Razones de ética y moralidad
Con frecuencia, en los escritos encontramos ambos términos utilizados de forma indistinta. Y la consagración de estos valores, seguramente por la repercusión que en el ámbito social presuponen, establece criterios que se incorporan al entendimiento de la decencia humana como una virtud primordial. No existe ética allá dónde no reside la igualdad entre individuos, ni la moralidad se ajusta a los registros de perfección humana si de la razón no se extrae la voluntad de favorecer el encuentro con los demás. Con todos, y siempre en términos de equidad y de justicia. Y de ahí podríamos establecer la deriva que concierne a la fortaleza como garante de una conducta ajustada a los deseos de favorecer el buen comportamiento de los hombres. Fortaleza que inspira el equilibrio necesario para ejercer la inteligencia en una dirección unánime, y destinada al bien común.
Aristóteles, en su “Gran Ética” exhibe: “[...la fortaleza no nace absolutamente al margen del sentimiento y el impulso. Pero es necesario que este impulso provenga de un principio racional y teniendo como fin lo bueno o recto. Por consiguiente, el que bajo la luz de la razón y teniendo lo honesto y bueno como fin, se arroja intrépidamente a los peligros, éste es el que debe ser considerado fuerte.], SARPE, 1984, pág. 74. (Capítulo XX. Naturaleza y campo afectivo de algunas virtudes más importantes. La fortaleza)
En su caso, y concernido por razones éticas ajustadas, siempre, a fuertes predisposiciones morales, la pintura del artista Antoni Miró se inscribe en el registro de las obras que infieren en el espacio de la lealtad hacia los que necesitan una mayor visibilidad social. Aunque subyace, sin lugar a dudas, la verdad última que alcanza la legitimidad esencial de su oficio: situar ante aram, la mirada del receptor. Después, y a modo de catarsis, la evidencia de reconocernos tal como somos, o tal como podemos llegar a sentir.
Josep Sou