Antoni Miró: arte y compromiso solidario
Armand Alberola
Vaya por delante que estas líneas no están escritas –tampoco quieren estarlo– desde la perspectiva del crítico de arte al uso; entre otros motivos porque estimo que no estoy suficientemente cualificado para ello. Sin embargo la contemplación del conjunto de la obra de Antoni Miró –ese “solitari far que aguaita nit, molt a migjorn del nostre país rar”, tal y como lo definiera Salvador Espriu– sugiere tantas cosas que uno no puede permanecer impasible. Y la exposición antológica que el Museo de la Universidad de Alicante dedica al artista alcoyano sirve de excelente excusa para permitirme poner de relieve lo que, desde mi punto de vista, constituye un ejemplo paradigmático de trayectoria intrínsecamente vinculada a la realidad sociopolítica de un país y de unas gentes en unos momentos de la Historia en los que no resultaba fácil tomar determinadas decisiones y manifestar, sin ambages, actitudes bien concretas y arriesgadas.
Antoni Miró es de ese tipo de personas que, a lo largo de su vida, ha sabido combinar su indudable valía como pintor, grabador o escultor con sobradas muestras de compromiso. A estas alturas no voy a descubrir lo que Miró -el “home que pinta”– ha representado y representa para la cultura, en el sentido más amplio del término, de estas tierras del País Valenciano y, por extensión, de las del resto del estado español y del mundo en general. Hace unos años, cuando Antoni (Toni) Miró cumplió sesenta escribí cuánto admiraba –y por qué no decirlo: envidiaba– a quienes, como el artista que vive y trabaja en el Mas Sopalmo, son capaces de trasladar al lienzo, a la tabla, al cartón, a cualquier superficie, imágenes, colores y sentimientos que, rápidamente, nos a mueven a la contemplación gozosa de lo bello, a emocionarnos ante el mensaje que encierran, a hacernos partícipes de una reflexión profunda o a involucrarnos en la rebelión incruenta que propugnan. La contemplación de muchas de las obras de Miró me ha conducido a esos destinos.
Que un Museo Universitario –no existen muchos en el país como el de la Universidad de Alicante– acoja una muestra antológica de un artista inconformista, comprometido y reconocido como Antoni Miró constituye buena prueba de que, por suerte, hay ciertas cosas que empiezan a cambiar –otras, no– en el complejo y, a veces, inextricable ámbito académico en el que, en más ocasiones de las necesarias y recomendables, lo “culto” llega a adoptar ropajes incomprensibles, disfraces innecesarios que parecen reclamar rituales de iniciación para los no adeptos. Y sin embargo, existen personas que en otros ámbitos –en la sociedad civil, en “la calle”– son capaces de transmitir valores, enseñanzas, educación, cultura a través de su arte. No está de más que la universidad los recupere, los adopte, los atraiga hacia sí y les ceda espacios y protagonismo para que su obra pueda ser contemplada, analizada, absorbida, reconocida, valorada y enraizada en sus esencias. Esto es, desde mi punto de vista, lo que ocurre en esta ocasión con Antoni Miró. Porque ese joven que, a mediados de los años sesenta del siglo pasado, anotó con decisión en su diario que “volia ser pintor” es a día de hoy un hombre consagrado que alcanzó, hace ya mucho tiempo, aquella meta que se marcó en su lejana adolescencia. No sin esfuerzo, como prueban las horas y leguas mironianas transcurridas y transitadas por los variados recovecos que el arte ofrece a quienes, como él, están dotados de ese don particular y mágico que les permite convertirse en dueños de la capacidad de generar belleza y transmitir emociones y sentimientos.
Resulta un tanto retórico aducir que, tras una trayectoria tan dilatada, el lenguaje plástico de Antoni Miró ha ido evolucionando; aunque en mi opinión hay ciertos aspectos que, a modo de claves identificativas, han permanecido incólumes en su obra, impregnándola y haciéndola reconocible: su mediterraneidad, la defensa de una opción cultural y nacional así como la fuerte carga de crítica social, de denuncia y rebeldía. Yo sigo viendo vivos los trazos del realismo social militante nacidos en años de beligerancia en el seno del Grup Alcoiart o del Grupo Denunzia en las obras –y no sólo en las más “antiguas”– que se exponen en la Antológica del MUA, su oposición frontal a los totalitarismos, a la opresión, a la intolerancia, al racismo, a la manipulación, a la violación de los derechos humanos, a la guerra…
El tiempo transcurrido no le ha hecho retroceder un ápice en sus principios, en su compromiso. Al contrario, le ha permitido decantar su lenguaje expresivo y su capacidad de comunicación. Su aspecto externo apenas si ha cambiado. Mantiene ese aire profesoral que me impactó cuando le conocí: sobrio, sencillo, discreto, de hablar pausado y sosegado en la expresión, sin estridencias pero firme en sus convicciones. Por eso no me cuesta en absoluto imaginármelo, con su largos cabellos blancos destacando sobre sus ropas impenitentemente negras, impartiendo alguna clase de Historia en las aulas universitarias, aunque sé que no le gusta hablar en público, desgranando la significación de sus series “Amèrica negra”, “L’Home avui”, “El dòlar” en sus diferentes interpretaciones (el imperialismo americano, la tragedia chilena tras el golpe de Pinochet o nuestra historia más próxima como país), “Pinteu pintura”, “Vivace” o su más reciente “Viatge” a las raíces griegas de su mediterraneidad con las que, además, se identifica plenamente autorretratándose ocasionalmente en los lienzos y haciendo un guiño a un pasado bien presente en su arte o forjando en metal retazos de aquella realidad lejana exhumados de las viejas cráteras para que el sol, la lluvia o el viento los envuelvan e inmortalicen.
Confieso que siempre me ha gustado especialmente la serie “Pinteu pintura”; quizá porque soy historiador. Y he llegado a pensar que, utilizando alguno de sus cuadros o esculturas, podía enriquecer visualmente mis clases y ofrecer a mis alumnos una visión un tanto insólita del conde-duque de Olivares, de Carlos III el rey cazador –sobre todo– y reformista -”malgré lui”-, de Velázquez y sus meninas, de la rendición de Breda en forma de “llances imperials”, de la recreación de Goya y sus obras… Pero la actualidad y la historia de un país también desfilan ante nuestros ojos gracias al trabajo, metó- dico y minucioso, del artista del Sopalmo. Y esta muestra antológica recoge una galería de personajes que han marcado el devenir sociocultural de estas tierras (Pau Casals, Joan Coromines, Ovidi Montllor o Joan Fuster), la resistencia contra la perenne desigualdad –véanse sus captaires–, su particular homenaje a Picasso, Bacon o Leonardo da Vinci, su grito contra el padecimiento de las gentes sea cual sea su nacionalidad y credo, su rechazo frontal a la guerra o su visión –siempre crítica y premonitoria de algunas realidades: ahí queda, por si hubiera alguna duda, su denuncia sobre las corridas de toros– de hechos y situaciones que nos han marcado.
En este mismo año 2010 he dejado escrito en la introducción de mi último libro que la universidad, como institución cultivadora y transmisora de saberes universales, estaba en deuda con quienes desde ámbitos ajenos a ella habían contribuido a construir un espacio en el que las gentes de la calle pudieran adquirir esas herramientas fundamentales que contribuyen a hacernos libres que constituyen la cultura y la educación. En aquel texto me refería a Raimon, el poeta y cantante de Xàtiva que tanto ha hecho para que la obra de los autores clásicos en lengua catalana llegara a todos los rincones de un país complejo y, en ocasiones, perplejo. En el plazo de un año, Raimon recibirá el reconocimiento de la Universidad de Alicante, que le ha otorgado el Doctorado “Honoris Causa” por sus contribuciones decisivas efectuadas “desde fuera” pero con una eficacia y dignidad dignas de encomio. Porque los tiempos no eran fáciles. Antoni Miró, buen amigo de éste y de la totalidad de referentes socioculturales que han contribuido a la construcción y mantenimiento de las señas de identidad de estas tierras, también ha recorrido un camino similar portando su arte por bandera y contribuyendo, con su proverbial generosidad, a que ningún proyecto cultural quedara sin su ayuda no importándole jamás el lugar ni las circunstancias en las que fuera requerido. Miró ha pintado, grabado o esculpido nuestra Historia, la de todos, la más lejana y la más actual y ha dejado su sello en aquellas instituciones que tuvieron la suerte de contar con su colaboración. Y lo ha hecho desde sus profundas convicciones, desde el más puro activismo sociopolítico, combatiendo con las armas más bellas que el ser humano puede emplear, con trabajo metódico y paciente, y sin renunciar jamás a que su voz plástica –la otra procura que permanezca siempre en un plano muy secundario– alcanzara todos los rincones de la sensibilidad de los demás despertando sentimientos ocultos y contribuyendo a que, en tiempos nada fáciles, el país recuperara identidad y fuera poco a poco despertando. No hace falta decir que la obra de Miró se antoja, a día de hoy, tan necesaria como antaño. Y no dudo de que él mismo es consciente de ello y de que persistirá en su empeño regalándonos en forma de arte su compromiso total. Como siempre ha hecho.
Esta exposición antológica que sólo puede recoger una selección de su amplia y generosa labor convierte al artista del Mas Sopalmo en un miembro más de esta comunidad universitaria que le rinde homenaje y confirma lo que, a todas luces, resulta una evidencia: que tarde o temprano el reconocimiento llega a quien lo merece. Y sin género de duda este el caso de Antoni Miró.