Aristide esguardant Gala
La serie “Pinteu Pintura” puede interpretarse como un ejercicio metapictórico en el que la propia disciplina de acción se convierte, asimismo, en su propio objeto de atención. Se crea así el significado a través de la incorporación de diversos fragmentos descontextualizados de los referentes de la historia del género a unas nuevas composiciones. La historia pasa a entenderse como un depósito de códigos que admite nuevas y diversas elaboraciones, especialmente de la mano de un proceso de recombinación esencialmente irónico.
Estamos ante un paradigma consecuente de la “sintaxis combinatoria” mironiana, que Romá de la Calle designó como “interno decantamiento hacia una sugerente «narratividad», nacida precisamente —en la mayoría de los casos— de un choque buscado con toda intención”.
Tras una primera operación de análisis de las obras canónicas y selección de los elementos que tendrán que ser transmutados, se produce una síntesis evocadora de nuevas situaciones inesperadas. La operativa de reconstrucción conceptual es la del collage surrealista. Sin embargo, la técnica se mantiene dentro del plano de lo pictórico generalmente, o, en determinadas ocasiones, trasciende los límites que son naturales a esta disciplina, objetualizando el resultado.
Antoni Miró, en esta obra, representa una serie de elementos planos en el espacio de una sala. Ante el diedro que forman la pared y el suelo de la misma, mediando una franja de rodapié que identifica las condiciones perspectivas, posiciona un dibujo, una pintura y dos paletas.
Ninguno de estos cuatro elementos queda representado de modo acorde con los puntos de fuga de la escena que configura el fondo. No es necesario que así sea: esta contradicción de perspectivas permite paradójicamente que se comprenda la escena de un modo más sofisticado, por inducir precisamente a que este ejercicio se produzca en un plano distinto y superior al puramente perceptual. Este cuadro constituye uno de los ejemplos en los que puede apreciarse aquello que el profesor De la Calle señaló al respecto del espacio pictórico, que se convierte en “un singular ámbito donde, de alguna manera, se desarrolla un planificado encuentro de múltiples referencias, tras el que no se oculta tampoco el correspondiente trasfondo conceptual”.
El dibujo del personaje de Aristide Bruant, extraído de los carteles de Toulouse-Lautrec, se reproduce aludiendo metafóricamente a su condición de espectador privilegiado, del mismo modo que lo fue de la actividad de la bohemia de Montmartre de finales del siglo XIX y principios del XX. Es el protagonista activo de la imagen, y dirige su mirada hacia un cuadro que constituye una transformación de uno de Dalí, Gala de espaldas ante un espejo invisible.
En primer lugar, cabe destacar que se trata solo del fragmento de la cabeza, y también que aparece ahora un fondo de un cielo nublado que no está presente en el original. Pero no puede obviarse que la dirección de la mirada de la modelo, que en el original es hacia la izquierda, se muda por otra hacia el otro lado; y tampoco que la línea vertical que aparecía en la pared y que ayudaba a equilibrar esa obra, se sale ahora afuera del marco.
El conflicto entre lo real y lo aparente, evocando el surrealismo de Magritte, está presente en esta obra al hacer que una de las paletas sea pintada y la otra real, fijándose superpuesta al cuadro. La corporeidad de esta última, de un cierto espesor, es capaz de arrojar unas sombras que epatan las del cuadro de Gala y la otra paleta. Solo la textura delata su realidad. Parece como si se pintara aquí conceptualmente, con las paletas, la figurada y la real, limpias; como si se tratara de juntar recortes premeditadamente y encolarlos sobre un fondo imaginario.
Santiago Pastor Vila