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Carta abierta a un mirador de cuadros

José Ayelo

Querido observador:

En primer lugar me gustaría darte las gracias en nombre de Antoni Miró por venir a ver esta exposición, también te agradezco personalmente tu tiempo en la lectura de esta carta.

Antes de que comiences la visita a la exposición te aconsejaría que echases un vistazo general a la sala, sin detenerte expresamente en ninguna de las obras; de esta manera te harás una idea global de lo que se muestra y, en el caso de que no te acabe de gustar -cosa que no espero-no pierdas el tiempo en ejercicios intelectuales que no te reportarán ningún beneficio, dado que no se trata de sufrir por la cultura sino de disfrutar de la misma.

Una vez te has hecho una idea global de la exposición, será el momento de empezar a mirar detenidamente la primera obra; no voy a guiarte cuadro a cuadro, describiéndote cada uno de ellos para transmitirte mis impresiones, creo más aconsejable que saques tus propias conclusiones. Ahora es el momento, si has empezado a leer el escrito antes de mirar la exposición, de dejar el catálogo a un lado y comenzar la visita sin ningún elemento externo que medie entre la pintura y tú. De esta forma, sin otra información que la que espontáneamente te transmite el cuadro te irás formando una idea -la tuya- de las pretensiones del artista en cada una de sus obras. Así te sentirás, de alguna manera, como cuando él acabó su obra en el estudio, estaréis solos la obra y tú.

En la soledad más absoluta el artista mira por última vez su último cuadro, sin intermediarios, sin que nadie emita su opinión. Pintor y pintura se miran por última vez solos. Mañana, hoy, dentro de un instante alguien acudirá al estudio y deteniéndose ante el último parto, transmitirá al artista su parecer, su primera impresión. Para el artista ya no será lo mismo, en un sólo instante habrá perdido su intimidad con la obra. Alguien de una manera u otra le habrá arrebatado sus sentimientos.

Ése es mi deseo, que no te dejes llevar por nada ni por nadie, no escuches a quien trate de condicionar tu opinión, déjate llevar por tus propias emociones, trata de mirar la obra a pecho descubierto, sin identificarla con éste o aquel movimiento artístico, sin pensar si te recuerda a este o a aquel pintor. Sin preguntarte siquiera, si recuerdas haber visto anteriormente algún cuadro, u otra exposición de Antoni Miró.

De este modo tus intenciones y las del propio artista irán parejas, él siempre tratará de no enfrentarse a la obra con una intención clara y previamente definida, el cuadro lo irá llevando de un lugar a otro por su propio camino. Aunque a primera vista dé la impresión de que Antoni Miró sea un artista, que medite y planifique concienzudamente cada uno de los detalles de su obra, lo cierto es que no es así, porque la pintura —incluso la menos espontánea—, no responde únicamente a las intenciones del autor. Cuando éste la va plasmando en el soporte, ella va tomando vida y va transmitiéndole al autor sus propias preferencias. Así, una obra nunca será el resultado exacto, entre el mapa mental que el autor traza previamente y el resultado final que obtiene al plasmarla en el lienzo.

Si al final de la exposición se te ocurre retomar el texto y coincides conmigo, tanto mejor. Pero si no es así, no pasa nada, el arte es para sentirlo uno mismo tal y como lo ve, sin prestar demasiada atención a cómo lo perciben los otros. A fin de cuentas el artista pinta para él mismo, sin importarle demasiado lo que los demás puedan ver en sus cuadros. Que la disfrutes. 

II

Atribuyen a Jorge Luis Borges una frase sobre Federico García Lorca, que en mi opinión tiene un gran significado a la hora de identificar a un artista con su propia tierra. Decía el argentino inmortal que “Lorca trabajaba de español” para referirse, no únicamente a la implicación del poeta con la cultura popular de su pueblo, sino al incesante trabajo que realizó en su corta vida, para llevar la cultura a todos los rincones del país, y al compromiso que el propio artista mantuvo con las corrientes culturales que se daban en la España de aquel momento.

Esta observación de Borges me ha venido a la memoria, cuando trataba de identificar el compromiso permanente de Antoni Miró con su propio pueblo. No me atrevería a afirmar como Borges que Antoni Miró trabaje de alcoyano, o de valenciano, pues estoy seguro que en este momento hay numerosos aspectos de la cultura alcoyana que no comparte y con los que no se identifica. Pero el papel que juega este hombre en el crecimiento cultural de su pueblo es notorio, Antoni Miró representa claramente el compromiso del artista con la sociedad que le rodea, cosa muy poco frecuente en los tiempos que corren, donde la identificación de los artistas con su pueblo está más cerca de la especulación económica sobre su propia obra, que en la necesidad e incluso en la responsabilidad de hacer crecer a un pueblo culturalmente.

Me resulta necesario hablar del trabajo sociocultural que Antoni Miró viene desarrollando en Alcoi porque gracias a él se han podido ver en la ciudad del Serpis algunas de las propuestas artísticas más inquietantes de los últimos años. Propuestas incluso más interesantes que las que ofrecía la capital de la provincia, siempre ceñida a los vaivenes y caprichos de la clase política. Probablemente porque le han dejado hacer, o porque sabe convencer, lo cierto es que desde hace más de una década, en aquella población puede hablarse de regularidad -que no monotonía- en lo referente a actividades que tienen que ver con el arte.

Es evidente que a este hombre le beneficia bien poco llevar a cabo esta labor, está claro que no lo necesita ni para pintar, ni para vivir, ni para exponer en cualquier rincón del planeta. Únicamente el compromiso con su pueblo, le lleva a no cesar en esa labor callada para que en su tierra ocurran actividades relacionadas con el arte. Un somero vistazo al trabajo realizado en este campo, hace entrever que este hombre ha utilizado sus numerosos amigos y amigas para que vayan a su pueblo, para que sus conciudadanos disfruten del arte, y por consiguiente que el trabajo que se realice en Alcoi sobrepase sus propias fronteras. Ese es el compromiso esencial del artista con su pueblo, y que Toni Miró mantiene desde hace décadas. 

III

Una exposición que como ésta, contiene obras de diferentes épocas del pintor, nos hace ver, todavía con más precisión, que Antoni Miró lleva su compromiso hasta las últimas consecuencias. Rápidamente apreciamos una visión muy crítica del mundo que le rodea. Sabe a ciencia cierta que su pintura transmite ideas, es consciente -sin caer en lo panfletario- que su obra forjará en el espectador unos determinados pensamientos. Antoni Miró no es precisamente de los que escurren el bulto, más bien lo contrario, su pintura es de una sinceridad implacable, en lo que a mensaje se refiere. Se podrá estar o no de acuerdo con él, pero nadie le discutirá su valentía. Es una pintura de “al pan, pan...

Nos gustará más o menos, podremos identificarnos o no con sus planteamientos, pero lo que no podremos evitar es entrar en su juego. Es una pintura que no acaba en los límites del lienzo. Partiendo de lo expresado en la tela, el pintor nos va a llevar, a veces de la mano, otras con angustia calculada, hacia el mundo que plasma en sus obras. No podremos, aunque queramos, dejar de movernos hacia el centro del mensaje de cada una de sus obras. Si denuncia la violencia, inmediatamente viajaremos con él, para recrear en nuestra propia mente lo que no está expresado en el cuadro de una manera formal, pero si subyacente.

Antoni Miró sabe narrar, no podemos dejar de leer en sus obras, nunca nos quedaremos con las figuras, o con los colores de sus cuadros si más. Es consciente de que en cada una de sus obras, habrá de implicar al observador para que realice una lectura detenida de su propia mente, de sus recuerdos, de la información retenida en su memoria.

Por todo esto seguramente no ha renunciado -aunque si evolucionado-, a sus planteamientos iniciales de pintura cercana al Pop-Art, porque en este medio, además de sentirse cómodo, sabe que puede conectar de inmediato con los observadores de sus obras. Utilizando un lenguaje pictórico que le es habitual, dado que el espectador se lo encuentra cotidianamente tanto en la publicidad como en los medios de comunicación, sabe que el proceso de identificación con su obra no será costoso para el observador, ahorrándose así numerosos esfuerzos de síntesis y llevando al espectador a su terreno de una manera casi instantánea. Fundamentalmente porque además de la identificación con el mundo publicitario, procura también una relación de cercanía con la iconografía que muestra en sus obras ¿para qué va a inventar personajes con los que transmitir sus ideas, si la sociedad ya los ofrece? ¿Para qué va a inventar paisajes degradados o situaciones críticas, si se dan en el mundo cada día?

Pero no nos confundamos, no se trata de comodidad, ni de aprovecharse de una iconografía que ya existe, puesto que, en todas las obras, la atmósfera que se crea es la del propio artista. Tampoco trata de retratar fielmente de manera hiperrealista lo que ven sus ojos; no olvidemos que lo que trata de transmitirnos son ideas y sensaciones; en la mayoría de los casos denuncias directas pero no concretas.

Me produce desasosiego mirar ahora cuadros, que se pintaron hace más de dos décadas cuyas denuncias siguen vigentes. Se han perdido las noticias de prensa, ya no recordamos el origen del problema, pero el problema sigue sin resolverse. Es desazonador que una obra nos recuerde que seguimos sin resolver muchas de nuestras quimeras, que la avalancha de problemas cotidianos, nos hace dejar a un lado el problema de ayer para ocuparnos del de hoy mismo. Seguramente sea esta una de las intenciones indirectas Antoni Miró, la de hacernos recordar que no es oro todo lo que reluce. 

IV

El mundo de Antoni Miró es muy particular, a primera vista podría parecer que su aislamiento de la sociedad es manifiesto. Alejado del “Artistic Business” procura no dejarse ver demasiado en saraos e inauguraciones, lo justo para que sepamos algo de él, pero sin que le haga perder el norte de su labor diaria. Podría decirse que en su mundo todo está previamente calculado, no creo que sea del todo cierto, pero el rigor organizativo con el que este hombre se desenvuelve causa muchas veces admiración y algunas, temor.

Es un artista que pinta con nocturnidad y alevosía —no es un tópico—, desde hace años tomó la decisión de trabajar en la tranquilidad de la noche, que le produce mayor concentración y escasas interrupciones. Su búsqueda de la soledad, el sacrificio que imagino le supone a él y a su familia, responde a un esquema mental muy meditado, a una decisión arriesgada que implica un sacrificio difícil de asimilar, si no se tiene claro a dónde se quiere llegar y Toni Miró parece tenerlo claro, siempre parece ir al grano. Despeja las incógnitas de su vida con una decisión y una firmeza envidiables, dado que no parece dejarse llevar por nadie, ni por nada. Pero no creo que sea un déspota, ni un dictador, la única dictadura que asume es la de su propia labor diaria, la del sacrificio cotidiano con que se enfrenta a la creación de sus obras.

No es obligado saber nada de lo que estoy contando del artista para identificarse, o no, con la obra. De hecho me parece superficial sacar a la luz la forma en que el pintor se enfrenta a la vida. Eso tiene poco que ver —o mucho, no lo sé— con el resultado final de la obra. Aunque lo cierto es, que si tienes la oportunidad de acercarte a él, te darás cuenta que se trata de una persona sencilla, con unos planteamientos claros y sólidos, que procura no dogmatizar con su pintura, pero s ilustrar y servir de testigo del mundo que nos envuelve.

Es un planteamiento de vida tan digno como el de cualquier otra persona, con la única diferencia de que él ha tomado la decisión de servir de elemento transmisor de las heridas sin cicatrizar de la especie humana.