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Antoni Miró: suite erótica

Jesús Huguet

La civilización judeocristiana, sin duda para garantizar paternidades fiables, introdujo una nueva concepción, un tabú socio-religioso, en la noción del cuerpo. Sobre todo respecto al uso corporal de la mujer.

La libertad que el mundo antiguo, y más concretamente el mediterráneo, tenía sobre el cuerpo humano y su manifestación se interrumpió cuando éste se convirtió en sinónimo de objeto pecaminoso y de inductor a la condenación eterna. El judeocristianismo, por una razón absolutamente social, rompe una dinámica de conjunción natural entre el cuerpo propio y su exhibición (en estos días donde tanto se ha hablado y escrito sobre juegos olímpicos no estaría de más recordar que en las antiguas Olimpiadas atenienses los atletas estaban desnudos).

El Mediterráneo, como indicaba antes, era especialmente propicio a la naturalidad de mostrarse desnudo y la valoración del cuerpo desde la estética, no desde referencias pseudo-religiosas forzadas. Y especialmente lo eran los griegos, el mundo helenístico.

Antoni Miró, en quien el mar y el cuerpo han estado presentes siempre, nos presenta una obra que partiendo de referentes helenísticos (cerámicas, murales...) de los siglos X al V a. C. mujer unas nuevas dimensiones a las figuras griegas. Efectivamente, mientras en los vasos, bandejas o cántaros las escenas simplemente tenían la consideración de decorativas (decoración muy atractiva por otra parte) en el grabados y aguafuertes de Antoni Miró los personajes o secuencias adquieren protagonismo y son destinatario absoluto de nuestra mirada.

Una mirada que permitirá lecturas estéticas, irónicas, líricas o de recordatorio histórico pero, en cualquier caso, nos introducirá en una producción capital de las artes plásticas valencianas de las últimas décadas y en un producto concreto, la Suite Erótica, de un atractivo plástico y conceptual único.

Se puede suponer que Antoni Miró sencillamente ha reproducido unas imágenes helenísticas. Nada más lejos de la realidad. Aunque las escenas puedan ser similares a otras clásicas las líneas (vid. Por ejemplo el aguafuerte “El baile”) son de un dominio del dibujo auténticamente maestro, y el uso del color (vid. “El flautista” o “Danza”) agrandan los referentes hasta darle a la obra resultante, los grabados mironianos, una dimensión mucho más ambiciosa y llena. Y mucho más directa en el explícito mensaje de la valoración del cuerpo humano.

Las relaciones afectivas, las secuencias claramente sexuales, las invitaciones a un disfrute único, gracias a la capacidad transmisora del artista deshacen toda probable culpabilidad pseudo-religiosa y nos reconcilian con el cuerpo y todas las afectividades que nos pueda sugerir y ofrecer. Y en reconciliarnos con esa dimensión natural de nuestro ser físico, demuestra cómo el arte puede superar todos los tabúes о miserias político-sociales impuestas por intereses de grupo, aunque sea de un grupo tan poderoso como el dimanante de las coacciones judeocristianas.