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La guerra

Emili La Parra

En un ensayo luminoso sobre Toni Miró, publicado en 1989 por el San Telmo Museoa de San Sebastián con el título de Diàlegs, escribió Romà de la Calle: “recurriendo Antoni Miró a muchos mitos de la historia, intensifica, a su manera, su desmitificación para pasar desde la ironía, como catarsis, a la acción crítica como objetivo paralelo e insuperable de la vivencia estética.”

La frase, a mi entender, describe perfectamente una de las facetas de este artista, situado en la línea del realismo social y plenamente comprometido con los problemas y con los logros de su tiempo. De ese compromiso surge su acusado interés por el pasado, porque él sabe muy bien que ese pasado ha conformado la situación actual. De ahí que la historia ocupe un lugar central en la obra de Toni Miró. A ella recurre de forma crítica –unas veces con una fuerte dosis de ironía, otras con auténtica amargura- para cumplir esa función catártica de la que habla el crítico citado. De modo que el espectador de las creaciones plásticas de Toni Miró nunca permanece neutral, a pesar de que generalmente el artista utiliza imágenes bien conocidas por todos, pues han sido reproducidas con frecuencia en multitud de medios. Toni las reinterpreta y muestra en nuevos contextos sumamente sugerentes, producto de su permanente interés por la experimentación estética.

En esta exposición del MUA son varias las obras que aluden a un fenómeno constante en el tiempo, que ha condicionado a todas las sociedades. Me refiero a la guerra. De esas obras, tres me han llamado especialmente la atención. Llevan los siguientes títulos: Vietnam, Record d’Hiroshima y Ciutat sense sortida (esta última muestra la entrada al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau desde dentro, un punto de vista poco usual). Las tres aluden a experiencias que han marcado intensamente la segunda mitad del siglo XX. Auschwitz, Hiroshima y Vietnam son nombres genéricos utilizados para designar el exterminio de seres humanos en campos de concentración, la muerte masiva e indiscriminada causada por los bombardeos atómicos y las guerras imperialistas de nuestro tiempo. Los tres casos plantean el problema del mal en la cultura contemporánea y son utilizados asimismo como referentes de la represión política, las torturas, los funestos efectos de las dictaduras, la opresión de los poderosos sobre los débiles… y otros efectos de la guerra, como el hambre y la utilización de los niños como soldados en las sociedades que sufren esta maldición en todos los continentes, especialmente en África, asunto al que se refieren otros cuadros de esta Exposición.

Auschwitz, Hiroshima y Vietnam son fundamentalmente experiencias ilustrativas de la guerra total contemporánea. El concepto “guerra total” no nació en el siglo XX, pero durante esa centuria, y especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, adquirió un nuevo significado. Desde entonces, por “guerra total” no solo se entiende la implicación de toda la población de los países beligerantes en el esfuerzo bélico, sino ante todo un desplazamiento del centro de gravedad de los objetivos de la guerra: la actividad bélica ya no se centra en la destrucción del ejército enemigo, sino en el exterminio y la inmovilización mediante el terror de la población civil. En una guerra como la de 1939-1945, en la que no tardó en quedar patente que la ganaría el bando que dispusiera del suficiente potencial demográfico y capacidad productiva para mantener el complejo aparato militar y paliar al instante la enorme destrucción causada por el nuevo armamento, era fundamental minar la capacidad de resistencia de la población civil. Por tanto, pasaron al primer plano los bombardeos de ciudades, sin discriminar los objetivos, y la represión masiva de la población, aparte de otros elementos, como los propagandísticos y los sistemas de coacción de distinta índole. El bombardeo de Guernica, también presente en esta exposición, fue, como es bien sabido, un ensayo en este sentido. Pero la realidad, o si se prefiere, la evolución de los mecanismos utilizados, sobrepasaron con mucho las previsiones y abocaron a resultados inusitados

Auschwitz es la primera referencia de esta nueva situación. Su nombre simboliza el genocidio y la deshumanización de la población sometida a una dictadura, como reflejó dramáticamente Primo Levi en su relato: Si esto es un hombre. Pero conviene tener en cuenta, al hilo de las investigaciones actuales, que esta operación no puede quedar reducida a un grupo muy concreto, sobre el que se haga recaer toda la responsabilidad para eximir de ella a otros. El genocidio nazi no fue obra únicamente de los integrantes de las SS, aunque éstos fueron sus protagonistas principales y sus más vesánicos ejecutores. En él participaron asimismo y entre otros los aparatos gubernamentales de propaganda dirigidos por Goebbels, los jefes de ferrocarriles destinados al transporte de prisioneros y deportados, médicos y científicos encargados de vigilar la pureza de la raza, funcionarios del ministerio nazi de Asuntos Exteriores, los gobiernos y el aparato policial de los países satélites del Tercer Reich y el propio ejército alemán, la Wehrmacht. La denuncia de Auschwitz, pues, adquiere una dimensión universal.

Hiroshima evoca la destrucción en condiciones físicas horrorosas de miles de seres humanos, niños y ancianos entre ellos. La obtención inmediata de la rendición del enemigo fue la razón principal del gobierno de Truman para ordenar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, pero los estudios actuales no se limitan a este argumento. Ponen de relieve que también intervino el deseo de experimentar el poder destructivo de la bomba atómica (así como justificar los elevadísimos gastos ocasionados en su fabricación) y la pretensión de manifestar la preeminencia de Estados Unidos, no solo ante Japón, para disuadirlo de una actuación como la que este país inició en Pearl Harbor, sino también ante el resto de las potencias mundiales.

Vietnam, en cierto modo continuador del objetivo señalado, simboliza la guerra imperialista contrarrevolucionaria desarrollada en Asia y, mediante múltiples formatos, en varias regiones de América Latina. Una guerra destinada a asegurar el control norteamericano e impedir el triunfo de procesos revolucionarios que en el marco de la Guerra Fría fueron entendidos como amenazas a los intereses económicos y geoestratégicos de Estados Unidos. Pero Vietnam simboliza, asimismo, la capacidad de resistencia de la población civil a través de la lucha guerrillera cuando está convencida de la justicia de su causa. Es decir, tiene un efecto liberador, como perfectamente entendió el Che Guevara -asimismo presente en esta exposición en dos magní- ficas obras- cuando lanzó la propuesta de crear “uno, dos, muchos Vietnams” para luchar contra la desigualdad social.

Auschwitz, Hiroshima y Vietnam representan la guerra total de nuestro tiempo que sin solución de continuidad se propaga por todo el planeta con intensidad variable y en espacios más o menos extensos. Un tipo de guerra protagonizado, como ha escrito el historiador Gabriele Ranzato, por hombres que a menudo no están necesariamente motivados por una ideología, sino fundamentalmente dispuestos a emplear todos los medios disponibles –incluso los nunca imaginables y los que causan repulsión a quienes los utilizan- para vencer o debilitar al enemigo. Y ese enemigo es un ser humano. El cuadro de Toni Miró titulado Repartidor de misèria (2006), con la imagen de un jeep militar conducido por un soldado, lo expresa elocuentemente. Miseria material, física, pero también metafísica, porque la guerra de nuestro tiempo es una guerra total, cuya principal consecuencia es la deshumanización.

En la línea crítica y liberadora que caracteriza las creaciones plásticas de Toni Miró, tal vez no sea inútil, para finalizar este comentario, recordar el poema que abre el libro de Primo Levi: Si esto es un hombre (recurro de nuevo a este texto porque me parece el testimonio más elocuente y desgarrador de la deshumanización causada por la guerra de nuestro tiempo):

“Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas.
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.”

ANTONI MIRÓ, HISTÒRIES (DE LA NOSTRA HISTÒRIA)

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