Imágenes del mundo antonimironiano
Joan M. Monjo
Uno de aquellos días de la transición -“¡Oh dulces años setenta!”, decía, exclamando, el poeta Salvador Jàfer-, paseando con unos amigos por las calles de cal, aire marítimo y geranios de la parte alta de Altea, Ovidi Montllor, gran amigo de Antoni Miró, me lo confesaba: “Toni...Toni es un gran trabajador...y un pintor magnífico...” Me lo decía con su cordialidad rural y su hombría de bien claramente genética que llevaba aquel hombre enganchada a sus entrañas más profundas. Palabras que el cantante y actor pronunció durante una lejana tarde de verano que ya iba buscando el fino otoño que se acercaba. Palabras que ahora me resuenan, nuevamente. Porque las juzgué y todavía las juzgo como acertadas...
Antoni Miró nace en Alcoi en 1944. Comienza de joven a apasionarse por los pinceles y por los trabajos de creación pictórica. A estas alturas ya ha hecho una dilatada carrera y una importante obra. De eso nos damos cuenta enseguida. Cuando releemos alguno de los libros que sobre él se han escrito, o bien, cuando revisamos alguno de sus numerosos catálogos que hablan y muestran sus realizaciones.
Variadas son sus obras. Y diversas, también, sus series. Por bien que siempre poseen unos evidentes rasgos comunes. Como por ejemplo el hecho de practicar un arte estrechamente ligado al compromiso social. Òpera Prima, Les Nues, La Fam, Els Bojos, Les Experimentacions y Vietnam, fueron series realizadas en la época de los sesenta. En la siguiente vendrán: L’Home, Amèrica Negra, L’Home avui, y El Dòlar (magnífica, por cierto). Más tarde, Pinteu Pintura y Vivace. Últimamente nos llega Sense títol.
Esta nueva serie presenta todo un rosario de imágenes, aparentemente dispersas, pero unidas y articuladas por un denominador común: una visión apasionada, de compromiso social. Se muestra obra a obra, toda una mitología claramente de izquierdas, tanto nacional como internacional. Estas instantáneas de Viatge interior/Sense títol, constituyen una especie de dietario pictórico o cuaderno pictórico social/personal. Anotaciones, visiones, composiciones, recuerdos, reflexiones, fotografías, autorretratos, documentos. Y etcétera. Imágenes. Imágenes en su sentido más libre y punzante. En su sentido, también, más amplio y evidente.
Sense títol es una especie de dietario de imágenes de todas partes del mundo. De aquí y de allá. Donde detectamos las más diversas catástrofes ecológicas, guerras y situaciones humanas tristes y lacerantes para cualquier hombre y mujer de buena fe. Obras donde detectamos no poca amargura. Porque amarga y punzante es la manera de ver y de contar la realidad de Antoni Miró. Especie de dietario donde, como desde hace años y años, señala donde está el síntoma, la plaga, la enfermedad social o la injusticia en esta fase apocalíptica del sistema económico perverso y abyecto que nos corresponde vivir en este comienzo de siglo XXL.
Pero no sólo. A veces, Antoni Miró se sirve del registro satírico, del humor punzante -como quien no hace ni dice nada- para señalar las cosas. Y, la verdad, es que se trata de realizaciones que particularmente pienso que constituyen obras bien acertadas y estructuradas.
En otras ocasiones, al lado de cuadros con evidentes y grandiosas catástrofes, aparece una obra donde se muestra una bicicleta. Alma de libélula, dijo de ella algún poeta surrealista. No recuerdo ahora mismo quien. Primitiva, amable, humilde y fácil de mantener es la bicicleta. Pacífica y magnífica, sana, beatífica, juvenil bicicleta. Un artilugio de lo más ecológico. Elemento de locomoción, a estas alturas, con un cierto dejo revolucionario. Bicicleta, para ir como se tiene que ir: a contracorriente. Recordemos en su última serie Gatanegra 2002 y Via Appia, del mismo año. Vehículo que tiene su presencia - lo recuerdo, lo recuerdo ahora - en otras obras y series suyas. Conformando, en cierta manera, una especie de iconografía propia que perfectamente podríamos nombrar antonimironiana.
En Sense títol, y a lo largo de muchos años y cuadros y otras obras suyas, Antoni Miró nos lo ha dicho bien claro y repetidamente: no le gusta, como a tantos otros, el mundo que le ha correspondido vivir. Donde vive. Y, muy claramente, lo dice. Eso es la columna vertebral y el verdadero sentido de su pintura y del resto de otras realizaciones artísticas propias. Decirlo. Ya lo expresaba el gran poeta K.P. Kavafis en alguna de sus prosas: “Censuro, por ejemplo, la pena de muerte. Cuando se presenta la ocasión lo proclamo, no porque crea que por decirlo yo la abolirán al día siguiente los Estados, sino porque estoy convencido que diciéndolo contribuyo al triunfo de mi opinión.” Particularmente pienso que alguna cosa de esto hay en el decir pictórico de Antoni Miró, tanto en su obra en general como en su última serie...
Y lo dice, aunque siguen malos tiempos para la lírica y magníficos para los siniestros e imbéciles. Aunque había quien decía que el arte social y el arte que hablaba de la realidad circundante, haciendo crónica, no tenía ya demasiado sentido. Y que desaparecería. Pero últimamente se ha visto que la gran confabulación de los cretinos, de los abyectos y de los mañosos, sigue. Y que se tiene que hacer frente. Y combate. Entre otras armas, con un arte lúcido y crítico, como el que practica, entre otros, el amigo Antoni Miró...