Sobre el helenismo de Antoni Miró
VM Vidal i Vidal
Antoni Miró tiene por norma proponernos una pintura siempre facetada según la más inesperada angulación; no obstante siempre se refiere a la pintura misma, y en el oficio de pintor y escultor; por lo tanto no debe extrañarnos esta hornada de pintura que nos habla de una tarea y un oficio que le es amado como no podía ser de otra manera.
Las pinturas que nos ofrece mantienen el apoyo de una crónica que a la manera de Pausanias nos habla de la Hélade, nos habla de Adrià del emperador romano, nos habla de los escultores como Fidias, de los arquitectos como Ictinos; los intérpretes de la forma como Calímaco que traduce la visión de una planta de acanto alrededor de una cesta a un capitel corintio transformando la fragilidad de la imagen en una forma que atraviesa el tiempo y pasa en la actualidad a los lienzos de Miró.
Fundidos en bronce, rescatados sus objetos, expuestos a museos y trasladados a los lienzos de Miró que nos hacen pensar en oficios avanzados los inventos y las aportaciones de los que periódicamente se abandonaban y volvían a ser reinventados en el transcurso de dos milenios.
La fascinación por la idea platónica de belleza lleva a Miró a redibujar la figura que la escultura griega mostraba en su empeño de hacer valer la perfección de los cuerpos incluso con esa ausencia de mirada que en las máscaras africanas se incluye como un enigma que se traslada a nuestra cultura contemporánea.
La búsqueda de la perfección del cuerpo nos lleva a recordar los poemas anónimos que alaban la elegancia del perfil, la finura de la cintura, la belleza del rostro pero unos pies feos dejan en suspenso el canon como una mácula de la imperfección no asumible en una cultura como la griega, donde cada parte es representativa del todo.
Como un Pausanias moderno Antoni Miró nos induce con sus citas dibujadas a girar la mirada hacia las obras de Ictinos, donde su Partenón emerge entra la niebla del pasado y aporta una idea nacional de dos milenios después de su construcción.
Así se rememora mediante su imagen la épica de los enfrentamientos entre Turquía y Grecia cuando se reclamaban el territorio nacional, pues según la historia narrada, cuando los turcos desmontaban el Partenón para utilizar el plomo de las uniones entre sus sillares, para convertirse en proyectiles, los griegos les ofrecieron proyectiles fabricados por preservar el Partenón, ya que sabían que la idea de nación que era capaz de irradiar la acrópolis era imprescindible para alcanzar su independencia.
Luces y sombras se desprenden de la colección de pintura, escultura y grabado que Miró ofrece traduciendo a través de su léxico personal los antiguos textos, pero su búsqueda no se ciñe sólo al territorio nacional; mujeres en rememorar la Victoria de Samotracia que está depositada en el Louvre, reconoce una condición helénica en la Europa que bebió esa cultura y la adoptó como signo que avalaba a través del pasado, la puesta al día de un presente. Así Roma se apropió de la iconografía griega, y así los imperios europeos se vistieron a su vez de Roma como una cadena de hechos que convenimos en llamar historia.