La fugida (La Huida)
La sensualidad se alía con la esperanza en la base de esta imagen. El artista ofrece una mirada en clave de deseo que se une a las ansias por hacer de este un mundo mejor. La denuncia de la opresión encierra siempre un anhelo libertario. Cabe en todo momento que el rechazo a la dominación sea un deseo de emancipación que libere al individuo de las ataduras que le constriñen. Antoni Miró apela en esta obra a esa dualidad encerrada entre la obligatoria necesidad de huir y el impulso favorable a hacerlo.
Como destacó Gamoneda, “la eficacia crítica” del trabajo del artista se debe a las potencialidades de su “sistema sígnico”. La conjunción de una contundente elementalidad informacional (la economía de medios expresivos a la que alude Blasco Carrascosa, por ejemplo) y de unos usos de representación gráfica propios de “un código visual que es el nuestro, el de nuestros días tecnificados y masificados”, permite alcanzar esa solvencia comunicativa.
No abraza aún en esta época el grado de hiperrealismo que será más común en épocas posteriores. De algún modo, persigue dotar de expresividad a sus realizaciones algunas técnicas con las que había experimentado al final de la década anterior (aerografía, en este caso) y seguir utilizando medios próximos a la rotulación industrial.
En este cuadro, el mensaje se plantea en términos esenciales: la representación de un solo personaje ha de simbolizar la necesidad de cambio social. La remisión al cuerpo femenino se realiza no solo como objeto de deseo, sino también como representación de la posibilidad de liberación. Una mujer desnuda, representada desde atrás, que conduce a la idea de inicio. La huida se toma como el comienzo de una nueva etapa más justa; de un futuro que se ofrece seguir al espectador, que queda detrás, apuntando hacia el mismo destino.
La dialéctica entre el fondo y la figura se produce dentro de un marco de nítida distinción. El fondo, mayoritariamente blanco, por una parte se dota de profundidad a través de la proyección de unos degradados aerografiados que simulan papel arrugado, y por otra infunde sensación de dinamismo gracias a la vibración de una parte del borde de la figura. Esta, en cambio, se modela con una gama de tonos oscuros, que se van matizando hasta quedar iluminados gracias a reflejos claros en las partes más prominentes del volumen.
La condición de centralidad, al que- dar la parte principal por encima del punto medio del lienzo, estructura la composición. El torso y la parte visible de la cabeza se alinean aparentemente con el eje vertical que parte el cuadro en dos mitades sensiblemente iguales. La tensión visual se produce gracias a la disposición especial que adoptan las dos piernas. Una, que deja el pie fuera de la imagen, parte de uno de los vértices inferiores. La otra se pliega y queda vista en escorzo, e induce una alineación que recorre todo el cuerpo.
Estamos, en definitiva, ante una obra que promueve la acción y hace entender que es posible un escenario en el que se goce, más adelante, de mayor libertad. El espectador parece invitado a consumar el proceso actuando, no se le permite ejercer una mirada que le mantenga pasivo, sino que se busca suscitar en él la participación.
Santiago Pastor Vila