Antoni Miró
Jose de Castro Arines
El nombre de Antoni Miró me viene sonando, más que activo, casi frenético, en la crónica diaria de nuestro arte por fuera y dentro del país. Su actividad se multiplica en los más diversos quehaceres y así son sus querencias de arte figuras de mis propias atenciones artísticas, puestas a diario ante mí, noticia siempre de mis propias noticias. Y cuando se exponen a mi atención crítica, digo —o he dicho de ellas— que toda esta inventiva de Miró —pintura, escultura, cerámica— está cargada de vida, aunque por veces sea ella en su discurso excesivamente cambiante, y que lo que más me place sea también la que vamos a llamar pintura del “humanismo” y su escultura, cuyo camino y pretensión, por su cavilación moral, apruebo. Pero es en mi opinión, lo más importante de este hombre su curiosidad insaciable, su vigilancia a las exigencias testimoniales del arte como figura de significación de nuestra vida, que él muda muy sabiamente en las figuraciones de su inquieto universo, pesquisitivo, denunciativo, premonitor, cuyas aspiraciones celebro muy gustosamente.