El bevedor (El bebedor)
No es desacertado considerar esta pieza como la verdadera opera prima de Antoni Miró. El carácter inaugural de su carrera se adquiere en esta obra, más allá de por el mero criterio de iniciar la serie temporal de sus trabajos, por constituir un incipiente pero claro intento de denuncia social, posicionamiento que ha sido fundamentalmente característico a lo largo de las seis décadas siguientes.
Esta primera crítica puede enmarcarse dentro de la influencia que el cine neorrealista italiano ejerció en la cultura española de los años cincuenta y prime- ros sesenta. A través de la ejemplificación del sufrimiento de un individuo, se ponen de manifiesto las crudas condiciones de vida que afectan a las clases populares, especialmente en el transcurso y tras los conflictos bélicos, así como durante las fuertes crisis económicas. Este es el germen de la posterior alineación con los objetivos y modos pictóricos de la crónica de la realidad, aunque sea con un alcance más amplio en esta segunda y más duradera instancia: el de la sociedad de consumo occidental.
El realismo está claramente patente en esta obra en lo que afecta a lo temático y también en lo representacional hasta un grado nada desdeñable. El tema se corresponde con dar visibilidad al alcoholismo como un potencial efecto de la falta de oportunidades en los trabajadores, generando una escena en la que se refleja melancólicamente a un joven taciturno mientras bebe. Este yace sentado sobre una silla y apoyado en una mesa, y sostiene con una mano un vaso recién llenado y con la otra la botella de licor, esperando a volver a llenar el recipiente, dejando implícita la posible recursividad del ciclo.
Aparece el personaje en un interior doméstico esencial, con pocos y simples muebles, y con ropas comunes, confirmando la procedencia social del protagonista, que cabizbajo se debate entre dar fin o continuar con el proceso de intoxicación. Las pretensiones de fidelidad a la realidad de la representación coexisten con una considerable dosis de expresionismo matérico, que es fruto de la utilización de una pincelada de trazos densos y del empleo de una estrategia de iluminación muy contrastada y repleta de discontinuidades.
Late en este cuadro, mediante un ejercicio de esbozo figurativo, la con- fianza en que la desesperanza vital corre pareja a los terribles sufrimientos que padece la colectividad oprimida. En él, el artista pretende denunciar la situación más que hacer una crónica sobre ella. Se aprecia ya en esta obra temprana el anhelo por una sociedad más justa y la reivindicación de la contribución de la cultura como medio para alcanzarla.
Esta voluntad de anular las injusticias sociales se ha mantenido a lo largo de su carrera, como ya denotaban estos primeros trabajos. De hecho, como bien apuntó Blasco Carrascosa, “él se decidió a pintar, ya en sus más tempranos comienzos, aquello que le molestaba, des- agradaba o, incluso, repelía. Se decantó por un arte de la denuncia, mediante la que ha sido denominada «pintura de concienciación»”. Será precisamente central en toda su trayectoria ese interés por activar en las conciencias de los espectadores los mecanismos de acción crítica contra los desafueros que condicionan nuestra existencia.
Es muy habitual, de hecho, en la obra de Antoni Miró que la elaboración del mensaje crítico en torno a un mal compartido se produzca mediante la representación de un solo individuo que sufre vitalmente. Tal y como advirtió Corredor-Matheos, este personaje concreto “revela el principio o arranque de la actitud del artista ante el espectáculo del mundo, contemplado como algo distinto y hasta ajeno, pero que nos implica irremisiblemente”.
Santiago Pastor Vila