La pintura como estrategia poética del contraste
Julia Otxoa
Es satisfactorio encontrar en este tiempo de pensamiento invertebrado “posmoderno” un lúcido creador que entiende la cultura, no de manera narcisista, lamentablemente hoy en uso, sino desde la romántica, utópica, y necesaria actitud del que se sabe inmerso en la multitud, brazo con brazo, como diría Benedetti. Postulados que unen la estética y la ética, tan presentes como la indisoluble unión en toda la trayectoria plástica de Antoni Miró.
Para pasar como Antoni Miró al otro lado del espejo y deshacer la realidad cotidiana de seguridades niveladas por el líquido turbio de oscuras aves dentadas donde todo aroma procede del origen donde todo duerme o yace, previamente estipulado, sólo se requiere el pulso vivo de la imaginación, de la sensibilidad que observa, filtra y traduce, desvelando los otros rostros que la niebla poblada de aguda inexistencia.
Como un ojo transgresor que invade el territorio de una iconografía históricamente cotidiana, y nos revela, desde un nuevo significado, que galopa desde la denuncia a la ironía desmitificadora. Partiendo de este entorno abrumador de imágenes que nos suministran los medios de comunicación extrapola los objetos para incitar al ojo que percibe a inquietarse para provocar en el espectador la sensación de otra realidad diferente de aquella que nos muestra la semántica inamovible de un modo de pensamiento no interrogador, no reflexivo, no crítico. Las Meninas, Picasso, el Conde-duque, Inocencio X o La duquesa de Alba, se nos ofrecen como realidades descontextualizadas, introducidos repentinamente en un medio extraño, casi siempre incómodos, desarraigados de las coordenadas estéticas, desde los que fueron creados, se encuentran también desnudos ante esa nueva lectura del ojo también desnudo, extraño e incómodo que los mira. El pintor, como escondido y sonriente alquimista, consigue así su objetivo: estimular la percepción estética, multiplicando hasta el infinito las interpretaciones de los símbolos que componen nuestro ámbito cultural.
Es la poética de una mirada que no va hacia la materia de forma lineal, frontal, para después rebotar hacia atrás, sino que traspasa, bordea, zambulle, talla, rehace imágenes desde morfológicas que socavan la aceptación, persiguiendo obsesivamente la averiguación de tramas, la revisión de referencias, el cuestionario de datos y las líneas de influencia, para lograr la agilidad del volantinero inalcanzable a caballo de un pensamiento que se sabe vivo por inacabado.
Antoni Miró en esta serie “Pintar pintura”, nos ofrece de forma rotunda su propuesta estética, descodificadora de lenguajes, incluido el propio lenguaje histórico de la pintura, desde la sorpresa cruzada de mensaje y de receptor, en una nueva relación formal que propugna espacios más amplios y oxigenados de comunicación.
La estrategia poética del contraste como plataforma desde donde Antoni Miró nos enseña el calidoscopio constante de la trama de nuestro bagaje cultura es ofrecimiento para mirar de otra forma menos unilateral y monolítica del ingente enjambre de datos que nos llueve, que nos aísla de nosotros mismos y de los otros, en una palabra, es un brindis desde la sátira, la ironía, la denuncia y el amor, para darle la vuelta al viejo y apolillado vestido de la multiplicidad de símbolos inamovibles.
Inscrito en las corrientes del realismo crítico, Antoni Miró permanece en una experimental inquietud constante, como lo demuestra la diversidad de caminos de sus lenguajes estéticos: obra gráfica, pintura, pintura-objeto, escultura, etc.
Antoni Miró nos propone y descompone, como en un ejercicio lúdico, el envase, para lograr significados, que hagan más transparentes, más humanos, para pasar como Alicia al otro lado del espejo y comprender.