Antoni Miró: un arte postmoderno comprometido
Eliseu Trenc
Algunos aspectos del arte de Antoni Miró lo podrían hacer incluir en la gran corriente del arte postmoderna como su tratamiento de la imagen, que obedece a los códigos del lenguaje de los mass media, para que sea más comprensible para el gran público, o como la combinación de elementos iconográficos de una amplia tradición cultural que encontramos muy a menudo en su obra, y que se podría ejemplificar con uno de sus temas iconográficos recurrentes, el del museo, visto sin embargo a menudo desde fuera, como un espacio frío, geométrico, de incomunicación y de soledad, incluso alguna vez amenazador como en su pintura-objeto Guggenheim Museum (Nueva York), de 2003 que me hace pensar en las cabezas de guerreros de las chimeneas de La Pedrera de Gaudí. Así, ya vemos que, contrariamente al arte postmoderno que se ha definido como el rechazo de la ortodoxia del arte moderno, del arte de vanguardia y pues como un arte ideológicamente no marcado, ya que lo que hace es una mezcla ecléctica entre la cultura anterior y la presente, que en el mejor de los casos puede ser irónica y de doble sentido, pero que en muchos casos se ha transformado en un “fetichismo” de los objetos de consumo como en algunas producciones del “Nouveau Réalisme” francés y sobre todo del “Hiperrealismo americano”, en la obra de Antoni Miró no hay ningún fetichismo de los iconos de la sociedad de consumo. Al contrario, Antoni Miró se sitúa en el interior del magma de las imágenes de los mass media para pervertirlas, para denunciar mediante yuxtaposiciones terribles entre miseria y riqueza, entre paz y violencia, la condición humana en la sociedad capitalista y las tragedias políticas de nuestro mundo.
Hay, al menos a nivel artístico, dos estrategias para luchar contra la injusticia, la falta de libertad y los valores materialistas de nuestro mundo globalizado, una es hacerlo desde fuera, como por ejemplo lo ha hecho el “Arte povera” dando valores a las cosas despreciadas, a las cosas rechazadas, y otra es hacerlo desde dentro de los códigos iconográficos y semióticos establecidos por la comunicación de masa, pero manipulándolos, pervirtiéndolos gracias en particular al “collage”, cuyo arte valenciano ha sido uno de los grandes representantes. Si, pues, Antoni Miró se inscribe en alguna manera en una tradición crítica, subversiva del arte valenciano, con su relectura y recuperación de imágenes de maestros antiguos (Botticelli, Miguel Ángel. Velázquez, Goya) o modernos (Picasso. Dalí, Miró), se alejan cada vez más de esta práctica para concentrarse en imágenes que parecen venir directamente de las noticias de la televisión, de la fotografía de prensa, como en los cuadros sobre las mujeres de Irak, o también de lo que ve por la calle con su reciente y terrible serie sobre los pedigüeños.
Antoni Miró, en mi opinión, es un artista paradójico, utiliza el lenguaje aparentemente sencillo, pero en realidad muy estructurado y constante de los mass media, que es un lenguaje pensado para que la gente consuma y no piense, para denunciar nuestra sociedad de consumo profundamente inhumana. En una estrategia iconográfica publicitaria o de propaganda que nos presenta el mundo moderno como una hermosa fruta, y que nos da una superficial apariencia de pseudo-felicidad, la obra de Antoni Miró es como una carcoma que devora desde dentro esta falsedad y en denuncia las injusticias y las aberraciones, en aquella gran tradición, hoy en día demasiado olvidada, del arte comprometido.