Pompis de Mavi
«La vida es una sonrisa; el amor es un rayo fecundo»
Gabriele D'Annunzio
La “Suite Havana” de Antoni Miró está llena de sonrisas. Sí, de la amorosa gracia de los cuerpos que inundan la propuesta general. Queda en pie la alegría del vivir placentero, y tan empapado por la sal del mar, pero también de la vida. El erotismo que inunda la mirada del espectador, pero que vive inscrito en la mirada de sus protagonistas. La libertad del cuerpo desnudo, o medio desnudo, que lucha por triunfar en su batalla contra la calma de la orilla de una playa de sensaciones cálidas, y bajo la bóveda de la noche mirífica. Son los cuerpos de las canciones melancólicas, son el azúcar y la sal de la existencia, con el resplandor sutil de la inocencia, todavía.
Y la erótica se eleva saltarina como si fuese una guirnalda, y se funde con las mayúsculas del deseo que no merma nunca. Tal es el poder de la vida, el preciso tentáculo de la pasión que todo lo conforma, el abrazo entusiasmado al faro que ilumina buena parte de nuestra presencia en la tierra. La de todos. Porque no hay remedio. Porque son de ley el deseo y sus consecuencias. Es formidable la pasión en días y noches sin término. De capital importancia el gusto generoso por la carne cuando se ofrece intacta en cada instante de elementales litigios. La pasión!
Y Mavi, que no tiene pudor..., ¿para qué?, se insinúa mediante el encaje de unas braguitas muy ceñidas a su cuerpo. La ropa manifiesta la tendencia a perderse entre las nalgas de su escultural anatomía, y recrece la voluptuosidad cuando la mirada se inscribe, también sin pudor, en el seno melifluo de su encarnadura. Y se abren mundos, porque se abren caminos de incierta discrecionalidad.
La pintura de Antoni Miró, tan singular, optimiza cada intento de profundizar en la magia de los momentos mágicos. Y lo sabe. Sabe que nos lo miramos como es debido. Conoce nuestro trasfondo determinante y determinado. Hurga en la herida que se nos abre, como se evidencia el interior de un pastel gozoso. Auspicia el cerco de nuestra mirada con la química del conocimiento de las cosas de este mundo, sin malicia, pero tampoco con la virtud de los que nunca se suben al carro de la realidad. ¡Hay que subir a la noria de las atracciones en la feria de los sentidos! Hay que mirar y mirar, y quizás volver a mirar, todo, para comprender, y lograr después, una pizca de felicidad. El estado de armonía que nos es tan necesario para pasar por la vida no de puntillas, sí, claro está, bebiendo los licores que el hada universal nos sirve con vasos de cristal tallado. Porque todo esto es un lujo. O una experiencia llena de matices, donde la sensualidad nunca se inhibe, pues abraza la materia cordial de los sentimientos.
«Treballaré el teu cos com treballa la terra el llaurador del meu poble: amb amor i força...», nos dice Raimon. Una bella metáfora donde habita, por encima de cualquier otra consideración posible, la voluntad de amar con afecto, intensidad y respeto. Una especie de preludio, donde la fecundidad del amor físico, anuncia la sustancia del querer fantástico. Y Mavi, en la obra de Antoni Miró, provoca la voluntad del amor, la fuerza de la tierra en la esbeltez turgente de su carne. Y vale la pena mirarla así, casi anónima, para que en cualquier situación similar, sin nombres: ni pretéritos ni futuros, se eleve un paradigma que ilustre la voluntad de universalizar los cánones del amor físico, y sin umbrías custodias miserables.
Con esta subserie, “Suite Havana”, el artista Antoni Miró se mueve cómodamente entre los aromas del Caribe caliente, casi místico, de la capital cubana. Nos presenta en esta obra, “Pompis de Mavi”, de 2016, y realizada en acrílico sobre lienzo, con medidas de 116x116 cm., una realidad que no es ajena al vivir esperanzado. El aire libre de la noche fragante (quizá esto sea una imagen idílica, tan sólo), también caliginosa y salobre, se funde a través de los poros de los desnudos frondosos. La vida, y sólo la vida, es la gran conquista en esta serie de Antoni Miró. Naturaleza, existencia plena, deseo emancipado, vocación de abrazar la eternidad (si es que el amor es una especie de muerte y de totalidad en el mismo instante de disfrutar del momento de la locura), vehemencia en las cláusulas del destino común, potencia y fuerza de los sentimientos humanos..., todo, absolutamente todo, se inscribe en la metáfora que el artista generosamente nos otorga.
Y nosotros, como el pintor también lo lleva a cabo, nunca queremos dejar de mirar la vida. La fortuna de la existencia plena, en compañía de las fuerzas telúricas de la pasión y de la vocación por una mirada alegre y bien interesada. Porque el tiempo pasa (sic vita traditur), y todo lo hiere de muerte la miserable hoja del almanaque en su discurso temporal: insistente, silencioso, pero constante. Y Mavi nos recuerda la ternura, los cromos que tanto y tanto hemos ojeado a hurtadillas, en la clandestinidad, adolescentes aún, y también nos rememora la dulzura de la necesidad y de la gracia del placer en la intimidad un tanto desconsolada. Mavi es vida y, la braguita de encaje, pura necesidad, o el kilómetro cero de tantas imágenes y de tantos recuerdos que, desde siempre, nos han acompañado. ¿Y por qué no el mundo? Hay que mirar, mirar, y volver a mirar: «Cuando algo consigue todavía/cuando alguien consigue/que vuelva la cabeza,/celebro fugazmente/cada contemplación,/porque sé que a partir/del año cuadragésimo de la vida/los ojos del asceta/apenas miran ya las cosas de este mundo./» nos argumenta en este sentido, el de aprovechar el tiempo que nos toca vivir, Juan Antonio González-Iglesias, en su obra Eros es más, en la colección Visor de Poesía, Madrid 2007, p. 39. Hay que mirar para entender que el universo rueda sin parar, y que en cada cangilón de la noria se encuentra el agua indispensable para reparar la sed.
Y la creación, mediante la creatividad que cada día se incorpora a los tejidos de la labor, irrumpe rompiendo la cáscara que esconde todas las cosas, demasiadas cosas. El arte ahuyenta a los monstruos ahíto de carencias y de fragilidades. El pulso firme del pintor sirve el licor de los colores e irrumpe en la tabla con mil desasosiegos llamativos: comportamientos atrevidos, libertad de los cuerpos insolentes, sexos risueños, voluntad de transgresión, formulaciones de la cultura de todos los tiempos, ángeles y demonios en pelea permanente, exquisita creación sin límites ni fronteras, al fin: «...siempre que hay alegría hay creación, mientras más rica es la creación, más profunda la alegría», asegura Henri Bergson, y estamos muy de acuerdo con el filósofo francés cuando así se pronuncia. Pues, como en el caso que nos ocupa, la “Mavi” de Antoni Miró, la alegría forma parte del conjunto de la propuesta. La admiración por el cuerpo casi desnudo de la protagonista y el respeto por la voluntad de un vivir emancipado de prejuicios y de baldíos siniestros. Quizá la fiebre del Caribe se insinúa en los ojos contemplativos de cada uno de nosotros, o puede que la melodía de un baile afrocubano interactúe en nuestro último sentido ya liberado. Es, al menos, la fuerza de la pintura. Es, seguro, la fuerza del arte en las manos del pintor Antoni Miró.
Josep Sou