El grito en la pared de Antoni Miró
Jaume Fàbrega
Se dice que un cartel es como un grito lanzado desde las paredes de la ciudad. Incluso puede ser un grito trágico, como nos lo mostró el sacrificio de Miquel Grau, asesinado mientras encolaba un cartel para la autonomía. Es, siempre, un grito plástico y un grito informativo, ya que su función primordial es avisar de algún hecho o comunicarlo. En su lenguaje van siempre unidos texto e imagen, el mensaje de las letras y la iconografía.
El cartel es, por definición, un arte popular o, dicho de otro modo, una de las manifestaciones más importantes de la cultura de masas, este arte de hoy para la gente de hoy.
Y lo es porque el cartel, a diferencia de un cuadro o de una escultura, recluidos en una galería o en un museo, exige la calle y reclama de forma inmediata nuestra atención. El cartel, pues, sale a nuestro encuentro y, nada elitista, no teme ser repetido en miles de ejemplares e, incluso, no desdeña que, una vez cumplida su función comunicativa inmediata, lo clavamos en las paredes de nuestra habitación.
Hay, naturalmente, carteles de publicidad comercial, que ahora no nos interesan. Queremos hablar, en cambio, del cartelismo de tipo cultural –y, por qué no, político en el sentido más amplio del término, ya que en Valencia, la sola presencia de la lengua propia en la calle es aún el ejercicio de un derecho difícil.
Viendo estos carteles de Antoni Miró nos damos cuenta de cómo esto que acabamos de decir corresponde de una forma bien exacta. Este artista nuestro que, por un lado, siempre ha utilizado en su obra elementos propios de la cultura de masas, de la otra hace un arte combativo, crítico, profundamente arraigado con la realidad y su transformación.
Por eso Miró se siente tan cómodo en el lenguaje específico del cartel, que sabe interpretar magníficamente a la vez que aporta su sorprendente capacidad de creación y recreación de imágenes críticas y sarcásticas de la realidad.
En sus manos el cartel, más que nunca, se convierte en un grito que denuncia opresiones e imperialismos y, al mismo tiempo, anuncia los signos esperanzados de nuestra recuperación cultural.