la CIA o una escena de Vietnam. Si sólo fuera eso, sería “regionalismo yanqui”: un regionalismo como cualquier otro, y a expensas de los demás, más inmediatos y, por tanto, más dolorosos. Miró más allá: más al fondo. Su decisión plástica responde a secretas expectativas de su gente. El “negro” del lienzo o del grabado “representa”, emblemáticamente, un dolor autóctono. Antoni Miró intenta explicarlo. La gran pasión que emana de su obra es ésta: la de una tentativa de ser él entre sus, y él y sus proyectados en una afirmación absoluta. Que Santa Lucía le conserve la vista...

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