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Antoni Miró. Cuando el arte ilumina, el fuego alumbra

Feliu Ventura

La gente dice que el mundo de Antoni Miró está compuesto por tintes que empapan las fibras microscópicas que forman el lienzo, por pintura que se seca lentamente y por colores que ocupan su espacio barridos por hábiles pinceles.

Opinan que es la pasión por la transformación de la sociedad a través de su propio trabajo y de la difusión del trabajo de los demás.

La gente dice que el mundo de Antoni Miró es un mundo misterioso, nocturno, de secretos y sigilos.

Algunos piensan que el Sopalmo será la última fábrica que cerrará en la comarca “l'Alcoià” y que ha mantenido durante décadas una huelga indefinida consistente en crear obras artísticas incansablemente hasta destruir los dueños del mundo con la única herramienta determinante para hacerlo: la cultura.

Toni me hace recordar la anécdota que cuentan del poeta Joan Brossa cuando fue a renovarse el DNI y le pidieron por su profesión; dijo: «Poeta». El funcionario le corrigió: «¿Paleta ?, pondremos albañil». Antoni Miró es un albañil del arte y no sólo porque sostiene con el dedo pulgar una paleta cada noche, sino porque llega a la pintura con la fuerza de su trabajo, un oficio diligente, pulcro y lleno de dignidad, sin amos, pero al servicio de todos.

Para mí el mundo de Toni es un mundo de creación, donde él está hay un espacio de creación. Personalmente tengo la suerte de experimentarlo gracias a que Ausiàs, Sofía y Toni me acogen intermitentemente en el Sopalmo como un náufrago de interior. En su casa he hecho un libro y algunas canciones y no soy el único ni seré el último seguramente, mientras Toni pinta, en silencio, con un ritmo trepidante y preciso a la vez. Cualquiera que trabaje intentando seguir su ritmo acabará pasándose de rosca como Charlot en Tiempos Modernos. Afortunadamente no hay competencia entre nuestras secciones de la fábrica. A los dos nos gusta la pintura y la música porque nos gusta la cultura y, aunque no somos de misa, entramos en el espacio del otro con un respeto de catedral y media.

Su mirada rebelde es un espejo y, al mismo tiempo, su pintura nos interroga siempre, herida de humanidad. Un embate que debemos saber guardar dentro nuestro para la creación de un corazón desobediente. Cuando el arte ilumina, el fuego alumbra : fuck you! Esto es la cultura. No es el ámbito de una concejalía, ni de una consejería, ni de un ministerio. No es el ocio vacío del obrero para hacer más llevadera la explotación, ni el mecenazgo «benéfico» de los dueños para lavar su conciencia. No es una competición intelectual clasista de las élites, ni la reducción a «industrias» culturales que reproduce en el arte los sistemas de explotación de los trabajadores. Es, incluso, mucho más que sus empleados, porque nunca es unidireccional, no es pública ni privada: es comunitaria.

La cultura es soberana, desobediente y sediciosa, y prueba de ello la tenemos en las condenas judiciales a cantantes de rap y dibujantes de cómics, o el hecho de arrancar obscenamente con una radial la obra 25 de abril. 1707, de Antoni Miró, en Gandia. A modo de recordatorio, amigos, la cultura no es la música aprisionada en el hilo musical de un ascensor o en una tienda de ropa, ni la decoración de una habitación de hotel, no es el trofeo disecado sobre la chimenea , ni los buñuelos urbanísticos en las rotondas de las autovías. La cultura es vocación de rebelión, insurrección y desobediencia.

Personajes es eso, pintura que crea conciencia a través de la concienciación de la misma pintura, y lo hace con la representación de mujeres y hombres que entienden la cultura como uno de los "martillos del pensamiento", palabras de Miquel Duran de Valencia. Encontraremos a Isabel-Clara Simó como martillo del feminismo en la literatura, a Enric Valor como martillo de la tradición narrativa oral. Tendremos a Víctor Jara, Lorca o Miguel Hernández como martillos de memoria histórica del arte represaliado, y oiremos a  Raimon, Bonet, Ovidi, Léo Ferré y Pau Casals como martillos de la música y la canción comprometidas. Veremos a Dalí y Tàpies como martillos de vanguardia; leeremos a  Estellés y Espriu como martillos voluptuosos del lenguaje.

Y, sin movernos ni un milímetro, tendremos los martillos de Marx, Fuster, Freud. También podemos ver a Salvador Allende, presidente que organizó «el tren de la cultura» para difundirla pueblo a pueblo, y al impulsor de la campaña de alfabetización más grande del siglo pasado al que llamaban Che.

Frente a cada obra de esta serie, palabras, formas, sonidos y colores nos atrapan y, al final de esta visita, invadidos por este incendio de lienzos con toda la fuerza expresiva de la textura y la sonoridad, retomamos el camino pensando que siempre faltará alguna persona en esta galería de personajes. Es inevitable, pero forma parte de la obra de Miró como un juego deliberadamente incompleto que sigue golpeando a quien mira, martillando el pensamiento después de la contemplación.

Dicho esto, me atrevo ahora a pintar Antoni Miró en mi galería de personajes: referente, impulsor y divulgador de todas las artes. Artes, en plural, pero, al final : fontaneros, encofradores y carpinteros estamos juntos a pie de obra construyendo cultura.
Hay un personaje, sin embargo, que no formará parte de esta serie. Es el «Feli-Felip» boca abajo en la Casa de la Enseñanza (Museo de Bellas Artes) de Xàtiva que el Museo del Almudín adquirió en 1989. No forma parte de Personajes, pero sigue el hilo de la obra de Antoni Miró y os invito a ubicarlo en ella.

Un día vi escrito que «la vida de uno no cabe en la vida de uno, sino en la vida de muchos» y esto es también el mundo de Toni : es lo que él ha hecho, todo lo que nos ha hecho hacer y lo que nos hará hacer.

Personatges, Antoni Miró

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