Semblanza de Antoni Miró, un pintor humanista
Adrià Miró
Creo que podemos considerar que el Hombre -así, con mayúscula- constituye el еje y el centro de gravitación de toda la obra de este pintor mediterráneo, inconformista y fraterno que es Antoni Miró, el Hombre "como medida de todas las cosas" como consignaban los humanistas del Renacimiento italiano de los siglos XV y XVI, el Hombre ante la naturaleza (ecología o desnaturalización) o ante la historia (meditación o sarcasmo), el Hombre como realidad y como proyecto, el hombre en su carne y sensualidad o en su espiritualidad creativa, el hombre de la soberbia y la tiranía o el hombre explotado por el hombre, el hombre universal (hablando aquí en concreto y en minúscula del artista Miró, ya que se han hecho exposiciones suyas para todo el planeta) o el hombre profundamente arraigado en su nación natural ("yo pienso y pinto en catalán", confesó una vez)... A través de este artista humanista, los dos verbos "humanizar" (solidaridad, equidad, indulgente ironía) y "deshumanizar" (opresión, injusticia, sufrimiento) se darán como una antítesis constante o como una paradoja.
Aunque lo humano o lo inhumano, como detonante, sea el hilo de Ariadna que nos conduce a través del mundo de Antoni Miró, penetrar en él es acceder a todo un múltiple museo, con su pluralidad de épocas y estilos. Esto resulta evidente si recorremos las distintas estancias, más bien salas de arte, del Mas del Sopalmo, en las proximidades de Alcoy, esta solitaria mansión que representa su raíz de vida y de trabajo, punto de irradiación de su pintura por el mundo y verdadera casa museo donde se exponen las muestras más representativas de su incansable caminata por el arte.
Autodidacta intuitivo, la vocación le vino muy primeramente: naturalezas muertas, paisajes, retratos, con un poco de Cezanne o de Vázquez Díaz. Alguna escapada a la pintura abstracta le llevó al convencimiento de que su línea era la del realismo, el figurativo, un realismo más o menos expresionista o más o menos minucioso y fotográfico, según las épocas. A partir de 1964 y con una concienciación profunda de la función social que puede ocupar el arte, vienen las "series", unas obras cuyo vínculo viene dado por el título general. Cada serie ofrece, pues, una cohesión, un denominador común, una emoción homogénea: Les nues, El hambre, Los locos... pero en todas ellas se muestra una incisiva preocupación por el hombre en su miseria o en su marginación. Por estos años funda Alcoiart con un grupo de pintores de su ciudad natal. Es un colectivo de artistas paralelo a otros de la misma índole surgidos con carácter de lucha y reivindicación. Vivía España los tiempos más difíciles de la dictadura franquista. Esta época, además, viene marcada estilísticamente por el expresionismo más enérgico, con gran agresividad en los tonos, amplios trazos gestuales y el más revelador contraste plástico. Sacar de la realidad su esencia fundamental y dar intensidad dramática a un mundo de decrepitud y miseria humanas. Resulta una pintura muy visceral, irreverente, espontánea y rebelde, un grito del alma.
A partir de finales de los años 60, Antoni Miró, provisto de una mentalidad muy contemporánea y con una clara intencionalidad sociológica, pone su principal énfasis en la denuncia y la protesta de signo político evidente. Son los tiempos del "mayo del 68" en París, de la liberación sexual, de la importancia de la ecología y la reacción antinuclear, del antibelicismo, de la objeción de conciencia, de la estructuración de ciertas minorías (homosexuales, negros, emigrantes...). Hay una nueva concienciación en las mentes. La cultura empieza a vivir con un señalado acento social. En las series Vietnam, Amèrica negra, L’home avui y El dòlar Miró se expresa con un ostensible hiperrealismo, mucho arte pop, pero, a diferencia de la escuela americana (Warhol, Wesselman y otros), no cae en la frialdad y despersonalización del arte comercial o las imágenes del consumismo de masas, sino que busca tratar la verdad humana (el Hombre antes del objeto) en el más desgarrado de la marginación o, al contrario, en la prepotencia de los poderosos y los imperialistas. Por otra parte, es evidente que debe al arte pop la utilización de colores simples, vivos, desafiantes. En realidad, esta vuelta a la figuración no tiene más explicación que el rechazo de la vanguardia tradicional de la generación anterior, simbolizada por la "pintura abstracta", por la divisa del "arte por el arte" y no el arte para al hombre. Miró resalta la confluencia de los dos: el arte y el hombre.
Un nuevo lenguaje pictórico adopta nuestro pintor en Pinteu pintura, hacia el año 79 y principio del 80. Se trata de manipular el contenido de ciertas pinturas clásicas (Las meninas, Las lanzas, El conde-duque Olivares, Inocencio X, Carlos III, obras del Bosco, Durero, Dalí, Picasso...) y darles una sorprendente actualización, añadir un nuevo valor simbólico que no está exento de ironía, de sarcasmo a veces y siempre de moderna ideología. El motor de esta transmutación es el "equívoco", basado frecuentemente en una insidiosa y fina causticidad. Es una lectura nueva del ayer artístico con una cruel o burlona realidad del hoy político, social o costumbrista. Para esta modalidad ha recurrido a menudo al fotomontaje y el "collage".
En el período de entre milenios sus obras adquieren una significativa conciencia ecológica. Es la época de la serie titulada Vivace. El artista se enfrenta valientemente con una naturaleza desnaturalizada, atropellada constantemente por el hombre, por el detritus urbano, por una técnica devastadora. Esta época es también la de la Suite eròtica, basada en la decoración de los vasos cerámicos de la antigüedad grecorromana donde los elementos lúdicos y vitalistas van más allá de los conceptos morales al uso.
Esta muestra de París representa el momento más actual de la rica y variadísima producción de Antoni Miró. Basada principalmente en el tema de "La ciudad y el museo", constituye una reflexión sobre la arquitectura como parte de la sociedad. El hombre en la sociedad y la arquitectura en la ciudad forman como un todo, con sus cualidades físicas y morales y su potencialidad para la modernidad. Las ciudades y los ciudadanos están hechos para la vida. Aquí se encuentra el dorso y el reverso de la moneda que Miró nos presenta: lo marginal y lo injusto que significa el mendigo, que no tiene vivienda, el músico indigente... La ciudad es para el hombre, para todos los hombres. Y también para que la habite la luz, el aire que respiramos, las nuevas geometrías tan mágicamente imaginadas. A Antoni Miró le fascina la ciudad como problemática de arte y originalidad. ¿Se puede inventar la arquitectura en cada edificio? Y, dentro de la ciudad, son los nuevos museos los que pueden y deben mejorar la vida de sus personas: el MACBA de Barcelona, la Tate Modern de Londres, el Guggenheim de Bilbao, el Gulbenkian de Lisboa, el IVAM de Valencia ... Los museos están muy lejos de ser estos "cementerios de arte" que vilipendia Marinetti. Se revelan como máximas obras de arte para albergar el arte. Sus cualidades arquitectónicas externas se corresponden, en general, con la riqueza artística del interior. Esta es, al menos, la visión que de la ciudad y el museo revive y alienta en la pintura de Antoni Miró.