Juliet
«La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida»
M. Bakunin
Es una señal inequívoca de laxitud, de descanso y de armonía. Juliet se ha tendido sobre la cama tras el consuelo de las horas calientes, y con la amable aspiración de que el sueño ampare todos los extremos de su ser. Un brazo caído sobre el cuerpo desnudo y la mano acariciando el muslo turgente. Asimismo, la brisa sube desde la orilla de la playa y una aroma de algas verdes irrumpe en el mestizo espacio de la habitación. La calidez del instante rehuye la prisa y la balsámica realidad procura la salud regalada de la noche que, ya, todo lo inunda.
Las noches en La Habana son como un campo sin arar, cuando muestran la fantasía que vive bajo la tierra áspera del cañaveral. Primero la dureza informe del campo, tras la sutil eclosión de un estallido al paso de la reja que sigue ciegamente la madera del viejo arado. Es, al menos, el imperio de los sentidos, la fugacidad del disfrute que sólo dura un momento, aunque todo lo presida la gloria eterna de estrellas rutilantes. Pellizco y emoción en el tormento de la muerte que nunca llega, y cuando lo hace, ¡ay! se siente en las sienes el latido del corazón, que va y viene sin parar. Así son las noches en La Habana. Pero hay más aún. Mucho más. Todo depende de la voluntad de transitar por las anchas avenidas, o de pasear por la sombra escasa que proyectan los viejos y enjutos faroles. Todo vive cuando la quemazón del sexo atrtaviesa la conciencia. La realidad, sin embargo, se revuelve con el cándido beneficio de las horas, o tal vez de los días que alientan bajo la isla protectora de una sábana almidonada.
Antoni Miró ha pintado ex semper el cuerpo desnudo de la mujer. Y lo ha hecho para manifestar la imperturbable condición de libertad. Es una constante en el mundo del arte esta práctica pictórica. Es una manera gozosa de mostrar la belleza sin la atrabiliaria necesidad de la ropa que, como un cuidadoso descuido desmayado, cayó a los pies de la modelo. El artista Antoni Miró en su “Juliet”, obra fechada en 2017, y construida en acrílico y metal sobre lienzo, tiene unas medidas de 114x162 cm., y que pertenece a su “Suite Havana”, muestra bastantes cosas más que un desnudo sin rostro sobre una cama en posición de descanso. Lo que más ha captado nuestra atención de esta propuesta, ha sido la presencia, por debajo del vientre de la modelo Juliet, de las heridas de una guerra de maternidad. Sí, la línea delgada que marca el origen de una vida, mediante el acto quirúrgico de una cesárea, está presente en el vientre de la modelo. También el juego que supone la presencia de un cordoncillo que sale del ombligo de la mujer, insinúa la voluntad de servir la realidad con detalles que no son tan propios de las propuestas de este género. Por el contrario, el sexo rasurado y los pechos desnudos mirando el cielo de la habitación, ahondan la sensualidad que permanece en el cuerpo de la modelo Juliet.
Si como decía Bakunin, la diversidad es la vida, así esta obra de Antoni Miró responde a la necesidad de arbolar las velas de un nuevo barco. Es decir, hacer posible, desde el talento, la admiración por el cuerpo desnudo de una modelo, al tiempo que se estima la diversidad que significa presentar aspectos singulares, y alejados de la práctica erótica. Una especie de misterio, o un valioso secreto. Todo es parte de la vida y para la vida: «Vita hominum altos recessus magnasque latebras habet.» (La vida de los hombres tiene secretos profundos e insondables misterios), como bien señala Plinio en Ep . 3, 6.
Esta línea delgada, tan especial dentro de la obra de Antoni Miró, esta cesárea, parece el recuerdo de una maternidad suspendida en la memoria del tiempo. Una especie de añoranza involuntaria que admite la sugerencia de la ternura que abarca el nacimiento, y que la eleva al espacio oculto del sentimiento. El regalo de los principios elementales de la alegría, y de la seguridad de permanecer en este mundo para pergeñar algo de profunda valía. El cuerpo desnudo nos aporta la ligereza de la sensualidad; el estigma del corte debajo del vientre nos dice acerca de la experiencia del regalo de la existencia. Ambas cosas en perfecta simbiosis, o en convenida esencia creativa. Y el pintor Antoni Miró, que conoce los senderos de la memoria, imagina el espíritu de la naturaleza y traza la línea de la ventana que se abre, libre, en el mundo entero, y con un grito de ilusión.
No obstante todo lo dicho, en Juliet también vive el fantástico trasfondo del erotismo. Lo que pasa es que parece estar representado de otra manera. Sólo eso. Pero la fuerza del eros es muy poderosa, incluso aún más fuerte que la marca del sexo, del amor y de la pasión. ¿Por qué? Pues porque se insinúan, a través de sus ojos glaucos, horizontes de placer. Un placer remoto pero que tendrá que visitar nuevamente en no pasar demasiado tiempo. Es la lejanía en proximidad. Es la caricia de la memoria, aquella que en otros viajes ha procurado los regalos del espasmo furioso e insólito. El eros es la fortuna que a todos nos concierne, a poca voluntad atenta que manifestemos. Es el eros el ritmo de la libertad en la danza del deseo. Es “Juliet” de Antoni Miró una invitación para los sentidos, también, no obstante, para la ternura que nos aflora desde la comprensión de la diferencia. Y todo en un solo mirada. Todo en un solo momento de gracia.
Y lo celebramos, porque Juliet ha sido pintada a golpes de realidad, de complacencia y de querer. A golpes de su maternidad. Una quimera. Un regalo, tal vez.
Josep Sou