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Mendicar (Mendigar)

«A veces sucede así en la vida: cuando son los caballos los que han trabajado,
es el cochero el que recibe la propina»
D. du Maurier

Aunque lo parezca, y algunos sin entrañas lo manifiesten, no es ningún oficio, éste. Mendigar es una dura realidad que viven los que no pueden hacer otra cosa: bien porque no pueden o porque no saben. Mendigar es un viejo atavismo que identifica una clase de personas que han desaparecido de la circulación. Se han transformado en objetos estáticos y que viven en el centro de la existencia de los demás. Mendigar es una razón poderosa para iniciar una reflexión en torno a la condición humana. Un sumando inquietante que aumenta el nulo valor, por tantas veces dañado, del espíritu compasivo de los individuos. Mendigar es algo que hacen unos hombres, y tantas mujeres, adiestrados por la experiencia negativa que les ha tocado vivir.

“Mendicar” es una obra del artista Antoni Miró de 2010, ubicada en Barcelona, ​​y realizada en acrílico sobre lienzo; que mide 114x162 cm., y que pertenece a la serie Sense Títol, dentro de la subserie Pobres. En esta subserie, de amplio recorrido y ejercicio pictórico, el pintor fulgura la presencia en primer plano de un extenso número de personas, el desarraigo de las cuales se manifiesta vehemente y punzante a la vez. No evita ningún detalle, por pequeño que este sea, recorriendo un mundo que nos es demasiado cercano, pues convive cada día, de todos los días, en la calle, y con todos nosotros presentes sin excepción. Y duele la singular propuesta, aceptando la fuerza de la ironía y el estado permanente de alerta que insinúa. En el primer mundo no nos hace falta ir demasiado lejos, todo está aún por hacer, o para resolver, que al final resulta ser el mismo.

Y en este Mendicar, Antoni Miró ejecuta su propuesta con un matiz distintivo: la pobre que protagoniza el cuadro, y por tanto la historia narrativa, no nos muestra la cara. Hay una reserva de vergüenza y, tal vez, por extensión, de acomodo de la realidad en subvertida imagen general. Sin cara, la pobre termina siendo todos los pobres de nuestro universo. Sin rostro podemos verificar nuestro rostro particular; el de nuestra experiencia. Y esta pobre mendiga con la mano alargada, haciendo un pequeño cesto con la palma de la mano y con los dedos: un relato que ejemplifica la sumisión que procura la necesidad. Sentada en el suelo, y afianzada en el muro de las casas, la pobre se sienta encima de unos cartones, y protege sus pies depositándolos sobre unas hojas de periódico, que significan a su vez aislamiento contra el frío: «... el dolor silencioso es el más malo», define el gran dramaturgo francés Jean Racine.

Luce, tal vez sólo es una manera de hablar, la pobre, un pañuelo en la cabeza, con el que cubre, como hemos señalado, su rostro. Viste una prenda de abrigo acolchado, que facilita la imagen general de bulto que ofrece la señora. Un vasito de plástico, entre los pies, hace de monedero para guardar las limosnas que va recibiendo. Toda ella, la pobre, da mucha pena, y por extensión, también, todas las personas vertidas en este menester ofrecen una imagen tan dura como digna de compasión. Y por supuesto nos debe aprovechar de poderosa herramienta contra la situación social que permite tales realidades.

Pintura social, y de primer orden, que construye la superficie justa de todo lo que posibilita la injusticia. Ahora no se trata, sin embargo, de una denuncia añeja e infecunda, por contra significa ponernos ante el espejo que nos refleja a nosotros mismos incorporados en el conjunto social al que pertenecemos. Es el mundo hecho pedazos que todos juntos hemos ido facilitando. Es la evidencia de nuestros males y de tantos egoísmos como celebramos cada día. Es lo que se llama en lenguaje corriente: hacer ojos de papel y hacer como si nada pasara...
Antoni Miró, con sus pobres, con tantos pobres como nos ha presentado a lo largo de su subserie, facilita el análisis, por el contrario, de una clase acomodada que rechaza a los caídos en desgracia, y que detesta a los que quedan al margen, excluidos e impenitentes en el desamparo y la cruda intemperie. El pintor no deja de presentarnos dos mundos en contraposición: el poder por un lado, y sus subalternos por otro. Se trata de una metáfora inteligente que facilita la posición exacta de todo aquel que se aproxima a la contemplación. La pintura social, la obra de Antoni Miró, ensancha el mundo de identidades. Sin saberlo, pero reconociéndolo, todos estamos en el fondo de sus propuestas: podemos ser el peatón que ignora al pobre, el grupo de gente que rehuye la mirada, el soberbio que desmenuza y recorta la contemplación para no zaherirse. La pintura de Antoni Miró radica en las equinas, justo en el cruce de la gran ciudad, donde los tubos de escape tejen guirnaldas de humo apaciguando la dureza que vive justo, sólo unos pasos más allá, en la acera harta de transeúntes apresurados, pero también de pobres que van y vienen: encorvados, tullidos, jorobados, rebozados en tristeza ... y esto, pero mucho más, reclama el artista; es el resultado de una inacción donde convergen varias fuerzas: las falsas apariencias y las falsas garantías. Y es por eso que su pintura, el trabajo de Antoni Miró, está llena de luces y de sombras. Y no sólo a nivel técnico, también por el resultado de la exposición de los contrastes entre zonas periféricas de las ciudades y de los barrios de «gente rica.» Conviven las altas torres de cristales tintados y las colmenas donde malviven miles de ciudadanos contraídos por la miseria. Y diremos como dice Manuel Machado cuando asegura e interpreta: «... fatigas, pero no tantas, / que en fuerza de muchos golpes / hasta el hierro se quebranta.» Esta imagen, al final, la de la mendicante, hiere la mirada y nos hace insoportable la realidad abierta en carne viva. Antoni Miró hurga en la herida y nos dificulta la posibilidad de hacernos fuertes, y de actuar como si la cosa no fuera con nosotros. Demasiado verdad en este cuadro y demasiada evidencia en toda la serie. Y toda la ternura del pintor que se decanta y toma partido por los hombres y mujeres que quedan al descubierto y sin cobijo, y al escrutinio de los hidalgos que pisan las aceras con tanta y rotunda seguridad.

¿Y donde quedan la dignidad y la economía? Pues la pobreza, el desempleo y, como consecuencia inmediata, el desarraigo, suelen ser la materia prima de la severa condición del mendigo. Otras causas, sin embargo, vienen a poner de relieve la fechoría social que resuelve y liquida, por la vía rápida, la vida de tantas personas, como por ejemplo la explotación laboral. Un mundo más justo abrazaría el equilibrado reparto de los beneficios para nutrir de esperanza a los más, Pero no. No es así, pues el mundo no sabe de justicias, ni de repartos, por el contrario domina el lenguaje de las ganancias y de la fortuna a toda costa y riesgo.

También, la pintura de Antoni Miró deposita la mirada, con delicadeza, sobre las personas de edad avanzada que transitan la vía pública. Personas que, sin norte, se acomodan al vagabundeo y perviven en el auto-abandono, hijos, en tantas ocasiones, de enfermedades mentales que los descoyunta: «... la vida es corta, la desgracia, sin embargo, la hace larga», resume muy bien el escritor y actor latino Publio Siro.

De la realidad Antoni Miró edifica verosimilitud, y la alquimia de su tratamiento pictórico y social a todos nos interpela. Ninguna equidistancia es posible. Hay que mirar y ver. Y tomar parte en el trabajo de construir espacios de dignidad, de igualdad y de responsabilidad. Dicen que la sociedad es de todos, y que las calles, su proyección inmediata, también lo son de todos. Pues no se necesitan demasiado estrategias. La respuesta, algunas de las respuestas que se pueden proponer ahora mismo, viven, discretamente instaladas, en los cuadros del artista Antoni Miró.

Josep Sou

MENDICAR 2010/ Barcelona (Acrílic s/ llenç, 114x162)Antoni Miro