A Antoni Miró
Francesc Bernàcer
He aquí las circunstancias vitales del tiempo y el espacio de Antoni Miró concentradas en esta muestra de carteles. Son las credenciales de un hombre de ahora y del País Valenciano y de una manera de entender y explicar la vida. Son ya muchos años, desde el 65, y muchos cantones de nuestro pueblo y de más lejos, llamando la verdad personal del artista, sus inquietudes o el ideal de un sueño activo. Se ha hecho también voz colectiva que le ha sabido tomar el pulso a la vida. Carteles que por su calidad tienen ya un aliento propio independiente de la fugacidad de la función concreta para la que nacieron. Fueron un día reclamo y convocatoria; ahora, todos juntos, se sienten hermanos y camino de una voluntad que sabe dónde va. Con energía y lucidez siempre. Estos carteles fueron la tarjeta de visita de exposiciones suyas de pintura o de actos culturales. En la historia de nuestro pueblo, entre ensayistas, gramáticos y canciones, le debe crecer un largo capítulo: estaban los pintores. Y la obra y todo el esfuerzo artístico de Antoni Miró haciendo pueblo y haciendo País.
El cartel es la fugacidad más grande de todo lo que es plástico, es la funcionalidad hasta el último extremo, el mensaje de la prisa que quiere decir cosas. Estos carteles, sin embargo, son los que quedan porque dan testimonio de una persona, y están hechos contra el tiempo y con los mejores criterios de eficacia artística. Hoy que vivimos la apremiante mundo del instantáneo, el barboteo de los telegramas y las prisas; cuando se murió casi siempre de repente y mal no hay tiempo, los carteles de Antoni Miró nos hablan a todos y nos dicen siempre. Tienen la simplicidad de lo verdaderamente poético, la autenticidad de las verdades siempre por delante. Como la verdadera poesía –y los carteles de Miró tienen también mucha–, son la palabra plástica en el tiempo y permanecen vivos todavía.
Antoni Miró es el niño que se levanta haciendo preguntas, el que llega diciendo esto se debe arreglar, el que corta las digestiones a los burgueses biempensantes, el que hace entrar a la gente con gracia y sin prisas. La simplicidad de la crítica de etiquetas hablaría de carteles de denuncia. Yo no diría eso. En todo caso, hablaría de una finura de conciencia, de un mal sabor de boca porque hay demasiadas cosas que no le gustan y sobre las que la gente superficial hoy patina con culpable inconsciencia. Y Antoni Miró es de los que nos dice el lado oscuro de la vida y la mala condición del hombre o de los hombres que humillan su condición. Pero también con delicadeza, como quien se queda el último cerrando puertas, sin los gritos de la trona moralista o de la suficiencia de quien lo sabe todo. Con la cabeza clara y la mano artista. Se le nota que le duele el País y le duele el hombre; que le viven pueblo las mejores fibras del espíritu, que no levanta nunca la voz, pero no calla, y nos dice a los ojos ya la conciencia de que eso que él nos presenta también es la verdad, y que hay que hacer las cosas mejor, que al hombre no debe de amordazarlo el jefe de explotación ni tópico interesado y que a él también le robó alguien la bicicleta.