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De Lisboa a NY

Vicent Berenguer

La idea de paso en la obra de Antoni Miró podría ser una pista detrás de la cual pueden encontrarse algunos aspectos muy sugerentes. Queda claro que toda la vida es un paso inexorable, desde el nacimiento hasta la muerte. La cuestión es cómo pasamos y si este tránsito provoca en nosotros algún saber y a la vez, con nuestra vida, aportamos algún halo de sentido a este mundo, si contribuimos o no a ennoblecerlo un poco.

Por las características del arte de la pintura, no cabe duda que sin ella la idea que tenemos del mundo sería inconcebible. El ser humano con la pintura se representa y desarrolla un lenguaje plástico especialmente proteico que, junto con el resto de medios expresivos o lenguajes, aporta una integridad al imaginario humano; colectivo que nos recuerda en todo momento que los humanos estamos recorriendo un camino con unas pautas que hasta ahora, una de las cosas que reafirman con mas estupor, al menos para muchos, es la esencialidad de lo que estamos constituidos: el hambre, el gozo, el deseo, el miedo, la ambición, el odio, etc., sin olvidar unos rudimentos de razón e inteligencia que no siempre se utilizan de la manera más generosa.

En la historia de la pintura me parece que estos aspectos tienen una continuidad agobiante, y desde este lenguaje plástico intentan desarrollar una naturaleza moral, quizás una solidaridad entre la especie a pesar de que no siempre la han conseguido. Así, entre el paisaje, entre la decoración del fondo pictórico, desde las paredes de las cavernas a las superficies sobre las cuales se pinta en nuestros días, la obra de arte siempre me parece supeditada en busca de un sentido moral, dirigida a la búsqueda continuada de un porque en el inquietante fondo humano, a descifrarlo desde las vísceras a la piel o viceversa. Y afirmaría que una obra nos conmueve, especialmente siempre que apunta o apuntala alguna intención moral, cuando su contemplación sacude la conciencia además de las primeras impresiones más o menos sensoriales. Que haya también un sentido lúdico y febril en el hecho de pintar es evidente pero exhibirlo solo fuera es dejar el proceso creativo y su finalidad inacabados, lo que creo que puede considerarse estéticamente injustificable.

Hasta ahora, la obra de Antoni Miró va pasando ya por un largo trayecto y por fortuna todavía está totalmente abierta hacia direcciones insospechadas. El paso de una temática a otra está marcado siempre por este aspecto moral: el hambre, la desnudez, la pobreza, los locos, América negra, el dólar, Chile, pintáis pintura, una determinada reivindicación sobre la indentidad, vivace, sin título, etc. Estos temas no son solo obsesiones generadas por la pulsión biográfica del artista puesto que tienen un claro origen en acontecimientos cotidianos y conscientemente en la esfera política en gran parte. Es indudable que el autor está en el mundo, pero igualmente lo es que está mirándolo o estudiándolo atentamente desde un lugar concreto, en un diálogo desde lo local a lo global. Y a partir de aquí, la postura moral en la pintura de Antoni Miró va pasando episodios con una gran exigencia plástica como se ve a través de las últimas décadas donde ha buscado sucesivamente una determinada denuncia, deglutiendo la actualidad pero también digiriendo la tradición. La tradición, por sí misma, ya es un aspecto que presenta una más que considerable variedad de tomas de posición creativas. Por todo esto, el alcance de todos sus ciclos pictóricos, visto retrospectivamente, me lleva a insistir en estas claras características morales quizá con una calidad y un alcance que no me resulta fácil de fijar exhaustivamente. Por la visión global de su obra, ahora es posible imaginar sin mucha dificultad que la pura descripción de los elementos pintados en sus obras informa muy bien de esta moral a la que se alude, evidentemente nada convencional. Podrá asustar a alguien en algún momento la densidad de intenciones o sentido moral y plástico que puede encontrarse en la obra de Antoni Miró; me parece que, en todo caso, la causa no está en él sino en la época que le proporciona este argumento incesante.

Desde sus primeras obras hasta las ultimísimas, para mí siempre cautivadoras, las series que podemos considerar más ambiciosas son por ejemplo «De Lisboa», «NY» pasando por las de apariencia más «popular» como las bicicletas, los desnudos, los collages... La realización de cada obra no está exenta de la asociación entre la seducción de la carne y la seducción que ejerce la pintura, naturalmente en los ojos de un artista de hoy cautivado por la historia. Cabe añadir que esta alegoría es un recurso que encontramos de manera admirable desde el románico hasta el surrealismo; es una larga tradición y Antoni Miró la continúa y la persevera en el hecho de haber creado un universo personal en permanente diálogo. Salta a la vista que es una actitud muy creativa puesto que ante la contemplación del cuadro se nos induce a unas determinadas lecturas que pueden enriquecerse según la naturaleza de sus elementos y según la sensibilidad cultural que el espectador o lector. De este modo, su pintura, además de provocar en la conciencia el acto de ver, sorprende con la ruptura de convencionalismos para que este lector de pintura sea consciente de las relaciones que se establecen con el mundo desde un innegable sentido de la contemporaneidad pero también con un llamamiento hacia el sentido de la historia. Por eso cada obra, por sí misma, evidentemente se puede leer como un todo, pero el conjunto, desde su indudable complejidad, también permitiría leerse desde una unicidad con una intención moral.

Iniciada en 2003, la serie «De Lisboa» –grabados, aguafuertes, pinturas– representa otro paso de Antoni Miró para explicar la estatura de la sociedad actual y del hombre como es obvio. Ahora el objeto y el pretexto de la pintura es la ciudad de Lisboa, de donde se desprende, anecdóticamente, un evidente homenaje a la urbe que, con todo, está al servicio del universo mironiano, de la búsqueda en el mítico universo de la ciudad del Tajo de algún rastro de conciencia que se pueda reconocer a través de cualquier humano. Así, a partir de unos escenarios, algunos de ellos con marcas tan profundas como las que ha dejado Fernando Pessoa, Antoni Miró proyecta la luz y la sombra de su sintaxis plástica para ver esta ciudad a pesar de que ahora diga algunas cosas renovadas y dejando otras inseguras, dejando otras perennes o también detenidas en un ámbito sin tiempo. El Rossio, la Baja, el Chiado, etc. son una idea de ciudad romántica que parecía ya definida por la historia о quizá por el inevitable turismo que nos perturba y nos trae ecos de la desazón de Pessoa; unos escenarios urbanos que provocan inquietudes y contradicciones por la manera que conviven el viejo y el nuevo, que de alguna manera encomiendan que nuestras ilusiones sean descreer o que creer en un dios o en un no-dios sea una desilusión.

Reconociendo la deuda con Pessoa, se podría aceptar, ni que fuera provisionalmente, que pasar por una ciudad que ahora se llama Lisboa en esta época es un buen ejercicio de conocimiento. Esta es la idea que propondría para explicar la atmósfera que con un «ahora» sin tiempo empapa la obra de Antoni Miró; obras donde se adivinan diferentes calles, candorosos animales, un río, unos escenarios repletos de dramas y pequeñas alegrías que nos transportan seguramente a los mismos dramas que describe el cancionero de Camöes –si dejamos a parte la epopeya– pero Pessoa los desmitifica en cuanto a su contemporaneidad y rompe así tanto el fácil y amable sueño del pasado glorioso como el futuro ilusorio para recordar al solitario individuo que, a partir del siglo XX, se han corrompido muchas esperanzas. Pessoa afirma que el buen soñador no se despierta y en el punto en que un personaje pessoano pide qué cosa tan pavorosa y tan preciosa como aquello que hay «allí», se le contesta que «aquello, es el mundo». Parecerá una apreciación con apariencia ingenua pero no resulta cómodo constatarla. Pessoa era un místico que quería creer, pero descree por tentación y por principios. Sus intuiciones, después de él, han invadido Lisboa y la han ultrapasado, avanzando hacia el resto de mundo occidental u occidentalizado y no escucharlo no es fácil. Por desgracia, el sentido que desarrolla la actual sociedad de consumo va convergiendo en estos augurios, y de convivir con esta percepción quizá tenemos que hacer un arte de la manera más lúcida posible. El paso de Antoni Miró por esta ciudad, en la medida que la ciudad es metáfora del mundo, lo ha traído a empaparse de esta atmósfera puesto que su tarea es iluminar esta bárbara comedia –a veces tragedia– que representamos para simular sobrevivir en esta sociedad del pos-futuro tan imprevisible.

La colección «NY» aparece a partir de 2002 y representa otro paso en la pintura de Antoni Miró. Además de las obras de formatos usuales, ahora el uso de un apoyo cuboide plasma un nuevo discurso que condiciona nuevas percepciones de la obra. A veces el gran formato para tratar temas basados en la vida americana, o sobre todo neoyorquina, provoca fácilmente sensaciones de poder y de agobio. En este caso, Antoni Miró ha dado cabida a una singular interpretación de NY en una caja; un artefacto que denomina cuboide. Parece que así la concentración de los símbolos de esta ciudad, mediante este artefacto, encomienda escrutar sus detalles desde un espacio nuevo, en tres dimensiones, y lo que encontramos son pruebas, pruebas reticentes del poder económico. Cómo explicar esta ciudad, puede preguntarse el artista, a los que ya se lo explican todo porque parece que todos ya nos lo explicamos todo. El hombre actual, el hombre de este mundo del después del futuro, ya se lo explica todo. Pero contra esta credulidad, el arte tiene que continuar inventándose una autonomía para volver a expresar con sentido.

En estas obras de ahora quizá se consigue en buena mide rehuir los lugares comunes tan peligrosos cuando un artista pasa a la otra orilla del Atlántico y va a NY. «NY» no es solo la metáfora del nuevo concepto plástico que Antoni Miró quiere que incorporemos esta metrópoli a nuestro maltratado imaginario; es la misma imagen de la evidencia, la seducción de la evidencia como imagen del sueño de la modernidad que probablemente tiene muchos elementos de falsedad o de intoxicación de la conciencia. Porque quizás en el vacío de este cuboide se contiene en gran parte el vacío de la conciencia que genera esta ciudad en el mundo occidental, si NY no ha secuestrado ya el mundo occidental, y este mundo –incluso con aplausos– es ocupado exclusivamente por ella: el vacío de la conciencia. Habrá alguna persona con buena voluntad detrás de alguna ventana de estos rascacielos, habrá algo más que publicidad dentro de estas obras «neoyorquinas», habrá alguna persona pasando por aquellas calles que confíe en la buena voluntad de los sueños que le ofrecen; son cosas que me pregunto. Ahora, los macabros atentados del ll-S con el conocido resultado de la desaparición de las Torres Gemelas han hecho que nos cuestionamos algunas certezas que teníamos hasta entonces. Si la respuesta es más y mejor NY en el mismo sentido, como parece que será, esto probablemente empequeñecerá todavía más nuestra conciencia. En estas obras de Antoni Miró ya se intuye una conciencia así, porque se la transporto frágilmente, fácilmente de manejar pero quebradiza, con muchas ventanas encendidas o apagones, pero con inquietud sobre su devenir. Fernando Pessoa, que también se preocupaba por la conciencia, desde la otra acera del Atlántico intuía la insensatez de las guerras puesto que estaba seguro que siempre las ganaba un imbécil y, por ello, este consigue hacernos constatar sucesivamente cómo hemos retrocedido desde la civilización de Grecia y Roma. Es una buena aproximación para recordar el origen de las insensateces y, a la vez, la materia de la que estamos constituidos: hambre, gozo, deseo, miedo, ambición, odio, etc.; son cosas que todavía cuentan.

El arte surge en el grupo social y puede ser una herramienta de doble filo, puede preguntar el porqué de aquella verticalidad siempre buscando más altura, pero ahora, ante el artefacto plástico de Antoni Miró, el arte también puede presentar alguna respuesta: la respuesta es que nos hemos empequeñecido, somos frágiles y tenemos que desconfiar de los falsos auténticos dioses que pretenden venir a salvarnos. Estas obras dan que pensar en algunas cosas, el hombre de la prehistoria pintaba a los animales que le rodeaban, los cazaba y también era cazado por el hombre, porque para algunos la cacería del hombre es una oportunidad de ascender, y el uso que hacen de la tecnología ha permitido mejorar su crueldad con tanta eficacia que la constatación de que hacemos retroceder a la civilización tiene que considerarse inmediata y seriamente. El arte expresa la plenitud de la vida y por eso también contribuye a recordar que los homínidos a menudo cometen grandes insensateces. Los humanos, además de conquistar la verticalidad, mediante el arte tenemos una noble misión moral: la de recordar que el hombre y la mujer tienen que pensar en hacer el bien. El lugar es el planeta y el planeta es el lugar de cada persona.

DE LISBOA A NY ANTONI MIRÓ

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