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El arte de Antoni Miró: para entender una utopía

Silvestre Vilaplana

El arte de Antoni Miró es un cuerpo desvestido, incitante, acariciado por el deseo, desnudo entre colores de tierra, obsceno en el gozo delicioso del anonimato, es el silencio de la noche rodeando el Mas Sopalmo y una música que se extiende y vigila juguetona por las habitaciones laberínticas de la casa, es una señera sobre los muros y dentro del alma, es el rojo encendido de los bosques en llamas y la serenidad de un paisaje en blanco que nadie ha visto todavía. Es el grito de las voces de los pueblos pidiendo la justicia que los poderosos diezman y ensucian con rojos de dolor, con los dorados podridos de la tiranía del dólar mordiendo las entrañas; los pedigüeños que se convierten en las estatuas más tristes y honorables ante los edificios señoriales que los observan llenos de indiferencia. Es la innovación, la pincelada delicada, la profundidad inabarcable de la creatividad. Es un Alcoi de cuestas y puentes cuchicheando su aroma de piedra, de tomillo y de fábrica en cada lienzo. Es la mirada distante, calidoscópica, que se concentra en el espectador de un museo, a veces atento o a veces indolente, vacunado de vacío ante tanta belleza construyendo una perfecta metáfora de quienes atraviesan la vida. Es el santo y seña de los justos contra la guerra, a favor de la libertad, reprobando torturas, defendiendo derechos y lengua, oponiéndose a recortes, señalando dignamente, vívidamente. Es el corazón delator de las miserias de las que todos somos culpables, es el anhelo de la gente en las calles, cuerpo a cuerpo y lucha a lucha. Es el tablero de ajedrez configurado con los colores apagados y los gritos de quienes anhelan hacer posible las calles de Palestina, es un pájaro sobrevolando los nichos inacabables de los rascacielos de Nueva York, la guadaña invisible que los avizora con pigmentos de los presagios más oscuros. Es un poblado humilde del extrarradio donde todavía se esconde la ilusión por la vida. Es una crónica de los días y de los mundos todavía por explicar, es la danza de Sol Picó arrullando el viento, transformado el cuerpo en el mejor pincel para despertar los sentidos. Es una primavera árabe de rostros morenos y una primavera valenciana de jóvenes rebeldes a quién dejarles el legado, es un montón de esteladas al viento y el pleonasmo de un policía sin dignidad. Son los retratos de rostros austeros de aquellos que nos han guiado y todavía nos acaudillan, de los que nos transmitieron los versos, el arte, la música y el valor inapelable de la palabra dignidad, aquellos de quien sentimos orgullo por sabernos de los suyos, siempre y a pesar de todo. Es la obra que quiso ser silenciada en las calles de Gandía, una historia celada que se rebela y se torna espejo de la vergüenza, rosa de papel, consigna secreta como un verso de Estellés. Es la mirada de las mujeres, desesperada, cautiva, intuida detrás un burka uniformador que se hace diverso en un arco Iris de silencio y esclavitud. Es la sonrisa y el afecto incondicional de Isabel- Clara Simó. Es un candil de los aromas del mundo filtrados a través de un pincel detallista, es un lenguaje a descubrir en la galaxia hermanada de cada colección. Es el vacío que deja el juego del amor para que el mar lo llene de reflejos y este mismo marco que, más tarde, la noche juguetona silencia para ofrecer intimidad a los amantes. Es el reflejo de las viejas guerras y el eco de las contiendas que vendrán, de los crímenes que nos esperan si no reaccionamos, es la oportunidad de entender la utopía y hacerla posible. Es París y los largos pasillos del Louvre, un eco de Cuba y las pupilas orgullosas del Che. Es el diario minucioso que preserva oculto el aliento de cada día, la esencia tenue del tesoro de la vida. Es la escultura al final de un puente que siempre entristece y que a la vez conforta porque nos recuerda a aquel que está ausente pero también está presente. Es la magia de los objetos simples convertidos en leyenda sobre la tela, es la admiración de los maestros y los homenajes en intertextualidades deliciosas esparcidas a través del tiempo. Es una bicicleta que espera. Es arquitectura de metal de solidez expresiva, el vidrio que refleja la falsedad del mundo y la nostalgia de unas nubes que nos hacen imaginar que vidas distintas son posibles. Es la perfección derruida del recuerdo de Grecia, todo aquello que fue y todavía resiste. Es la fuerza irredimible de Sofia, banderas de insurrección levantadas a los cielos, desafiantes, soberbias, alimentadas con la desesperanza de los pueblos que no se rinden. Es un poema triunfal de Espriu sobre abismos guardadores del mal. Es el esbozo de un movimiento, la sutilidad de un gesto que sostiene en los labios la tensión vibrante de un momento de ardor y pasión. Es la imagen que transciende y deja cicatrices en la conciencia. Es la paleta y la duda inefable de si es o no una pipa. Es la añoranza medida a palmos en el torso desnudo de Gades. Es un poema sin palabras, el látigo que espolea los restos de humanidad que atesoramos. Es la perfección y la fragilidad de un cuerpo ante la barbarie del mundo. Es la fortaleza inseparable del grupo, la fiesta de una declaración de principios, una hermandad de brazos levantados ante un enemigo que siempre es el mismo a pesar de los diversos disfraces con que se oculta. Es el silencio que significa y arraiga bien adentro, que turba y llena, que acompaña y fascina, que satisface y a la vez hiere. Es el grito desesperado de la América negra, la sinceridad en cada pincelada como un juramento de sangre, un tributo al futuro que prospera dulcemente en la savia del orgullo de una historia y unas sílabas. Es la estrella de un norte sin pesadumbre, la brújula constante que no se desanuda, la luz distante sin naufragio de cuando se oscurece en la renuncia. Es reivindicación. Es la memoria y el corazón de Ovidi latiendo, los tonos melancólicos del atardecer infiltrándose en las galerías, besando y custodiando los edificios que preservan la creación. Es la peana que sustenta un universo que huele a texturas y donde se siente el gemir pavoroso de los astros. Es un símbolo que se levanta y mil que son destruidos, la iconoclastia de quienes saben la verdad. Es una fantasía nutrida de presente que respira con las voces discordantes del mundo. Es la bala de un francotirador que trabaja las noches, sin precipitación, dejándose cada gota de sangre sobre el lienzo. Es el juego de las perspectivas y la referencia inabarcable del porvenir, los niños sonrientes en las calles de Marrakech y las caras deformadas por el miedo y el llanto. Es la ilusión de una Ítaca, las esculturas tan perennes como las convicciones, es un afecto generoso, es el eslabón que une el ayer con todos los mañanas que vendrán. El arte de Antoni Miró es la voz, la mirada, la provocación, la esperanza, la precisión, el coraje, el compromiso, la belleza de la cotidianidad, el arte de Antoni Miró es el ARTE.

Antoni Miró, de Museu

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