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Campos para la reflexión

Javier Urquijo

“El misterio es el elemento clave de toda obra de arte” 
Luis Buñuel

La transformación, el cambio, son elementos constantes en el arte. Su acción/aplicación forma parte del propio concepto de arte contemporáneo. No obstante, la evolución permite al artista transgredir la lógica natural del espacio y el tiempo en aras de la creación/manipulación de los objetos sacándolos de su contexto cronológico y natural. Hoy, en el discurso contemporáneo, el arte se plantea como un quebrantamiento o una violación de las posturas de los objetos, situándolos en un espacio extraño, lugar que en “razón” no les corresponde.

El concepto de arte ha variado, en general. En otro orden de cosas, “el arte contemporáneo se ha convertido en un elemento natural de la sociedad burguesa”. Es un signo que denota situación social. Algunos opinan que con el advenimiento del arte contemporáneo y el vertiginoso desarrollo de los procesos creativos, sobre todo desde el aspecto técnico, ha nacido una nueva civilización.

Atrás, rezagados, se quedan aquellos que reaccionan ante estas máximas progresistas. El arte, para serlo, “debe estar comprometido irremisiblemente con el espíritu de su tiempo”. Aún queda, residual y nostálgica, la vieja pelea, el viejo debate entre figuración y abstracción, como algo irreconciliable para los conservadores recalcitrantes.

Pues héteme aquí que me encuentro a la orilla del asombro, observando con detenimiento la obra de Antoni Miró, alicantino universal que ha logrado mediante una obra tan extensa como compleja el sutil milagro de descontextualizar el tiempo y el espacio, o sea, reconciliar las formas hostiles, divergentes.

El relato, al correr del tiempo, busca la reflexión puntual sobre la idea como contenido de la forma. Hay en la obra de Miró, sobre todo, una enormidad de contenido literario, o forma léxica revisada, actualizada, transgredido el tiempo y el espacio, como decía antes. Ese es un síntoma inequívoco de contemporaneidad.

Pero, en este ejercicio es fundamental, además, profundizar en el contenido/argumento. A través de él relata el instante, convencido de que la comunicación no debe responder solamente al ejercicio plástico en sí, sino también a elementos extra plásticos que asumen la necesidad de incidir en la conciencia colectiva e individual, a modo de denuncia o de queja, de posición, de crítica.

Este componente es fundamental para Miró. En toda su trayectoria artística se observa esa condición viajando al socaire del equilibrio y la armonía estética. Es suya, muy suya, la necesidad de reflejar la inquietud social, el palpitar de su tiempo. Opta para eso por tomar el espacio en sí, real, como lugar de encuentro, en absoluta oposición con la tradicional bidimensión de la pintura, que utiliza como un simple elemento más a su disposición.

De esta forma puede valerse de imágenes planas —o sus fragmentos— generadas con anterioridad por Velázquez, Bacon, Joan Miró, Picasso, Dalí..., utilizándolas como frases hechas que le servirán para describir y denunciar nuevas inquietudes y crear renovados discursos que hablan de cuestiones de rabiosa actualidad.

En ese proceso se transforma, se varía el curso del tiempo; se rompen las normas de la historia; se transgreden las circunstancias y se adaptan al tiempo actual; y, sobre todo, se juega con la estética contemporánea donde impera la ocupación espacial: la puesta en escena o la teatralidad.

Antoni Miró domina el mágico universo de las sugerencias, bien sean espaciales/plásticas como argumentales/literarias. Utiliza las imágenes a modo de iconos que poseen un sentido teológico para el observador común. Busca la armonía del símbolo. Usa la estética realista como arma directa, de fácil comunicación. Y la abstracción como forma universal, envolvente, espiritual...

Pero, sobre todo, se vale del collage y del decollage como fórmulas que siguen valiendo para generar nuevas propuestas estéticas. A partir de un objeto —la bicicleta, por ejemplo— nace la idea de destruir su sentido práctico para convertirla en elemento conjugable, como el verbo (personas, número, tiempo y modo).

Todas las posturas posibles del objeto encuentran aquí, en Miró, acomodo, gracias a una reflexión que estudia y rescata de su espíritu el componente estético y la espacialidad que posea, y, además, le adjudica un mensaje literario no exento de acción práctica crítica. Así, pues, cada obra se enriquece con aspectos dramático-literarios, donde atrapar el tiempo transgredido y la forma revisada. Ese dramatismo viene implícito con las imágenes o los objetos rescatados. Ya existía en ellos.

Aceptada, pues, la inspiración en lo ajeno como vehículo para la creación, habrá también que reconocer en la realidad descontextualizada una forma de expresiva creatividad artística contemporánea. Rotos los esquemas tradicionales solamente nos queda formular un par de preguntas: ¿Hacia dónde se dirige el arte? ¿Cuáles son sus posibilidades de cara al futuro? Preguntas que seguramente ya estarán dando vueltas en la inquieta mente de Antoni Miró. A nosotros sólo nos queda esperar la respuesta. Hasta pronto.

CAMPOS PARA LA REFLEXIÓN, ANTONI MIRÓ,

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