Antoni Miró: ara per nada
Pep Bataller
Ahora es los años que hemos consumido desde el 80. Comienza cuando, con un imperativo impertinente, el pintor aconseja pintar pintura a un gremio en desbandada. Un gremio, el de su quinta, sospechoso de desasosiegos, contaminado de victorias sociales; esclarecedor, cuando tantas ignorancias. Un colectivo, aquel, que encabezaba emblemas y empujaba idearios, y que, llegado el tiempo, se sacude la antigüedad y mira de esparcirse en salidas totalmente limpiadas, próximas a un pacifismo plástico desinfectado, con el deseo externo de un oficio curricularmente nuevo. Un oficio señor para un producto limpio y homologable. Como es necesario, en un país normal para los políticos, y en un tiempo de optimismo obligatorio, y en una sociedad que está de vacaciones.
De esto dirán, algunos, evolución. Porque es humana la condición del hombre, y el mundo es largo, y el arte una manufactura tolerable. Y en este claro diseño de competencias, pintar -ni hacer palabras- no compromete gran cosa.
Hablábamos, sin embargo, de aquel imperativo lanzado contra corriente. Pintar pintura. Es decir: acuérdate.
Y esto quiere decir dos cosas: aceptar la pintura como una artesanía antigua y razonable, no neutra, no sacra, cualesquiera que sean los vientos que la sacuden; Y no fiarse ciegamente cuando la sociología dictamina parámetros de tolerancia paternal.
Antoni Miró, con referencias morales no acomodables los eslóganes en alza, se empeña y camina el antiguo camino de los toros. No es de ahora que le viene la discrepancia de la cosa oficial ni una muy preferente afición hacia la metodología de la Historia. Ni la praxis de manipulador cruel cuando las imágenes colectivas son el punto de mira referencial. Esto es su bagaje, hace días.
Pero la historia camina fuertemente y necesitamos las argucias para continuar en el viaje. Otros han inventado ropas portátiles y a Toni necesitaba refugios personales ya conocidos, la misma mirada corrosiva y afilar un poco la ironía.
Seguramente para hacer más digestivas las imágenes y el lenguaje más llano, más al alcance de la moral de grupo y la didáctica del espacio público. Para descansar el cuerpo y hacer una aventura lúdica, con desvergüenza de reflexiones plurales, desde una carga de sentimiento antiguo y útil todavía.
También, porque la urgencia del discurso es menos salvaje, ahora, y más sofisticada, diluidas las problemáticas de siempre en la aburrida tarea de esperar aclaraciones difíciles de aclarar, no frente sino al borde de la normalidad.
Y en eso estamos. Ciertamente la obra de ahora -del ahora que nos ocupa- manifiesta como nunca la ironía aplicada. La tan particular antología que propone el pintor, el mestizaje del rojo gentil y el negro geográfico, la síntesis convicta los idearios viejos, las connivencias ocasionales que a lo largo de la pintura se demuestran, serían, sin el bostezo fresco de la ironía, una pretenciosa lección de formalismo. Y nada es más extraño al formalismo como este hallazgo de una eficaz manera de mirar, más ligera de oficio, más particularmente satisfactoria e igualmente comprometida.
Pintor en carne capaz, hoy por hoy, de arriesgarse en las fronteras resbaladizas, lejos, en la heterodoxia de la tribu, Antoni Miró nos oferta el hecho público el arte. Imperativamente, como los que mandan.
Vea pintura. Reconoceos en cada paso.