Latidos y pulsiones a la obra de Antoni Miró
Glòria Bosch i Mir
No sé si son bastante acertadas las expresiones «latido» y «pulsión» para reflejar la fuerza comunicativa de las obras de Antoni Miró. Lo que sí sé es que de cada imagen brotan angustias e ironías tajantes producto de una transposición pulsional de elementos. Disponemos de la crónica, el testimonio, pero siempre de acuerdo con una estética «creada», un código de símbolos intercambiables donde percepción-comunicación aparecen siempre provocadas por un alto contenido simbólico. De este modo, como el dominio técnico que las confirma plásticamente.
Si repasamos la producción de Antoni Miró, encontraremos puntos de percepción latentes. Uno de ellos son las manos. Las manos, sobre todo en la serie de «América Negra», tienen una importancia básica a la hora de sugerir situaciones humanas y que se convierten en símbolos de espera, lucha, fuerza, miseria, pérdida, violencia, vínculo, expresión de amor, recuerdo, persecución... Son el poder que esclaviza, pero también el punto donde sentirse esclavizado. Son el gesto —recordemos la litografía de «Allende» del 73— y, así, cuando pinta «A cops» es una mano con el puño cerrado, en primer plano, ampliada hasta casi invadir toda la composición.
Las manos aparecen a menudo para entrecruzar significados y potenciar la fuerza de cada expresión. Sirven para matar no solo físicamente sino culturalmente y, en general, para matar toda la libertad de acción expresiva. Son, por tanto, el instrumento necesario para materializar ideas, del mismo modo que Toni Miró las utiliza para representar una interioridad de forma plástica. Son una fuente de expresión inagotable y donde se verifica un tipo de sincronía entre pensamiento-acción. Es esta dinámica la que confiere el máximo de lecturas a su obra. Lecturas que, en su conjunto, siempre connotan de una manera directa, pulsional, para el receptor que recibe los latidos antes del «mensaje». Si queremos buscar la simbología de la mano, este resultará exhaustivo. Por ejemplo, entre los bereberes y romanos tenía un sentido de protección, de autoridad y fuerza; pero es Schneider uno de los que profundiza más en el tema y las califica como «manifestación corporal interna del estado del ser humano».
En la serie «El dólar» entraron en juego otros elementos, y especialmente el billete estropeado, estrujado, doblado... por el movimiento ligero del papel al arrugarse. Un material tan efímero y volátil que aplasta con su peso las conciencias del mundo. Durante toda la obra de Antoni Miró se entremezclan sensaciones sobre una base comunicativa estable, comprometida, que transpone unos modelos sociales y culturales, que ponen de manifiesto un fondo común de actitudes, unos paradigmas históricos que, mediante la ironía, vemos renovados en las costumbres, pero nos acercan a otros aspectos de involución perpetua.
Las pinturas más recientes refuerzan la elección de modelos del pasado, de los mitos de una historia, con composiciones más cerradas en cuanto a elementos. Transposiciones, en cierto grado metamorfosis, continúan siendo el punto clave de sus «mensajes». Quizá aumenten las dosis de expresión en la reducción equilibrada de elementos, pero el sarcasmo, la ironía, están más elaborados en cuanto a proyección comunicativa —se ve menos el impacto detonador de otras etapas— y, sobre todo, en cuanto a técnica. Puede sacar la cabeza un «Sant Pau» con tijeras, el rey de bastos de la baraja española, algún insecto medio perdido..., y la «Duquesa de Alba» con el avituallamiento de un paquete de cigarrillos, mientras «El conde-Duque» tiene su analogía irónica en un personaje del cómic.
La internacionalidad aplicable a cada idea, siempre con un juego de símbolos que primero acentúan y hieren la retina, pero que, después, una vez superada la primera impresión, escopetean el cerebro y facilitan los mecanismos de reflexión. Reflexión en torno a los dramas de cada día, los problemas de un pueblo o de unos pueblos que prefieren olvidarse del conflicto y cerrarse en el cajón de las etiquetas.
