Antoni Miró, pastor de imágenes
Rafael Acosta de Arriba
Recuerdo la primera vez que entré en contacto con la obra de Antoni Miró. Fue a fina les de 1996 cuando tuve en mis manos el catálogo de su Suite erótica, un grupo de 20 aguafuertes que recreaban el arte pictórico griego de los siglos X al V antes de la era cristiana, es decir, la creación plástica de la Grecia clásica y arcaica que ha llegado hasta nosotros en vasos y ánforas de cerámica y alguna que otra escultura. Mi impresión fue la de volver, una vez más, a meditar sobre la recurrente impronta de la antigüedad clásica, no sólo en las artes plásticas sino en otros órdenes culturales, sobre la época actual, sobre el presente.
La fuerza de la occidentalidad quedaba espléndidamente recogida en los mediterráneos grabados de Miró, una apropiación contemporánea del estilo y del espíritu que animó a aquella cultura extraordinaria. La sensación que me causaron me llevó a incluir esta serie en la cita y en el pivote reflexivo de un ensayo que escribí poco después sobre la presencia del cuerpo humano en las artes a través de los tiempos en la cultura occidental.
En mí había quedado sembrada la curiosidad por la obra de Miró. Poco después un amigo escritor me regaló un libro sobre la pintura valenciana hasta los ochenta en el que había páginas dedicadas a Antoni Miró situándolo en un primer lugar del quehacer de los plásticos de Valencia.
Para mi poca fortuna, en los días que Miró expuso por primera vez en Cuba, en 1997, en la galería 23 y 12 del Vedado y en el Museo Guayasamin, me encontraba en Santa Cruz de Tenerife, impartiendo un curso de postgrado en la Universidad de la Laguna. Resultado: nos cruzamos sobre el Atlántico y no tuve contacto con su exhibición. Un pequeño pero bello catálogo quedó como testimonio de su paso por La Habana.
El tercer momento de esta relación a distancia fue el pasado año cuando un amigo común entró en mi oficina acompañado de «un artista español» y me obsequió con un catálogo de Antoni Miró. Sin saber que el acompañante era el propio pintor, en algún momento de la charla declaré mis afinidades con lo que conocía de esa obra. Ante el obvio desconocimiento -mi asintonía, digamos- nuestro común amigo me presentó a Antoni Miró y todo quedó aclarado. Finalmente conocí al autor de los aguafuertes que tanto me impresionaron. El epílogo de este grato encuentro fue la concertación de voluntades para la exposición que hoy presentamos a los públicos cubanos en el Centro Wifredo Lam.
Antoni Miró es un pintor de un hondo estilo humanista. Diría que es uno de los rasgos principales de su obra. Diversidad de temas y de técnicas, por encima de todo, el hombre. Ese es su gran tema. La suerte del ser humano, sus avatares, desgracias, sus placeres, su vulnerabilidad ante los excesos de la política y de la historia. Y es que la obra de este artista está hecha de tiempo, es tiempo.
Antoni Miró es un artista que maneja muchos lenguajes, códigos y técnicas: lo clásico, el pop-art, lo conceptual, el foto collage, lo abstracto, lo post moderno, pero sobre todo lo figurativo. Sobre este último lenguaje diría que posee un dominio muy particular. Excelente dibujante, experto en las técnicas de grabado, escultor, ceramista, pintor, Toni Miró es un inagotable creador de imágenes, un versátil artista plástico con un gran reconocimiento dentro y fu era de España. Su concepto de la belleza difiere del tan repetido por Jeanne Moreau «lo superfluo que nos es necesario». Miró levanta otros referentes de lo bello.
El erotismo y, por tanto, el cuerpo humano, es uno de sus temas obsesivos y en el que, a mi modo de ver, logra uno de sus más altos resultados creativos. Para Miró el erotismo es una eficaz forma de autoconocimiento del hombre, de introspección lúcida digamos y, en tal sentido, lo re-inventa una y otra vez. Un delicado imaginario de la sexualidad, un voluptuoso acercamiento al cuerpo y al sexo, puede rastrearse a través de su prolífera obra. Es en su tratamiento de lo erótico donde se me revela el gran comunicador que es este artista.
La política es otro de sus temas dominantes. La crítica a la violencia de la colonización imperialista, la dignificación de la imagen del Che Guevara como figura emblemática de las luchas por las causas de los países pobres y en vías de desarrollo, la impugnación, en fin, de toda inocuidad en materia de política, son elementos visibles en la creación pictórica y gráfica de Miró. Digámoslo con muchas menos palabras: Toni Miró es un intelectual de comprometidas posiciones de izquierda, un permanente denunciador y crítico de las injusticias sociales de la segunda mitad del siglo XX.
Que en el año final del siglo y de milenio podamos apreciar esta muestra antológica es un verdadero placer para los públicos cubanos. Miró es, además, un amigo de Cuba y un auténtico admirador de los principios sobre los que se sustenta el proyecto político de la Revolución Cubana. Amigo-hermano, de Antonio Gades, otro grande de la cultura española y con temporánea, Toni Miró se acerca a nuestra cultura con el latido de la amistad. Su deseo de exhibir nuevamente en La Habana, habla de esa preocupación por tender puentes entre su arte y nuestros públicos. La exposición, una vez concluya su estancia en el Centro Wifredo Lam, comenzará un itinerario por galerías de otras provincias. Por si fuera poco, el total de las piezas (más de un centenar) serán donadas a instituciones culturales cubanas.
La incansable faena creativa del artista valenciano ha llevado el fruto de su arte desde su natal Alcoi hasta los más distantes puntos geográficos. Pastor de imágenes que han transitado desde un inicial expresionismo figurativo hasta el neofigurativismo de hondo a liento social, su poética ha incluido temas dispares pero siempre teniendo al hombre en el centro de sus obsesiones. Su manipulación crítica de la iconografía de la publicidad más comercial es una forma inteligente de denunciar a través del arte, ejercicio combinatorio que mueve a la reflexión. Arte ingenioso, pudiera decirse, pero preferiría la más objetiva clasificación de arte con un claro propósito movilizador contra los irracionales procesos de drogadicción de los mass media que pretenden dormir al hombre finisecular con una lluvia de productos seudoculturales de fácil consumo. Arte irónico, arte que apuesta por impresionar al público para mantenerlo alerta. Una tentativa de apelar a la inteligencia humana para que despierte el sueño que significa la idea de Progreso, uno de los grandes mitos de la modernidad.
Su etapa reciente, la que algunos críticos han definido como iniciada y transitada en los noventa, acude a la temática ecosocial, a la denuncia de la falta de conciencia de las sociedades industrializadas ante los gravísimos problemas de medio ambiente y la preservación de la naturaleza. Por supuesto, sin abandonar por completo otras temáticas recurrentes como su ligazón con el erotismo y su adoración por el cuerpo femenino. Miró ha sido y es un cronista de nuestras dramáticas realidades, poseedor de un estilo y una delicadeza que enaltecen su función comunicante y que no permiten que el contenido o el tema desplacen la factura de la obra. Antoni Miró ha aportado un considerable conjunto de argumentos - imágenes a la plástica española (y valenciana) contemporánea.
No me gusta el adjetivo «coherente» para una obra e incluso siquiera para un creador, pienso que es una paradoja vincular el agónico, caótico y febril acto creativo a la disciplina de la coherencia, por tanto, ni la obra ni el hombre que es Antoni Miró me resultan coherentes, lo que sí ha sido el valenciano, y eso no puedo evitar decirlo en estos apuntes, es un hombre fiel a sus ideas, a su manera de entender y aprehender el mundo que le tocó vivir. Su obra, ha sido una seria e intensa tentativa de entregarnos sus obsesiones humanistas, de entregarnos destellos y vislumbres del mundo actual para que penetren en nuestras pupilas y aniden en nuestras mentes, de entregamos generosamente su mirada.