Antoni Miró i la antítesis reveladora
Gabriel Garcia Frasquet
Dice un contundente aforismo fusteriano: "Qualsevol poder és abús de poder" — "Cualquier poder es abuso de poder". Es cierto que esta consubstancialidad permitiría alguna matización, pero resulta irrebatible en el caso de la usurpación de la soberanía de un pueblo por el derecho de conquista alcanzado por la fuerza de las armas.
Para los valencianos, la iniquidad de la subyugación lleva la fecha del 25 de abril de 1707, la batalla de Almansa, y es natural que en guardamos un vivo recuerdo porque la historia cuenta el presente y puede abrir caminos de futuro. La ciudad de Gandía le ha dedicado una plaza en su entrada norte, que ha querido embellecer con una escultura de Antoni Miró, un artista valenciano de gran reconocimiento.
Antoni Miró nació en la más cruda posguerra en Alcoy, pueblo de costeras, puentes y barrancos, telares, batanes y chimeneas, símbolo de la lucha proletaria por la mejora de las condiciones laborales. Este legado de trabajo tenaz, solidaridad obrera y ansia de libertad ha marcado sin duda la trayectoria del artista, que ha ido creando una obra comprometida donde el arte tiene una clara función social contraria a la banalización, la mera comercialidad y la fierecilla burgués que le acosan actualmente. En el poema "Mundo de Antoni Miró", que le dedicó Salvador Espriu, se expresa el objetivo liberador de su producción y la firmeza infatigable del trabajo con el que la construye.
Però sense descans, amb viu clamor
em serviran la forma i el color.
És un combat que mai no vol repòs.
Hi deixo l’esperit, el moll de l’os.
Pero sin descanso, con vivo clamor
me servirán la forma y el color.
Es un combate que nunca quiere reposo.
Dejo el espíritu, el tuétano.
La batalla por una nueva cultura, lema de un ilustre antecesor con quien guarda vínculos estéticos e ideológicos, Josep Renau, es también el motor de su impulso creador. Esta determinación la ha llevado a realizar una obra desgarradora y sobrecogedora que une la comunicación estética con la reflexión concienciadora. Lo podemos comprobar en las series pictóricas, claramente encuadradas en el realismo social, sobre la pobreza, el hambre, la locura, la América negra, la dictadura chilena o el dólar donde denuncia la deshumanización del capitalismo y se solidariza con los desheredados de la fortuna o los perseguidos por razones políticas, llevadas al lienzo con la limpieza viva e impactante del acrílico.
Para conseguir su finalidad comunicativa, Miró emplea el contraste, que conmueve o que indigna, entre la opulencia del sistema y la marginación que genera, entre la alienación consumista y el atentado a los derechos humanos más básicos. Su arte se convierte en un clamor contra la injusticia y el silencio cómplice. Como decía Vicent Andrés Estellés, su obra es "rica en cólera y ternura, crónica penosísima y esquema de acción".
Su postura contra todo tipo de opresión y de violencia se evidencia asimismo en la reivindicación identitaria, en el arraigo a su tierra y la fidelidad a su gente que se refleja, por ejemplo, en la serie "Las lanzas ", reinterpretación del cuadro de Velázquez, que le sirve de acto simbólico del sometimiento militar de un pueblo. Es por ello que, con algunas variaciones, la ha representado en pinturas objeto, grabados o esculturas con títulos tan explícitos como "Lanzas imperiales" o "El pueblo bajo las lanzas".
La recontextualización de "La rendición de Breda" la acerca a la contemporaneidad y lo llena de nuevas significaciones. Miró desnuda el barroquismo y la solemnidad originales que pretendían mostrar la majestad y el poder del imperio, idea revitalizada con grandes ínfulas durante el franquismo, esencializar la composición y la enfoca desde el lado de un perdedor inerme. Inevitablemente se produce una asociación entre la situación colonial de los Países Bajos y el antiguo Reino de Valencia, aplastados por las mismas armas, y la percepción que tenía el espectador se da la vuelta. Es el motivo que ha escogido para la escultura de la plaza gandiense.
Miró se ha reencontrado con el áspero tacto del hierro, que aprendió a trabajar de joven en el taller de su padre. Las figuras de la composición aparecen con el perfil recortado para que se singularicen dentro de un conjunto plenamente identificable ya que pertenece a la enciclopedia cultural de cualquier espectador. El color ocre que va adquiriendo el hierro resalta sobre el verde vegetal del círculo donde se enmarca y sus dimensiones monumentales, largas pero relativamente bajas, no impiden la visión, en la lejanía, del emblemático campanario de la Seu.
Por lo tanto el material y su textura, el formato y el emplazamiento, verdadero pórtico ciudadano, resultan acertados, pero una vez más el eficacia comunicativa se consigue con la antítesis que se formula: el gesto cortés y paternalista del vencedor es desmentido por la doble hilera de lanzas, y el pandeo del derrotado se redime con las cuatro barras rojas, exentas, vencidas pero llenas de dignidad, germen de futuro, que parecen alzarse en el encendido espera del día que anunciaba la ve añorada de otro alcoyano, Ovidi Montllor:
En el dia que durarà anys
braços lliures i boques i mans.
En el día que durará años
brazos libres y bocas y manos.
Y aquí se establece una última contraposición que pide la reflexión movilizadora: el anhelo de libertad de la obra contrasta vivamente con una sociedad autocomplaciente que se jacta de ofrendar glorias y avanzar en marcha triunfal. La obra enfrenta al espectador con esta contradicción y convierte un infausto episodio bélico de repercusiones tan alargadas en un grito contra la desmemoria histórica y en un bello canto de amor y esperanza.