Llances Imperials (Lanzas Imperiales)
«No es suficiente decir solamente la verdad, por el contrario conviene mostrar la causa de la falsedad»
Aristóteles
Sólo a prima facie ya podemos asegurar que Lanzas Imperiales (Las lanzas) es una «opus magnum», donde el pintor Antoni Miró ha trabajado muchos y diversos recursos artísticos para componer esta obra, bien principal, fechada el 1976/77, y dentro de la serie intitulada El Dòlar. Y decimos lo de gran trabajo no sólo en sentido figurado, atendiendo a la intensidad, o al alcance creativo de esta obra, también ponemos de manifiesto que las dimensiones de la propuesta son, cuanto menos, formidables, toda vez que, además, por tratarse de una obra-objeto, implica toda una serie de dificultades a la hora de llevar a cabo su realización práctica.
Así nos encontramos, en Les Llances, ante un enorme reto creativo, donde la labor artesanal significa, en buena medida, la eficacia en el resultado del proyecto. Quedamos, pues, en la contemplación de una realidad donde el sentido utilitario de la realización artística es evidente: dos bloques que se pliegan (250x800) permitiendo, a las partes constituyentes de la propuesta, ser accionadas a voluntad, y para hacer posible el establecimiento sin demasiados problemas en las distintas salas de exposición donde se ha podido trasladar; así como ha sido relativamente sencillo procurar el transporte de la gran pieza que la obra evidencia. Les Llances, propuesta de gran artesanado donde el pintor Antoni Miró ha trabajado la tabla y el aluminio para materializar su discurso de análisis de unos hechos ocurridos allá por 1625, cuando Ambrosio Spinola recibe las llaves de Breda de manos del gobernador holandés Justino de Nassau. Antoni Miró, con su forma de mirar, sutil e irónica, afianza la intención de valorar unos hechos históricos, al servicio de la propaganda política de la monarquía hispánica del momento, y establece el rescate para los tiempos que nos han tocado vivir. En la voluntad de pontificar en torno a la clemencia de aquella corona (así lo procura Velázquez), el artista Antoni Miró resalta, y quizá también resume, la lucha desigual que supone evitar la independencia de Holanda, trasladando aquellas intenciones primeras al tiempo contemporáneo y, por tanto, acomodando un nuevo discurso donde la implicación sea posible, y la garantía de una próxima comprensión fácilmente identificable. Se trata, como hemos señalado de una visión irónica, crítica y singularmente accionada, la que lleva a cabo el artista Antoni Miró. Su atención al primer interregno es evidente, justo en el lugar donde se cuecen los hechos bárbaros de la rendición, o de la humillación, porque no importa si al final la historia nos traslada una realidad donde se confirma la imagen de los vencedores por encima de los vencidos. La habilidad del pintor, y si decimos la maestría también lo podemos acertar, por aquello de la magnitud de esta obra artesanal, queda vinculada a la voluntad de llevar a cabo la denuncia, o la puesta en valor, de unos acontecimientos que la historia ha tratado de sumergir en las aguas procelosas del olvido. Y el arte, ya en las fronteras de nuestra historia presente, ha venido al rescate. ¿Memoria sólo? ¿Rigor siquiera? ¿Disposición natural a favor de los vencidos? ¿Decir lo suficiente, y hasta aquí hemos llegado? ¿Establecer la subversión del orden natural de las cosas? Seguro, todo junto a la vez. O no conocer el trabajo de Antoni Miró.
Si hasta ahora nos ha convenido realizar el abordaje de algunas cuestiones de carácter, más o menos, técnico, será ahora que hablaremos del alcance que supone esta «opus magnum» dentro del vertiente de la formulación compositiva, por pasar, ya últimamente, al ámbito de la significación. Así, podemos comprobar la presencia de un «pop» donde el realismo está aún más presente y con más fuerza. Encontramos, o vemos, la virtualidad de un arte cinético al servicio del propio realismo que la obra manifiesta: la cola del caballo parece conmovida por la brisa, o por las olas del viento que la historia ahuyenta. Los claroscuros no sólo se parecen a los que se manifiestan en el arte barroco, o incluso en el tenebrismo de Rembrandt, quizá también alimentan la fuerza del contraste para acondicionar el espacio que a cada uno de los personajes le corresponde dentro de la percepción básica de este inmenso retablo. Las lanzas, las armas, en su discurso ilógico, son la arboleda que perpetúa el bosque de la victoria. Pero que el pintor Antoni Miró, haciéndolas móviles, dentro del atrevido proyecto que ejecuta, merma parte de la dureza que su miedo provoca. Ruido de palos emergentes, discursos intemporales que definen los matices de los análisis ulteriores, y acomodados al flujo de la interpretación más sofisticada. Un acierto, la pasión por ejercer la crítica a través del arte.
Y la ropa, pero también, sin embargo, las armas, ponen de manifiesto la vocación de hacer mención de lo que ha sido un traslado emotivo al capital de la historia que nos reúne y conforma. Desde el 1625 hasta el 1707 hay un recorrido, también, sin embargo, un hallazgo, o una realidad viviente, donde la derrota de un pueblo ha puesto de manifiesto la verosimilitud en el carácter de los hombres. El trasfondo susurra al oído aún preludio de un nuevo tiempo que tendrá que llegar. Las ropas i las armas, distancian los elementos vertebradores de la imagen que cada uno de los bandos manifiesta. Cuando hay vencidos es porque hay ganadores. ¿Será así siempre?
Trataremos, ahora, brevemente, de estimar lo que se nos muestra en la contemplación del cuadro, o del objeto pictórico de referencia, «Les Llances». Si nos situamos frente a frente ante la obra podemos entender las verdaderas intenciones de su autor: poner en evidencia palmaria el hecho incontestable del malo «imperialismo español», y de todo aquello que significó su actuación por tierras de Flandes, con el interés primordial y básico de la riqueza. A la izquierda, encontramos los libros (por tanto la cultura), vemos y agradecemos a Fuster, también a Mao. Acariciamos pintores, músicos, agricultores ..., el pueblo. A la derecha, ¿será una casualidad de carácter intemporal, y puramente geográfica ?, la fuerza, o toda la dureza del mundo protagonizada por las armas, por el dinero (son un vil metal), y por la mano pesada de un destino que nunca podrá ser nuestro. Así.
Y nos convocamos para realizar, ahora, un análisis muy particular, y nacido de nuestra esencial manera de acercarnos al retablo fantástico que Antoni Miró nos propone mirar. Será un viaje propio, con billete de ida solo, pues cada una de las insinuaciones que hemos podido intuir las hemos interiorizado para derramarlas, después, sobre el papel que tenemos delante, y con la ayuda y magisterio de nuestros sabios favoritos, tan queridos, con todo el sentimiento que las lecturas y ejercicios de exégesis han posibilitado realizar. Así pues, empezamos nuestro vuelo sobre las complejas tierras de la significación.
Cabalgan las yeguas cuando salen al campo de batalla y tratan de evitar, a veces inútilmente, los rencores furiosos de las bombardas. El grito de los soldados heridos, hartos de escalofrío, anuncian quizá la derrota. La carne mojada de sudor y de sangre empapa la tierra y rinde tributo a la osadía de luchar hasta el último suspiro, hasta el último aliento de vida. Los soldados, vehementes, no piden clemencia, reverberan junto a las tapias del infierno exigiendo justicia, sólo justicia y nada más ... Cuando Lord Byron apostilla, y parece un augurio inclemente: "... luchar contra nuestro destino sería un combate como aquel del manojo de espigas que quisiera resistirse a la hoz »Y tal vez tenga razón Lord Byron, pero nada nos lo corrobora, luchar a corazón batiente haciendo buena la teoría de «quien no pone no quita ». La obra de Antoni Miró preludia actos de resistencia, actos de voluntad contra la mano poderosa del régimen, de aquel y de todos aquellos que se parecen. El bando de la izquierda permanece repleto de posibilidades, aunque necesitemos una pizca de paciencia para esperar el mejor viento en las telas del barco que nunca llega al puerto definitivo de la gracia. «¡Cómo te pareces al agua, espíritu del hombre! ¡Cómo te pareces al viento, destino del hombre!” Asegura Goethe en su reflexión, y en cuanto nos aproxima al conocimiento, por comparación inefable, tanto del espíritu como del destino que el hombre ampara en su seno. Una manera de mirar, y de comprender después, la materia cordial que construye los perfiles del ser humano. Y como decíamos, a la izquierda radica lo mejor: los libros, los poetas, los músicos y los pintores ..., el pueblo. Un combate, no muy periférico, se trasluce de la contemplación de Les Llances. Se siente, a modo de salmodia persistente, un canto indeleble, un murmullo latente que nunca acaba de terminar. La voz, o las voces, que se avienen a cantar un conjunto de odas confidenciales de esperanza. A la derecha, por la fuerza, y por las armas, y por las bandas bicolores, y por la astilla en el anca del caballo (sólo un tapón harto de ironía), vive el altivo mensaje de los poderosos, y que lo son por la fuerza del dinero que abunda en sangre y miseria para la mayoría.
Pero en la obra del pintor, y a modo de leyenda no escrita, vive la convicción de pertenencia. Viven renglones nunca escritos que anuncian otras maneras de estar en la vida. La revuelta de los sueños, tal vez. La seguridad de abarcar todos los límites que precisan de clara voluntad y de común quehacer. El dibujo que ilustra el cuaderno de todas las historias proporcionadas por la dignidad de los concurrentes. Después de una mano, la otra mano procura el espacio común del encuentro ansiado. Imperiosa circunstancia que emerge de entre la sombra umbría de la hueste amiga. O sea, los nuestros. Porque como confirma Ugo Betti (aquel que escribió Corrupción en el Palacio de Justicia): «Le uniche Forze che ci favoriscono sono le nostre Forze» En el retablo de Antoni Miró se nos invita a no perder el tiempo en menesteres inútiles, pero sí a enjuagar el miedo, todos los miedos que favorecen la abdicación de la propia fuerza. La fuerza de la razón. La fuerza de la esperanza, también. Y nos sumamos, ahora, a otra voz que anuncia las ganancias para la voluntad: «Quien tiene la voluntad tiene la fuerza», dice, de forma sencilla, Menandro. Y claro que la voluntad significa una clara ayuda para emprender los caminos de la conquista, pero no es menos cierto que estos caminos hay que recorrerlos con prudencia, y con ingenio suficiente. El adversario nunca deja de arar. Y nuestros agricultores, los de las alpargatas singulares a la izquierda del cuadro, tampoco dejarán de aplicarse. Y será, cuanto menos, el vasto camino de la resistencia. Y no es, este, un mal camino; piedras y charcos aparte.
“¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo! Ya se Oyen los claros clarines. ¡La espada se anuncia con vivo reflejo; ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines !”, escribe Rubén Darío en su «Marcha triunfal». Y podemos comprobar, como siempre ha sido así, más o menos, de la misma manera. El canto apoya la mayor gloria de los poderosos, despreciando la presencia indócil los malogrados. En este caso no se trata de Velázquez, con los humos de guerra como trasfondo de su cuadro entelando la atmósfera total de la composición. Ahora, Rubén Darío, con su modernismo sonoro, así como atronador, es quien estimula la fiebre épica de los ejércitos victoriosos. Ahora, como casi siempre, presenciamos el mismo, acudimos a la misma cita, o en la misma reverberación de la espada fulgente de los victoriosos. No importan tiempo ni estación. Siempre, o casi siempre, lo mismo.
¿Y por qué tanta vehemencia? ¿Por qué tanto ejercito que se abate sobre la humana condición del humillado? Quizás sea el miedo. El miedo de lo que no se puede controlar, ni manipular, ni que se rinde fácilmente. Miedo a los cambios de viento que facilitan los incendios de lo primordial: la dignidad o la decencia del hombre. Y la pintura de Antoni Miró, la propuesta de Les Llances, significa bastante más que una reinterpretación de la historia. Tampoco una réplica irónica de la carta que juega Velázquez. Ahora el pintor retrata una gente que se somete por la fuerza, alentando por de bajo un clamor que ya no es exactamente clamor, ahora se torna en complicidad esperanzada. Ahora preside la cultura su retablo, pero también el pueblo discreto: «... el miedo es padre de la crueldad», afirma el historiador James Froude, y tiene mucha razón. Es por este motivo que los poderosos la ejercen, la crueldad. No tienen, o no conocen, otra manera de enfrentarse a la realidad, ni tampoco a las aspiraciones legítimas del hombres de vida corriente. Los hombres que derrochan los días de vida en busca de un pedazo de libertad. Y los poderosos, cuando roban los bolsillos ajenos, trabajan duro; son los «claros clarines», los pífanos atronadores, el oro de la espada ..., también la punta de las lanzas. Aunque no es menos cierto que como nos aconseja el sabio Séneca: «Dejarás de temer cuando dejes de esperar.» Pues quien nada espera, claro está, nada debe temer. La pérdida se harta, a veces, de ganancias. Y la joya de la esperanza no contradice la razón de no esperar nada del mundo, cuando éste queda gobernado por el que nunca atiende la voz de la generosidad. Parece un río de vertiente contradictoria, y demasiadas veces la coincidencia de los razonamientos se presenta en paralelismos incómodos de soportar. Y el espléndido retablo de Antoni Miró ve y, más aún, mira para decir después lo suyo; para manifestar la posición que otorga a cada uno de los que están presentes en la contienda de su cuadro. Antoni Miró como Plutarco: "... una autoridad que se formula en el terror, en la violencia, en la opresión, es al mismo tiempo una vergüenza y una injusticia.» No necesitamos añadir, ahora y aquí, demasiadas cosas en esta misma dirección.
¿Y para qué tanta terca insistencia a la hora de orar por una exigua migaja de poder? ¿Para qué acallar la voz aislada de los hombres en el conjuro de las necesidades? ¿Por qué tanto rigor histórico, si las posibilidades de abrir las cerraduras siempre quedan presentes? Los hombres de la cultura, los hombres de letras y de pensamiento que viven en de la pintura-objeto de Antoni Miró, también son de clarines y tambores cuando abastecen un pelotón de libertad. Están allí para todos aquellos que los quieran mirar, leer, alcanzar y comprender ..., quizá también estimar. Son llaves que abren puertas y ventanas, a través de las cuales se cuela el viento noble de levante. Pero todo, absolutamente todo, para los que puedan mirar y ver, para los que precisan de la voz cordial de los sabios generosos, porque: "... representa un extraño deseo buscar el poder y perder la libertad», manifiesta, como un reproche, Francis Bacon, quizás contra la furia de los conjurados. Aunque sólo fuera un sueño, valdría la pena iniciar un camino para recorrer la distancia entre las maniobras encarnizadas de las trampas -y el refugio- que significan las convicciones elementales de humanidad. O de humana insistencia, tal vez. Porque como nos testimonia Anatol France: "... la existencia sería intolerable si no hubiese sueños ...»
No se trata, sin embargo, de una osadía inútil, y vertebrada a partir sólo de pecho y corazón, de otro modo el conocimiento, la cordura meditada y la viveza en los ojos, pueden conducir hacia la victoria final. El altercado para los otros, que quizás sean más indolentes o comodones. La inteligencia, y la cultura que la propicia, nos sirve de paradigma cuando la fuerza no procede, por inútil y peligrosa. En la mano el metal, en la otra mano los billetes, también los dólares inmisericordes; la cordura, no obstante, ahora como siempre, en los cuadros de Antoni Miró, radica en los principios elementales donde se verifica la cultura. Y es una firme garantía, claro está. Y la cultura es un signo central para construir el entramado de la audacia, o como dice el poeta Hanns Hopfen: «... el valor es la mejor sabiduría de esta vida.»
¿Y estos caminos, los designios vitales que a cada uno nos corresponden, los debemos transitar juntos, o bien individualmente? No lo sabemos a ciencia cierta. Pero sí intuimos que la búsqueda del ángulo justo para situarse mirando la lejanía del bosque de las armas ajenas, deberá determinarse a partir de la propia mirada, o de las exigencias que cada uno se imponga cada día. Pero esto no ha hecho más que empezar, y ya lleva varios siglos de custodia compartida: ricos y poderosos juntos, incluso sin piedad. Nada menos: ¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo ! decía el poeta Rubén Darío ... Y si hacemos caso a las palabras de Hermann Hesse, pues lo tenemos bastante más fácil de determinar: “... la vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el boceto de un sendero.”
Es en esta «opus magnum» del pintor, y artista, Antoni Miró donde hemos contemplado, a grandes rasgos, las semejanzas de un pasado que no nos ha favorecido. Es en esta «opus magnum» del pintor Antoni Miró donde podemos alcanzar carácter y fuerza para surcar nuevos caminos de libertad. Y la cultura reforzándonos.Josep Sou