Historia de un tiempo y de un país
Josep Forcadell
Molt a migjorn del nostre país rar, aguaita nit un solitari far.
Salvador Espriu: “Món d’Antoni Miró”
Por un amigo...
Antoni Miró y Bravo (Alcoi, 1944) es un trabajador metódico e incansable, un observador comprometido y un pintor inquieto y exigente, que, por el deseo de continuar el oficio familiar, ha trabajado también el hierro y el bronce. Impresiona comprobar la diversidad detécnicas y apoyos o la amplitud de temas y miradas de este creador. Su obra ha sido estudiada y presentada por expertos —amigos algunos de ellos, es cierto, pero siempre críticos y rigurosos—, como por ejemplo Romà de la Calle, Manuel Vicent, Wences Rambla, Joan Àngel Blasco, Isabel-Clara Simó o Ernest Contreras. Más sintéticamente, pero con igual entusiasmo, Antoni Miró ha sido reconocido por artistas, por poetas como Salvador Espriu, Joan Valls, Rafael Alberti, Josep Corredor-Matheos, Vicent Berenguer, Francesc Bernàcer, Marc Granell, Josep Piera, Jaume Pérez Montaner, Josep Pérez i Tomàs, Eusebi Sempere, Pablo Serrano, Ovidi Montllor, Antonio Gades...
Yo, en cambio, no tengo los rudimentos para recorrer la obra de Miró como lo haría un crítico de arte, ni inspiración para glosarla cómo saben hacer los poetas. Si tengo el honor de participar en este catálogo, si doy mi punto de vista sobre una parte del trabajo que aquí se expone, debe de ser por lo poco que sé de historia, por la mucha admiración que me suscitan las pinturas de Antoni Miró, por el compromiso con esta tierra donde el mundo, como diría Bernardo Atxaga, se denomina País Valenciano —un compromiso largamente compartido y debatido con el alcoyano—, y sobre todo por la sincera amistad que me une a Toni. Ya sabéis qué dice el dicho: por un amigo... ¡lo que haga falta!
La buena literatura
Me gusta la historia, las historias de todas las culturas y pueblos. Por esto, me gusta leer a los historiadores que, como los buenos novelistas, construyen discursos para ayudarnos a entender la realidad compleja o una pequeña parcela de esta. Desde el Génesis bíblico, la Odisea de Homero o las Quatre Grans Cròniques, los buenos narradores cuentan historias, pintan realidades, crean mundos. La facultad de concebir una realidad nueva —si es que hay algo radicalmente nuevo en el arte— es lo que nos atrae de los creadores. Hay quién compara el arte con la creación del mundo y el artista con un tipo de dios o diosa. Isabel-Clara Simó va más allá y afirma que Antoni Miró es dios y es mujer, por aquello de la creación y la productividad. Permitidme, pues, que me fije en las pinturas en que Antoni Miró, con la semilla fecunda de otras historias, gesta una nueva visión de la historia misma, para dar a la luz de nuestra mirada versiones sorpresivas de la realidad, criaturas inquietas, a menudo inquietantes, siempre crecientes.
A lo largo de toda una década y con una buena dosis de provocación, ironía y causticidad, Antoni Miró nos obsequió con visiones alternativas de obras maestras de la pintura. Como aquella poesía-herramienta que reivindicaba Celaya, alejada de la neutralidad maldita de quienes sólo ven evasión en la cultura, la obra de Toni es un arma cargada de futuro. El pintor de Alcoi hizo una obra comprometida con todos los hombres y pueblos ahogados por la dictadura franquista, por el imperialismo norteamericano, por la pobreza y la exclusión de esta sociedad llamada “del bienestar”. Vietnam, Chile, Cuba, los Estados Unidos, Gaza, Bagdad, Auschwitz, nuestro país... no hay nada que sea ajeno a un pintor comprometido y honrado.
Una anécdota, el detalle de un personaje o de una historia, la mosca en la cabeza de la Gioconda o el as de bastos en el sombrero del conde duque de Olivares son el cebo con que Miró nos engancha. La respuesta emotiva e inteligente del espectador es prácticamente inevitable, ahora somos nosotros quienes tendremos que acabar el relato, repensar el motivo y, tal como ha hecho el autor, pasar por la criba de la crítica la intención de la imagen primera. ¿Qué provoca, si no, Manhattan people? o Sedutta ed abbandonata? Muchas preguntas y la necesidad de explicar o de recrear lo que nos cuenta el autor, intencionadamente, a medias. Cada cual hace su lectura porque, cada vez más, más sugerente y abierta es la obra de Miró, que pasa una parte de la responsabilidad de la historia narrada al observador de sus cuadros. Por esto nos dice “Pinteu Pintura” y no “mireu la meua pintura”.
Pinteu Pintura
A partir de los años 80 del siglo pasado, empecé a ver de más cerca la obra de Antoni Miró. Me ayudaron el hecho de venir a vivir en Alicante y una visita al Museo de Arte Contemporáneo de Elche con Sixto Marco. Me impactaron las pinturas del periodo “Pinteu Pintura” (1980-1990), un ciclo que alguien ha calificado como el determinante en la creación del mundo proteico y más característico de Antoni Miró. La imagen y los mundos de “Pinteu Pintura” cautivan el espectador. Con iconos de la contemporaneidad más llamativa (marcas de coches de lujo, de tabaco, de bebidas, naipes...), lienzos que forman parte del imaginario pictórico colectivo (Velázquez, Bosch, Tiziano, Mondrian, Goya, Picasso, Dürer, Magritte, Toulouse-Lautrec, Dalí, Joan Miró...) y mezclas o collages provocadores, Antoni Miró nos obliga a mirar con otros ojos obras maestras y sacralizadas, nos hace cómplices de su mirada y nos invita a continuar el camino que él ha comenzado.
Es un placer con un punto de desasosiego contemplar la urna de terracota, que hay al Louvre, donde un matrimonio etrusco yace feliz y con una sonrisa relajada. Hay muchos parecidos en el museo etrusco de Volterra. Son historias placenteras que han llegado al final. ¿Qué debió de pasar antes? ¿Cómo fue la vida de aquella pareja? Seguramente querían que se los recordara unidos y satisfechos de estarlo. Estas son mis cavilaciones al mirar una urna funeraria. ¿Quién sabe ahora qué podía haber pasado antes y sobre todo después en las versiones que Antoni Miró hace de La rendición de Breda? En el original de Velázquez, Justí de Nassau, líder de la heroica defensa de Breda, entrega la llave de la ciudad a Ambrosi Spinola, general de las tropas de los Austria, y el ocupante, con un gesto de caballerosidad, detiene la reverencia del vencido. El pintor alcoyano se fija en el juego de las lanzas, las patas del caballo de los vencedores y, especialmente, en el contacto entre vencedor y vencido que recreará en multitud de ocasiones y formatos, con elementos y motivos diversos, con metáforas y juegos metonímicos para pensar el presente y otros contextos políticos. Además de Les llances y tal como hizo el Equip Crònica, Antoni Miró ha reinterpretado también Las Meninas. Bajo la maestría de Antoni Miró, la familia de Felipe IV adquiere una vida nunca imaginada por los personajes. Como en el original barroco, no son ellas las protagonistas auténticas sino los reyes que las miran complacidos o el espectador, que se siente golpeado o interpelado por una historia hecha de recortes, otras batallas, sin demasiado respeto por el paso del tiempo y los hechos históricos.
Algunos amigos, ilustres y mitos
A largo de su profesión, Miró ha estimado y pintado a su familia y a muchos amigos, como por ejemplo los añorados Antonio Gades (Gades, La dansa, 2001) y Ovidi Montllor (Héctor-Ovidi, 2005, Proletariat 2006). Pero su galería de ilustres está dedicada a grandes pintores y sus personajes: Picasso y el Guernica (Gora Euskadi, Viva Picasso, 1985); Velázquez y el conde duque de Olivares (Retrat eqüestre, 1982-1984); la Gioconda (La gioconda, 1973, La famosa gioconda, 2008); Dalí y el reloj que se funde (Temps d’un poble, 1988-89) o la mujer que mira por una ventana la mar y el infinito con un cielo de Joan Miró (Mediterrània, 1988), entre otros. Otros retratos de Miró son los de los ilustres insignes de nuestra cultura: Enric Valor, Joan Fuster, Joan Coromines, Antoni Gaudí, Pau Casals. Son faros que en la distancia iluminan nuestras singladuras personales, la larga travesía colectiva. Hay también dos personajes, determinantes para entender la psique y la polis, que no podían faltar en la iconografía de Antoni Miró: Sigmund Freud y Karl Marx. Y, por supuesto, el mito revolucionario más reproducido entras los jóvenes de los 70 y los 80: Ernesto Che Guevara (A Che Guevara, 1970; Home lliure, 2001). Y, junto a estos grandes nombres, los anónimos que tienen que emigrar, quienes sufren la opresión, quienes piden limosna, quienes sobreviven y luchan en Palestina, quienes, desde la diferencia, reclaman el derecho a ser considerados iguales.
Miráis como miran el arte
Durante la década de los 90, Antoni Miró se dedicó a observar y poner sobre las paredes máquinas que construyen y destruyen la costa, conducciones de alta tensión, tuberías amontonadas, pilas de cigarrillos y de cartuchos, monstruos de una civilización que devora el entorno humano y el paisaje. Ante esto, el pintor huye y plantea una alternativa. La bicicleta acontece el tótem con que crea un mundo utópico sobre un paisaje difuso de tonos azulados celestiales. El erotismo fresco y mediterráneo de la “Suite eròtica” (1994) anticipa la admiración por el mundo griego. Inmerso ya en este nuevo milenio, Antoni Miró hará su viaje particular en Grecia: la belleza de la escultura y la arquitectura clásicas contemplada por aglomeraciones de turistas del arte, peregrinos de monumento a monumento. Una buena muestra de aquella estancia en Grecia, con escala en el Louvre para saludar la Victoria de Samotracia, se expuso en el Castillo de Santa Bárbara de Alicante la primavera de 2008.
Estos últimos años, Antoni Miró se ha fijado en los espectadores y en los espacios del arte. Las grandes obras pasan a un segundo término: La Gioconda del Louvre contemplada por una muchedumbre de curiosos y fieles, espectadores de reverencia fugaz y foto apresurada; estudiosos y amantes del arte que transitan a la sombra del Partenón o bajo el sol de Epidauro, paseantes de museos griegos en actitudes de afecto y respeto hacia los que hicieron aquel templo, aquel teatro o aquel Kurós de Súnion. Este viaje a Grecia se complementa con el peregrinaje por los grandes museos de la cultura occidental, el British, el Metropolitan, el Guggenheim, el Louvre, la estación museo de Orsay, el Reina Sofía... Itinerario formativo en que los contenedores, catedrales del arte, son ahora el objeto de su atención. Como los disciplinados aprendices de una antigua academia, Antoni Miró ha iniciado ahora, con sesenta años cumplidos, un viaje por los clásicos griegos y las obras de los grandes museos. Sabe que el tesoro que promete Ítaca es el viaje mismo y el aprendizaje que comporta la ruta. Estoy seguro que sacaremos nuevos placeres intelectuales. ¡Buen viaje, amigo Antoni!