Vietnam
La enorme y generalizada conmoción que causaron los estragos de la guerra de Vietnam queda de manifiesto de forma muy rotunda en esta obra de Antoni Miró. Forma parte de una subserie enfocada sobre este tema que se entrelaza con la crítica de carácter más general contra el imperialismo norteamericano que constituye la serie “El Dòlar”.
Con un lenguaje marcadamente expresionista se alude a un fusilamiento. El negro y el rojo, los colores propios de las guerras, de la muerte y de la sangre, inundan el lienzo a excepción de una breve franja horizontal de color blanco que separa los dos tercios inferiores.
Esta obra posee un claro carácter secuencial, en su conjunto y en cada uno de los dos fragmentos que condensan la mayor parte de la información. La escena en la que unos militares americanos acribillan, con más disparos de los necesarios, a un hombre del bando contrario puede reconstruirse a lo largo del tiempo gracias a la representación múltiple, en diversas posiciones y momentos, de los actores.
También la repetición de la escena, en cada una de estas dos áreas, en las que, si bien se utiliza la misma plantilla de reserva para aerografiar, se invierten los colores del fondo y las figuras, remite a insistir en la condición temporal, de un modo casi fílmico, como si fueran dos fotogramas próximos. El instante del disparo se hace notar y se significa mediante la interrupción blanca que existe entre ellos y que se cruza, a su vez, con los trazos que emulan el sangrado de la víctima.
Empleando una técnica mixta, que combina pintura y aerografía, el pintor recurre a la obtención de efectos metalizados sobre fondos que en algunos ámbitos son planos y en otros más bien evanescentes, gracias a la realización de degradados.
La densidad informacional, que se concentra en la parte inferior, se complementa con la presencia observante, desde afuera y desde arriba, de tres caras que simbolizan los poderes conspicuos que instigan el conflicto.
El artista siempre ha pretendido reflejar la problemática propia de cada momento lejos de cualquier halo de neutralidad. Aguilera Cerni acertó a matizar que lo relevante era que la crónica se producía en torno a hechos “siempre cortantes” y que la crítica comportaba un juicio moral que conduciría a “despertar conciencias”. Resaltaba este crítico a principios de los setenta que, para Antoni Miró, “el arte —producto histórico— es un instrumento para transformar la historia”; una transformación que, como explicitó Corredor, es necesaria porque “el mundo, para el artista, está mal hecho”.
Santiago Pastor Vila