La proyección de los Schmürz
Boris Vian o Vernon Sullivan, tanto da, cuando construye su obra teatral “Los forjadores de imperios”, estrenada en el Teatro Nacional Popular Villeurbanne (Francia) en 1959, asume la necesidad de proclamar el absurdo, tanto de la guerra como metáfora, como de la propia existencia humana. La trama crece lentamente a golpes de ruido insoportable, hasta provocar la muerte de todos los personajes de la obra, abocados al nihilismo y a la incomprensión del mundo que les rodea y aniquila. El absurdo se incorpora como materia principal de los contenidos del drama, desestabilizando el comportamiento lógico de los personajes y, por extensión, de la humanidad.
Los Schmürz, anónimos figurantes de la realidad, intervienen a la hora de declarar, entre risas, el final infeliz de la familia protagonista de la obra. Así pues, todo, en ese preciso instante, nunca podrá acabar bien. De la premonición al sarcasmo. De la insoportable crispación, a la desolación revestida de muerte.
Boris Vian o Bison Duravi, tanto da, con esta obra teatral, entre otras muchas cosas, establece la anulación de la libertad del individuo a través de la metáfora de la opresión. Los ruidos estremecen los espacios vitales, así como la reducción ad infinitum de los espacios escénicos formaliza la asfixia metódica y paulatina de los hombres. Metáfora, al fin, que ilustra un cierto oscurantismo perpetrado contra la integridad humana.
Y Antoni Miró sitúa los Schmürz de su creación plástica en el ámbito de la exhibición que el tráfico de la destrucción determina. Las obras pertenecientes, por ejemplo, a las series El Dolar, Chile y América Negra, sólo por citar algunos trabajos del artista, así lo testimonian. Personajes enfundados en el poder, tan negro como lujurioso, inundan sus propuestas. Las botas del rigor y de la brutalidad aplastan cualquier atisbo de decencia, insultan la mirada y perpetran el genocidio. Un mundo asfixiante, retorcido y lúgubre, inunda la escena. Los poderosos derrochan fuerza. Los humildes ciudadanos imploran justicia desde sus ojos reventados de impotencia.
El artista, no obstante, redime al hombre. Le gana para fundamentar la esperanza, siempre con la naturaleza que la dignidad otorga. Y la cultura, la de referir pintando la existencia, ejerce como bálsamo para las heridas del duro ejercicio de vivir cada día.
Josep Sou