Gaudeamus igitur
Antoni Gascó
Se ha escrito mucho, y bueno, de la obra de Antoni Miró. Tanto que posiblemente sea uno de los más analizados de entre los artistas contemporáneos del antiguo sol ibérico, el de Tartessos, el de Indíbil y Mandonio, el de brujas y caminos de estrellada, el de moros y cristianos, el de santos y truhanes, el de papas y antipapas, el de “la Celestina” y Santa Teresa, el de inquisidores y eruditos nigromantes, el de invasiones y diásporas... y es natural porque su obra tiene, desde el inicio, contenidos muy plurales ricos en iconografía que revelan unas preocupaciones sociales y sensitivas, fruto de una capacidad de observación y análisis, tan sólo pares a su exigencia de expresión estética.
En Miró hay mucho existencialista. Tanto que a veces pienso si no es un inteligente y vivaracho filósofo cáustico que tiene, en la posibilidad de acción artística, un sistema para expresar su concepto de la vida: sensual, emocional, descriptivo, creativo, crítico, irónico y comunicativo. Esta vida inmensa en todos sus contrasentidos, de entre los cuales el más radical podía ser lo que no se puede salir vivo. “Carpe diem” sí, pero para quien se lo pueda permitir, que no son todos. Por el contrario, más bien son muy pocos. Miró abandonó hace tiempo el jardín de Horacio, para ponerse a caminar, con bastón firme y la ruta bien aprendida, por la calzada de la historia que —por cierto— cada vez tiene más tráfico y está más contaminada..., vino de atrás hacia adelante, y llenó las alforjas de experiencias: unas dulces, otras amargas; unas muy proteicas y otros con carbohidratos, que le alimentaron, no poco, aunque también tuvo indigestiones.
Su periplo comenzó en las catacumbas de la España del yugo y las flechas, para recibir sacramentos en el mes de mayo de 1968, que el confirmaron en el compromiso de su credo social. Fuster, Gil-Albert, Ovidi Montllor, Espriu... y tantos otros son santos entronizados en el altar de su fe que, además, lo tuvieron como Papa de su Pentecostés. Esto marca, claro que marca. Miró fue un clarísimo exponente de la vanguardia de su tiempo. Catalán “Gorgues dixit”. Un pintor que a sus cincuenta y cinco años ha acumulado tanta leyenda que puede ir esparciéndose desde hace al menos dos décadas. No se entiende la historia del arte valenciano y español, de los sesenta y de los setenta, sin la decisiva aportación de su obra, como la de otros colegas con quien tiene indudables contactos concept-formales.
Pop, pop, pop, pop, pop, pop, pop..., no es que llueva sobre mojado, es que el estilo “se hizo carne y habitó entre nosotros” y fastidió con panfletaria ironía de sus autores los profetas del decrépito imperio. Y es que todos son, (eran) hijos de un tiempo y un país; y eso —por peor que les siente a los detractores de Montesquieu— deja saldos. Y al final sin dejar de vivir y sentir, conocer y asumir, llegó hasta el presente, amasando empanadas de libertades que cada vez eran más nutritivas. Empanadas cocidas en el maíz horno ibérico, en el que hace pan de molde en cualquier “street” de Manhattan cebada y mijo a los abonos de Tanzania. Así asumió el presente mecánico e impersonal, cinematográfico y proletario, angustiante entre otras muchas ansiedades, por la lesión de su alrededor vivo, fuera humano o geográfico. Él pasó por el tiempo y el tiempo pasó por él. Reflexionó sobre lo que acontecía y sacó conclusiones. Escribió literatura plástica, con no pocas dosis de mordacidad, diciendo verdades con referentes de a diario, haciendo crítica y, en muchos casos, simplemente humor cáustico. Se comprometió y vivió su juventud y madurez con el énfasis de quien es vital por naturaleza y de estirpe mediterráneo... De su arte hizo vida y de la vida, arte; y ambos palpitante porque tenían sangre y vísceras.
Pero hablamos en concreto de arte que es, a la postre, lo que toca, considerando que Miró no es un literato, ni un político, ni un ecólogo, ni un moralista (lo dice Rambla, y lo dice muy bien). Miró en realidad es un pintor, un pintor de su tiempo, como lo fueron Caravaggio, Velázquez, Goya, Rembrandt, Picasso y otros muchos, muchos, muchos más. Muchos, muchos, muchos, muchos, muchos, muchos más no lo fueron. Esto es, un comunicador plástico. Miró parte de los dos cardinales postulados que han verbalizado la más medular ideología en el arte: contemplación y reflexión. No sólo el arte es una estética, sino también una ética, “ergo” un compromiso, lo que el artista tiene muy clara. Y este compromiso tiene mucho iconoclasta por denunciador, crítico o simplemente novelesco de su momento. A los mayores les gustaba hacer bajar los dioses de sus respectivos Olympos. Picasso enmendar la plana a Rubens con sus Horrores de la guerra transmutado en Guernica; Velázquez emborrachó de verdad Baco; Caravaggio hizo analfabeto San Mateo o sacó la Virgen del Tiber і Goya... bueno, bueno, bueno... Goya hurtó la luz en todas las Españas que las vimos como ya las vio Estrabón hacía dos mil años: negros, mezquinas y viejas. ¿Vale la pena seguir poniendo ejemplos? Han cambiado los tiempos y los estilos; las preocupaciones (pero), son idénticas.
Situamos en esta tesitura nuestro pintor nacido en Alcoy —el cual no deja de tener también su estigma por la tradición de notorios artistas paisanos, Adrià Espí lo firma, lo afirma en libros de datación vieja— que para cuajar su obra, ya se ha dicho, parte de una convención Pop y se mantiene, aunque existen las naturales variaciones de quien, con el tiempo, modificando además el mensaje formal a medida que la madurez y la experiencia (aleatoria y divergente y no tan acumulativamente positiva como se cree) van construyendo el personal edificio biográfico a que obviamente, no faltan ventanas y alguien u otro ladrillo suelto.
Forma y contenido. Imágenes en las que se provoca la reflexión mediante referentes simbolistas. Sibilino enlazador de paradojas y progenitor de metáforas de gran impacto, recogidas de entre todas las referencias de la historia del arte y de los noticiarios gráficos, cuando no de los grafismos publicitarios. Así es. Una implicación gravitante del pasado y presente, que significa la unidad del ser humano, nos obliga a utilizar un método jeroglífico crítico para desvelar el criptograma, casi siempre incisivo de su mensaje. Evidentemente, el pintor nos ofrece datos. En muchos casos, sin embargo, estos datos nos obligan a consultar la propia erudición cuando no, si ésta es escasa, de las enciclopedias, para saber de qué se está hablando en su relato pictórico. Muy buena manera para introducir al espectador en un compromiso activo, que esté por encima de la simple traducción inmediata. De este modo, se separa del Pop según el uso; penetra en el diagrama del Pop historicista que se conformó en estas latitudes por el inveterado heredado quevedesca. No se trata de la figuración fría y racional “contra expresionista” del Pop de Wesselmann o Warhol. Muy al contrario, es una figuración más racional, si cabe, pero encendido y de hiperbólica expresividad. Se la manifestación de lo ibérico que sigue escarificar tras muchos milenios.
Es su sin duda, una pintura ilustrada, creativa, fruto de una formación surgida del azar de las vivencias, de las informaciones, de las lecturas, de las imágenes... para que lo pretérito ofrece una gran cantidad de referencias —Bonet Correa lo ha llamado con acertada precisión “memoria de un mundo”— en que el objeto queda consagrado en una categórica sustantividad. Pero su pintura tiene, al mismo tiempo, cierta dosis de emoción sensitiva, incluso en ocasiones de tragedia que arranca de lo habitual e inmediato; es por ello que la creatividad de Antoni Miró encuentra en cada momento tema, porque en el objeto trivial se encuentra con el metalenguaje recóndito que hay en su seno más profundo. Pero lo más importante es que siempre consigue que su obra tenga la trascendencia del absoluto (aquí la definida transmisión de su plástica) sin perder la espontaneidad y viveza de lo habitual. Miró nos seduce por la variedad casi inalcanzable de sus temáticas y por la riqueza tan plural de sus soluciones, (evidenciadores de una imaginación tan sorprendente como creativa, capaz de unir la docta ciencia de su instrucción con el tópico cotidiano) por la fantasía, por la magia sin truco, o con el truco a la vista por la ambigüedad y por la capacidad, admirable, de asumir en sus creaciones las diversas corrientes de la historia del arte, sin renunciar a su estilo propio. Vale la pena saber hasta qué punto hay algo de cínico en su labor de reutilizar los procedimientos postdadaístas, post-Pop, postpóvera, objetuales, constructivistas... —por lo del objeto en sí mismo, la pérdida de el oficio, y otras elucubraciones de la modernidad “de hic et nunc”— y las tendencias del presente o más presente, “pour étaper le bourgeois” o de integrar arquetipos de la llamada tradición histórica. En conclusión, Miró consigue hilvanar yuxtaposiciones para sublevar con la tela. Dicho de otro modo: testimoniar las posibilidades creativas del pasado y del presente, con figuras u objetos en forma de metáforas de incisivo impacto. ¡Chim-pum!: además de expresivo y gráfico, didáctico.
Y en cuanto a la forma, definimos que Antoni Miró es un pintor que pinta y pinta muy bien; y lo hace partiendo de los lazos más ortodoxos. Domina el dibujo con perfección casi fotográfica. Es significativo en el retrato y en la actitud, de la misma manera que acentuador de la acción espacial. Compone, casi siempre con audacia dinámica. Ve el color. Emplea una gama tan amplia como sugestiva. Usar con igual sabiduría las veladuras para conseguir percepciones de muy variada sutileza cromática —hemos de apropiarse a ellos para ver este submundo de abstracciones evanescentes— como las texturas y, sobre todo, dota de intención gestual sus tipos, dado que de ordinario las personas son las protagonistas de sus argumentos. A lo largo de su dilatada trayectoria plástica, de casi medio siglo, ha predominado el gusto por la forma inspirada en el diseño, en el grafismo. Natural, cuando vivimos en la época de la publicidad, hasta el extremo de que los lenguajes icónicos del presente son fruto de sus cometidos; pero esto no priva porque señor de una técnica tan encantadora como poderosa, inquietarse en el disciplinado virtuosismo, para sorprender y auto motivarse en un realismo a ultranza. Quizás sea en alguna ocasión como un reto, pero la técnica es tan sólo un recurso, no un fin en sí mismo en la obra de Miró.
En realidad, como aquel rey de los francos, Clodoveo, nuestro pintor crema lo ha adorado, y adora lo que ha quemado. Es el resultado de la creencia: la libertad, la vivencia de todas las sensaciones, el compromiso ético con sus semejantes, la sensibilidad a ultranza y el conocimiento. Ecléctico, escéptico y epicúreo, artista sensitivo. Apolíneo y fáustico a la vez, tanto en el obrar como en el pensar, tanto en la forma como en el contenido. Las dos caras del mismo denario. Y eso siempre, siempre. Siempre vivo, vital y vivaz.
Y en su última producción, si seguimos la formula que inspiró su Vivace, la sensualidad como recurso, la sensualidad como sistema, la sensualidad como arquetipo, la sensualidad como percepción... La sensualidad, tan referenciada en otros ciclos de su biografía plástica, como parte integrante de nuestro ser y nuestro vivir. La sensualidad como símbolo y sensación, la sensualidad como plástica y como creencia, como imagen y como concepto. Todo un abanico de posibilidades entre las que no falta esta sustantividad irónica que tanto caracteriza a nuestro pintor. Vale la pena descubrir estas pequeñas iconos ocultas donde aparecen, como quería Brossa, lenguajes celados que son propios de nuestro submundo o de nuestro inframundo. Esto es, de nuestra psique común, porque queramos o no, Eros es parte de nuestra cultura, siempre tentando el artista, que aceptó su intención ya desde la Venus del Paleolítico... Es curioso como la calurosa fuerza plástica de Miró es proyecta desde el tiempo remoto sin dejar de ser, por ello, actual, cotidiana y, sobre todo, vital y simbolista. Y es que Vivace viene de “vivo”; porque hay que estar muy pero que muy vivo para ser vivaz. Y es que vivaz es el agudo, el perspicaz, el ingenioso, el sensitivo... (utilice un diccionario de sinónimos). “Vivace, molto vivace. Gaudeamus igitur”.