Gora Euskadi, Visca Picasso (Gora Euskadi, Viva Picasso)
«La ametralladora escribe los puntos suspensivos de la muerte»
Ramón Gómez de la Serna
«[...És tan vell i arrelat,/tan antic com el temps/el dolor d’aquella gent/ (...) Tots els colors del verd,/gora Euskadi, diuen fort/la gent, la terra i el mar/allà al País Basc]» Canta Raimon, y la piel se nos pone tensa sólo percutir sobre ella la maza de picar el esparto seco de nuestras montañas: tan yermas, tan desérticas casi ..., tan azules no obstante. Y cuando canta Raimon dice del dolor, de la desgracia, del sufrimiento y de tantas cosas que sólo se pueden escuchar en el latido permanente de las sienes. La obra sobre la obra. De la derrota, o de la memoria de aquella derrota, sale un canto que empapa de solidaridades las esperanzas. De aquella tragedia, ahora, o hace unos días ya, la voz del nuevo juglar, que como un «contador de noticias» eleva la canción para manifestar la comprensión, y el apretón eficaz de las manos. La canción dice de la necesidad de compartir el tiempo, la memoria y, quizá también, las ideas. Por lo menos, la canción razona en su seno sobre el fracaso de la furia, o de la virtud de un diálogo imprescindible, por cierto.
El pintor Antoni Miró construye una nueva realidad a partir de dos vectores coincidentes: el rostro del genial Picasso, y en su interior, en el seno de su cabeza inmensa, fragmentos del Guernica. Una propuesta de 1985 construida en Acrílico sobre lienzo (díptico) y que de 200x200 cm., en cuanto a las medidas se refiere, perteneciendo la obra a la serie Pinteu Pintura. El artista nos presenta el rostro de Picasso ocupando casi toda la superficie del cuadro, muestra inequívoca de la importancia que el autor confiere a la figura del pintor malagueño. Picasso de un color rojo intenso, mira, ¿o quizás nos interpela ? desde el fondo de su mirada. El blanco del globo ocular, con las contrastadas pupilas en negro, inyecta al fin una poderosa mirada que agujerea, reduciendo las distancias, y reclamando la confianza para el acercamiento. El espectador, todos nosotros así pues, quedamos incorporados al deseo del pintor Antoni Miró cuando nos ofrece la posibilidad de dialogar con su imagen, con su deseo de mostrarnos la síntesis, tan cuidadosa, que se incorpora a la lectura del cuadro: Picasso y el Guernica. Picasso y la voluntad de decir muy fuerte acerca del sufrimiento que el dolor procura. Y las causas, todas arbitrarias. Todas malas. Hijas, todas ellas, de una tal vehemencia y fracaso: «... el hombre puede ser destruido, pero nunca derrotado», razona Ernest Hemingway. Y eso ya es mucho decir para ir empezando a discernir los posibles caminos de la voluntad.
Los fragmentos de este Guernica incorporado por Antoni Miró a la cabeza de Picasso, lucen el color original de la obra picassiana. Todo parece, todo recuerda al original, aunque aquí, mediante los equilibrios por insertar vestigios de realidad, o fragmentos de vida, la originalidad radica en la vocación de resolver identitaria la figura y la obra del pintor Picasso. El trasfondo, como en tantas otras propuestas de Antoni Miró, mantiene un tono de neutralidad. Importa, y mucho, la figura del pintor Picasso. Y en este caso concreto la conciencia particular de hacer coincidir obra y autor; así como la necesidad de intensificar los resultados de la propuesta. A fuera de la cabeza de Picasso permanece, como desmayada, una figura del Guernica, que parece ha rehuido la compañía de los malogrados que habitan el cuadro. O tal vez ya no le cabe nada más, o tanto dolor, a Picasso, a su cabeza. Y no nos extraña demasiado esta última posibilidad que, ahora, ensaya Antoni Miró al decirnos a propósito de uno de los cuadros más famosos del mundo.
Corren los días de 1937, y el 26 de abril, la «Legión Cóndor», por mano de un sátrapa indecente, decide bombardear Guernica. Así! Como suena! Pues hay que probar la eficacia de unos nuevos aviones ..., ¿y qué mejor que hacerlo en directo y en vivo? No hay como aproximarse a la realidad para sacar un buen provecho de los ensayos. Y claro, la brutalidad de la violencia escribe con tinta roja (la tinta excepcional, y sólo para la corrección) unos capítulos salvajes, y para la memoria que nunca tendremos que perder. Nunca! «No sólo se ataca para hacer daño a alguien, para vencerlo, sino a veces por el deseo de alcanzar conciencia de la propia fuerza» apostilla Friedrich Nietzsche. Y en este concreto caso que nos ocupa, el bombardeo de Guernica, parece ser que la cita del filósofo se enmarca en esta manía, en este martirio innecesario, como todos lo son, claro está. Todos los cómplices de esta iniquidad, todos, han recibido, seguro, el menosprecio como prenda elemental, después de sus actos, o de su acompañamiento «intelectual» (¿intelectual ?, sólo es una forma de hablar) en las acciones que estamos poniendo en valor.
Muchas han sido las interpretaciones que del cuadro de Picasso se han llevado a cabo. Todas, sin embargo, hacen un especial hincapié en la profundidad del dolor y de la pena que la muerte conlleva. Todas las lecturas reafirman la salvajada que se perpetró contra la población civil de Guernica. Todas las aproximaciones convergen al decir que las mujeres son las verdaderas protagonistas de este drama inmenso. Mujeres que rehuyen las llamas, desesperadas, y que aun así todavía iluminan la escena de la vida. Paradójicos elementos donde la afirmación estética de contrarios pervive a lo largo de los tiempos. Aunque la historia está rellena de trampas, de ocultaciones y de miserias condicionadas. En el Guernica de Picasso no hay heroísmo ni victoria, sólo el drama que significa el dolor de un pueblo. Sí hay, sin embargo, piedad, proximidad y respeto hacia el dolor ..., “... una obra de arte debe hacer a un hombre reaccionar (...) debe convulsionarlo y agitarlo”, nos traslada el mismo Picasso. Y es muestra evidente que lo ha conseguido.
Esta guerra, la Guerra Civil Española (con mayúsculas), no ha dado gloria a nadie. Ha construido, demasiado tiempo, eso sí, muros de enfrentamiento y distancias insalvables entre los ciudadanos. La guerra, la que hemos sufrido, la que han sufrido: «no es más que un asesinato en masa, y el asesinato no es un progreso ...», señala Alphonse de Lamartine. Y Antoni Miró que sabe suficientemente realizar el análisis de la realidad, de las realidades que le conmueven e impresionan, tiene el acierto de sustanciar una propuesta que une a Picasso y a su principal obra de referencia. En la cabeza de Picasso está el Guernica; en el seno de Antoni Miró, en su espíritu cultivado en los campos de la belleza, hay, sin embargo, Picasso y Guernica en redimensionado conjunto. La admiración del artista hacia Picasso y su obra se acomoda a las estrictas medidas de un cuadro. Pero ya sabemos lo que significan las geografías de la creación: elementos que ayudan a interpretar el mundo, el universo entero, empujando con esfuerzo, y tanta dignidad, la rueda de la metáfora.
Antoni Miró resume en este cuadro de «Gora Euskadi, Visca Picasso», un universo muy próximo de su talante. Los códigos para la filiación de objetivos marcan el hito creativo del artista. Picasso en rojo (recordemos, ahora, la obra de Antoni Miró: ¿Qui tem el roig?), En la profundidad, y quizá la intemperie, de un plan severo, un primer plano que ocupa todo el espacio narrativo, y que por lo tanto multiplica las posibilidades de lectura. La mano del pintor Antoni Miró reafirma las adscripciones ideológicas, y resume muy fácilmente la situación funcional de los dos creativos. La realidad pictórica, la que se muestra a lo largo del cuadro, vive también inserta en la realidad conceptual y de pensamiento. La pintura obedece a razones de concepto, por pura necesidad de afectar a los ámbitos de la coherencia: “... en esta vida es fácil morir. Construir la vida, sin embargo, es mucho más difícil”, explica Vladimir Maiakovski. Y Antoni Miró lo sabe muy bien, pues podemos asegurar, porque ya hemos realizado varias observaciones por su enorme obra, que la vida y la obra del pintor hermanan en un todo unitario. Antoni Miró pinta como piensa (ya lo hemos dicho en alguna otra ocasión) y actúa como pinta. Mayor identificación no cabe.
Quizá la violencia sea cosa de gente débil. De gente (sic), que sólo son gente. De poderosos que no lo son tanto, de miserables que se ríen del dolor ajeno. De fanáticos de la especulación y de la codicia, de profanadores de la esperanza en un mundo un poco mejor. Quizá la violencia suma su humedad de sangre por encima de los andamios del miedo. Quizás la violencia, dicen, sólo hace que generar más violencia. Y el pintor Picasso se harta, con negros, grises y blancos, de ilustrar la magnitud de una gran tragedia colectiva: el bombardeo de Guernica. Y Picasso generó, con tanto dolor, y tanta rabia, una enormidad de obra de arte que viniera a cantar el sufrimiento humano, o también el miedo. Y Picasso lo acertó de pleno. Consiguió lo que se propuso: hacernos palpar la emoción de un hecho real y cercano, y todo bien emparejado con una propuesta poética que todavía leemos con devoción, o bien matizada por un silencio discreto.
Antoni Miró toma la medida al color, lo sustancia y proporciona el entramado de su propia composición: su verso inspirado mana ternura, también, sin embargo, valentía. Este primer plano de su obra, soberbio e incontestable, incorpora valentía y determinación. Nos interroga desde los ojos de Picasso alrededor de nuestra posición, sobre nuestra propia lectura, pues no es suficiente analizar, hay, sin embargo, que darle sentido y dirección a las cosas que vamos leyendo. Todo tiene un límite: “... hay un límite para las lágrimas que podemos derramar ante la tumba de los muertos”, insinúa José Martí, Y Antoni Miró, después de derramar varias lágrimas, bien lo merece Guernica, toma los pinceles y, cuando pinta, también escribe los versos de su ilustrada obra plástica.
Josep Sou