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El dólar, de Antoni Miró

Fèlix Cucurull

Me parece que hay que ser muy bobo para continuar creyendo que existe una Civilización con mayúscula. Al pasar años y empujando siglos, homologando y aniquilando, la gente de ciertas latitudes había llegado a creer en una frontera que delimitaba con precisión incuestionable los territorios habitados por gente de mente elevada que conectaba con la divinidad suprema y zonas pobladas por una especie de humanoides que recibían el nombre de bárbaros y de salvajes. Es posible que hoy sean muy pocos los que piensen que todo esto de la civilización resulta tan claro; y cada día son más los que, cuando se les habla de civilizar, lo primero que se preguntan es: ¿a quién tocará el recibir? De civilizaciones, encontramos a mediodía y al norte, a poniente y levante, a garbín y a gregal, a mistral y a siroco; pero, ¿hay alguna modélica? En todo caso, ¿lo es la que ahora intenta civilizar todo, la que podríamos llamar civilización del dólar?

Escribo estas rallas con un libro delante que lleva precisamente por título el nombre de este papel moneda. En la sobrecubierta, unos billetes de banco estadounidenses se enlazan con una pistola y unas balas esparcidas; es el nuevo signo civilizador, que ha sustituido al de la cruz y la espada. Bellamente editado –de Edicions Canigó–, este libro de verdad «lacerante», «punzante», «doloroso», para muchos resultará «molesto». Y es que el arte, cuando profundizando en él mismo llega a las raíces de la realidad para hacerse bandera al embate de todos los vientos, molesta a algunos de los que se ven reflejados desnudos, sin careta.

El dòlar, este volumen que tengo delante, es un álbum fotográfico de la obra escultórica y pictórica (período 1973-1979) de un gran artista, Antoni Miró, valenciano hijo de Alcoy, universalmente conocido y admirado, sobre todo más allá de las fronteras de los Países Catalanes. El denominador común de esta obra es la denuncia de la opresión, de todas las formas de opresión. Sobresale, claro, la denuncia del imperialismo; desde el país donde el dólar es la divisa y de todos los otros imperialismos, como el que queda expresado en las secuencias que toman pie en el célebre cuadro de Las lanzas de Velázquez. Sí, las lanzas de aquella antigua monarquía asentada en Madrid, en los amplios dominios de la cual el sol nunca se ponía y que, cuando el sol ya la estaba abandonando, sirvieron para someter, alcanzándonos a todos juntos el mal de Almansa, el País Valenciano, el Principado de Cataluña y las Islas Baleares.

No interpreto; sólo traduzco. El arte de Antoni Miró es tan transparente como penetrante. Es por ello que Jaume Fàbrega puede escribir, sin vacilaciones, que «en Antoni Miró, justamente, se da una plena identidad y coherencia entre ciudadano –que lucha por los Países Catalanes, contra el imperialismo y la opresión– y artista –que se bate por nuevos lenguajes, revulsivos y plenamente identificados con nuestra época–». Y Vicent Andrés Estellés, al expresar su «vieja admiración» por este artista, puede decirnos que es «un gran valenciano, combativo, combatiente, de las primeras horas». Y como el universalismo es la asunción de los deferentes particularismos a partir del particularismo de la comunidad donde cada uno pertenece, a través de su identidad valenciana que lo hace convertirse, según Isabel-Clara Simó, en «independentista», Antoni Miró se convierte en intérprete válido del sufrimiento de los hombres y de los pueblos de todas partes.

Con El dólar de Miró ante los ojos desaparecen los espejismos que nos podrían hacer creer que la civilización occidental ha encontrado el verdadero camino del progreso y nos vemos obligados a una reflexión profunda.

PINTEU PINTURA 1980-1988

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