Blammm!
Josep-Vicent Marqués
Muy a menudo, mirando pinturas de Antoni Miró, he tenido la sensación de que nos negaba cierta satisfacción que se espera tener incluso en la contemplación de los testimonios pictóricos del desorden establecido. Alguna ironía deliberadamente no sutil, un cambio de código no siempre reducible a cita de su indudable erudición, quizá una “gamberrada” más innecesaria que iconoclasta. De no tratarse de un no-pertinente más que impertinente sadismo con su público, o de una transcripción en el lienzo de advertencias contra el enamoramiento, podría tratarse de una forma de protesta contra la impotencia de la pintura para cambiar las cosas, contra la aparente omnipotencia de una representación armónicamente inarmónica del inarmónico. Eso sí, hecha desde una íntima convicción de que la “chapucería” tampoco es revolucionaria.
Un deseo, supongo que disculpable, de acercar sus disonancias a mis, me hizo recordar que de muy pequeño, en el parvulario de las monjas, iba haciendo yo carrera adelantando lugares en el aula y cuando estaba situado ya en un área prestigiosa, levantaba la tapa del pupitre y la dejaba caer ruidosamente. La monja me enviaba entonces al último lugar de la clase -un simple banco, sin pupitre- y todo volvía a empezar. Algunos cuadros de Antoni Miró me han sonado al “blammm!” de la tapa soltada desde una oscura pero intensa convicción de que –ya sea por soberbia o militancia– no se consigue nada con ser el primero de la clase.
(Redactado por segunda vez la tarde de la exposición en Madrid, cinco de mayo del 92 y no entregado antes por confesable pudor. Siete años después, con un gran abrazo.)