Andròmina (Trasto)
«Donde funciona un televisor hay alguien que no está leyendo»
John Irving
Bien empieza Antoni Miró cuando califica esta obra como un trasto. Queda bien clara su posición analítica cuando decide establecer el epíteto que soportará la carga irónica, tras la determinante categorización del objeto. Trasto! Con una mueca socarrona que cubre toda la superficie de la propuesta, y que, ahora, se construye en formato 200x200 cm. Una buena medida para establecer todo un discurso que avanza el universo que el artista necesita poner de manifiesto. O quizá sean varios mundos, o varias posiciones al mismo tiempo, o varias vinculaciones teóricas de una misma realidad. La verdad, sin embargo, sea dicha. No sólo el aparato electrodoméstico -resuelto en acrílico sobre lienzo, y que data de 1995, perteneciente a la serie Vivace-, este instrumento concreto, fundamenta la causa del discurso riguroso que, todavía, podemos escuchar con la fuerza de los pinceles. Hay mucho más atrás, o delante, según se mire. Existe la causticidad, la crítica imperativa contra la sociedad acomodada y de consumo, la denuncia de la incultura que transita la diabólica caja, el adoctrinamiento insensato de los más, la desinformación como forma sustancial de perversa dominación alienante, tal vez. El exceso, como método para delinear el comportamiento social, queda representado, demasiadas veces, por la televisión, y recibe, claro está, en contrapartida, las flechas de la crítica de aquellos que andan al acecho, como, por ejemplo, el artista Antoni Miró: «... el hombre de talento es naturalmente proclive a la crítica, porque ve más cosas que los otros hombres y las ve mejor» reflexiona Montesquieu acerca del ejercicio de la crítica , y nosotros, tras él, otorgamos justa carta de naturaleza en el comportamiento analítico de Antoni Miró.
Un Yonder! Un antiguo Yonder TV representa todos los «joder» del mundo. Esta será: «joder», y por mano de Antoni Miró, la nueva denominación que alcanza el aparato insustancial. Una televisión antigua y de viejo y enorme tubo, muestra un rastro de botones plateados a la derecha de la imagen frontal. Y con el vidrio astillado, dejando al descubierto los cables que viven en sus entrañas. La imagen, sin embargo, parece que queda colgada de un hilo cenital que mantiene la total estabilidad del conjunto. Sin embargo, un carcomido en la protección de la pantalla, y una metáfora de dientes que lucen al borde roto de los cristales, aportan realidad e idea. El trasfondo que incorpora la mancha amarillenta, y que acoge el objeto pictórico, satisface el aire de antigüedad, entre otras cosas, que la imagen sugiere. Un «kitsch», al servicio del pop que Antoni Miró evalúa como próximo, para adentrarse por la pendiente de esta obra.
La voracidad de la televisión, aunque siempre como excusa principal de la propuesta, unida a la torpeza permanente del alcance que insinúa el instrumento, acabará siendo una crítica del poder extenuante, mediante la oscura maniobra en el abuso informativo. ¿Y la cultura? Así lo dicen, los que más lo entienden, y de forma recurrente: «la cultura es lo que se muestra a través de la pantalla de los televisores. La cultura popular; el reflejo de nuestras vidas y, tal vez, incluso, de nuestro pensamiento comunitario.» Aparato propagandístico, sí. Y de los buenos y sin costuras. La cultura, sin embargo, nunca está presente ..., o muy poco y en horas insoportables. Y nos aseguran que todo no cabe en la misma hora dentro de una programación eficaz, hay que abreviar, mermar los principios comunicativos ... Y reímos. No podemos dejar de hacerlo, porque como pontifica el escritor Stendhal: «... la vida es ondulación y contradicción, no síntesis», y no podemos permanecer, intermitentes, de por vida, ante la suma teológica que se respira a través de una vieja, destartalada, hecha astillas, e irreverente pantalla de televisión.
Y Antoni Miró, con su trasto particular, y con su viejo televisor, practica un arte no solemne, al contrario, y siente una profunda fascinación por algo tan rudimentario como una vieja caja de televisión. Un pop evidente lleno de ironía respecto de los símbolos burgueses. Una herencia recibida de los viejos cubistas, dadaístas o surrealistas. El artista trabaja las formas desproveyéndolas de corolarios indeterminados (todos vemos lo que vemos). Pero no argumenta en la periferia de los asuntos, pues saca cuenta de lo que muestra y quiere decir. Un pop al otro lado del pop, con la fortuna de las ideas dibujadas. Verdaderamente, la banalización de los temas y de los objetos es una marca distintiva de los artistas llamados «pop», y si así es, como parece ser después de la experiencia visual que tenemos, el artista Antoni Miró no pertenece a este grupo, claro está. Antoni Miró eleva a categoría estética, tal vez, lo banal, pero nunca sin contrapartidas claras, o sin argumentos que delimitan la estrategia comunicativa. El artista refleja, muy singularmente, los iconos principales de la cultura de masas de una forma crítica: “Andròmina”, su obra, es un símbolo de la cultura popular, es un fiel retrato de la realidad, pero con dientes. La metáfora sangrienta que sobrepasa los verdaderos signos de un pop liberado de prosodia. Y el pop ha vivido ampliamente en la música, en la moda, en el cine, y por encima de todo en la publicidad. Herramientas poderosas que han sufrido, de cerca, el rasguño de los poderosos: «el negocio es el negocio, y el negocio no tiene corazón», recuerda Teixidor. Aunque, ciertamente, el pop nunca fue un arte popular y de masas (como lo pudieran ser la música o el diseño). Pensamos que nunca fue un arte enormemente directo como significó la pretensión inicial. Sin la deriva que aconteció en otros campos de la cultura, sí no obstante se cogió de la mano de su influjo y de su potencia creativa. Para Antoni Miró, en este pop que nos traslada, Andròmina, su quehacer es un trabajo de reflexión crítica, y sin ningún prejuicio por su parte, y con esperanza de que ningún receptor de la imagen tenga, tampoco, prejuicios. El artista construye un arte accesible para todos, pues de alguna manera refleja buena parte de nuestra vida cotidiana. A los reconocidos universalmente: Hamilton, Duchamp, Schwitters, Léger (con su realismo proletario), Jasper Johns, Rosenquist, Lichtenstein, Warhol, y un largo etcétera, que han hecho del arte pop una causa artística de indudable valía, y han abordado la contestación del arte abstracto por «excesivamente» intelectual, hoy reconocemos en Antoni Miró el artista que mueve su pop hacia regiones de formulaciones experimentales, tanto por las formas, como por las materias que utiliza, así como por el tratamiento específico que hace del color y de la sombra. Y si nos impacta es porque dice las cosas de otra manera distinta de cómo han sido dichas hasta ahora. Un pop no sólo elegante, también lleno de posicionamientos críticos, y con un poco de humor, tal vez: "... muchas veces un broma ayudó donde la seriedad solía oponer resistencia» formula Platón. Nosotros, ya no añadiremos nada más.
Josep Sou