Parole, parole
Josep Piera
Parole, parole... Que las palabras están hechas de letras y que las letras son signos que pueden ser pinturas, hace miles de años que lo sabemos, como sabemos que los colores tienen sentido y tienen música y hablan de ideas o emociones... De emocionadas ideas o emociones reflexionadas.
Pero el hecho no tiene más importancia: el arte es repetición y originalidad a la vez; quiero decir, tradición revisitada por la personalidad creadora de los nuevos artistas. El arte viene ensayando siempre caminos y encuentros que nos llevan al placer comunicativo del diálogo entre las personas y las formas que aspiran al sueño o la belleza, así como del pasado y del presente que imaginan juntos un futuro.
El arte lo puede todo, como aproximar el lienzo y la palabra. El arte puede hacer de un libro una exposición, como puede hacer de una exposición un poema o una narración inagotables. El arte es el mundo donde los opuestos se encuentran, donde las distancias quedan abolidas, donde nada es una sola cosa y todo es todo.
Que Antoni Miró e Isabel-Clara Simó se hayan encontrado juntos en una exposición no creo que sea ningún fruto de ningún azar. De hecho, la amistad, las biografías, los espacios de la mente y de la vida les han unido queriendo o sin querer, desde siempre, es decir, desde el principio. Ambos pertenecen a una misma generación, la de los 70, nacieron en un mismo lugar, Alcoy; ambos han creído y participado en muchas aventuras colectivas por una patria-matria más soñada que posible, han luchado por un mundo mejor desde el arte propio y la propia conciencia.
Él con los pinceles, ella con las palabras. Antoni Miró e Isabel-Clara Simó son dos amigos de hace muchos años; dos personas unidas como une la amistad: desde el afecto que viene de cerca y de lejos, desde la inteligencia y el respeto mutuos, desde la creatividad.
Ahora, en este libro de poemas que hace exposición de letras pintadas, o en esta representación plástica compartida por los colores y las palabras, los dos amigos nos muestran sus mundos, tan personales y diversos como autónomos y unidos en un afán y en un juego. Cada uno ha hecho lo que ha querido y ha creído y desde la libertad se han visto unidos.
Un afán de ilusiones y de utopías, un juego de palabras, de signos, de sonidos y de colores... Un juego de amistades, o mejor, de criaturas adultas. Un juego que comprende todo un mundo; porque un mundo es el alfabeto, y un mundo es la cultura. Un mundo que va de la A a la Z, principio y final de todo, como de Amor a Zeus, dioses de dioses, que también son un principio y final de todo y en todo.
Un mundo de cuadros y de palabras, de grandes letras mayúsculas y pequeñas letras humildes, donde juego, vida, arte y amistad unen. Juguemos, pues, este hermoso juego que se nos propone. Desde la maravilla de los niños que hacen un arte magnífico y espontáneo sin saberlo, desde la creatividad de unos adultos que nos dan el mejor de sus personalidades como si nada fuera todo, como un acto de amistad puro, un acto de amor y de esperanza. Como en aquella canción de Mina donde una mujer y un hombre cantaban juntos: parole, parole...
Desde la palabra, es decir, desde el principio, que fue sonido primero, después grafía, signo y color a la vez.