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Libro de los hechos

Daniel Giralt-Miracle

No sé cuántas obras debe de haber realizado Antoni Miró desde que se dedica al arte, pero, incluso sin saberlo a ciencia cierta, es evidente que la suya es una carrera muy prolífica, con cambios en los temas y mutaciones en la ejecución. Sin embargo, en todas sus creaciones descubrimos un sello personal y unas obsesiones constantes que llevaron a Joan Francesc Mira a definirle de manera brillante como un «fabricante de fantasías y sugerencias».

Antoni Miró forma parte de aquella generación de pintores de nuestro país que, exhausta del informalismo estéril, sobreexplotado por los grandes maestros de la abstracción no cayó en aquella figuración amanerada de raíces cubistas o expresionistas (que se denominó nueva figuración) sino que abrió los ojos ante la realidad para hacer una crónica de lo que veía, para denunciar las guerras, la discriminación racial, la explotación de los hombres, la hegemonía de los imperios (económicos o militares), la destrucción de nuestro planeta, las miserias de nuestra propia historia. Como muy bien explicó el mismo Antoni Miró a Joan Vicent Hernàndez (Avui, 8.8.1976): «pinto lo que no me gusta».

Con certeza, si en la mayoría de los casos, y de acuerdo con la vieja sentencia latina verum, bonum et pulchrum, el arte se ha asociado con la idea de belleza y bondad, Miró ha optado para rehuir los esteticismos agradables porque ha preferido hacer un análisis descarnado de la existencia a través de un lenguaje que no tiene nada que ver con la tradición de las bellas artes sino con la imaginería surgida de los medios de comunicación modernos; unos medios que, en general, podemos afirmar que proporcionan una mirada más mecánica que reflexiva y, por tanto, más fría y distante. Aún así, la pintura de Miró se convierte en un manifiesto, una propuesta analítica en la que, sin caer en los tópicos del pop-art ni en el hiperrealismo fácil, se integran arte, sociedad y tiempos modernos expresados con una estética propia que no deja de ser un reflejo fiel de la mirada de Antoni Miró; un artista que «mira la realidad y la transforma. La transforma en tres sentidos diferentes y simultáneos: la transforma dándole sentido; rescatándola de la cotidianidad que hace opacos los objetos y las personas y proyectando en ella su mundo alternativo que es creación del artista», como definió con lucidez Isabel-Clara Simó en el catálogo Antoni Miró. Els ulls del pintor.

Si generacionalmente Miró está más cerca del equipo Crònica, del equipo Realitat, de Genovès, de Canogar, etc., conceptualmente, sus planteamientos son disímiles. Él no se formó en las escuelas de bellas artes tradicionales ni en las escuelas de artes y oficios, ni participó en los círculos promotores del realismo crítico. Tampoco le unía ningún vínculo especial con los grupos artísticos de la ciudad de Valencia ni compartía las especulaciones filosófico-políticas que derivaron en las mencionadas «crónicas de la realidad». Miró procedía (de hecho había sido uno de los fundadores) del Grupo Alcoiart, más aislado y menos afín a teorías estéticas o ideológicas aunque también acusaba el impacto de las transformaciones sociales radicales que se estaban produciendo aquí y en todo el mundo y quería añadirse a la denuncia, cosa que hizo con un lenguaje directo y comprensible y, en el caso concreto de Antoni Miró, vinculado al espíritu del colectivo italiano Gruppo Denunzia.

La opción crítica de Miró, como matizó Joan Fuster, tenía dos protagonistas: el hombre y la sociedad; motivo por el cual los choques, las contradicciones, las incongruencias y los maltratos acontecieron el centro de su obra. Una actitud que no ha variado con el paso de los años porque siempre ha afirmado que la pintura tiene que opinar y tiene que estar inmersa en la sociedad en la que vive, por lo que es este objetivo, de una manera más o menos evidente, el que marca la diferencia respecto a las otras formas de mirar la realidad.

Para Antoni Miró es tan importante aquello que quiere comunicar como la manera de comunicarlo, el fondo y las formas. Es por eso que en su obra encontramos tanto pinturas como grabados, relieves, esculturas, carteles, incluso piezas realizadas con medios digitales, aunque no podemos periodizar el uso de estas técnicas, como ya ha comentado con acierto Romà de la Calle, porque la independencia de Miró le ha llevado a utilizar siempre la técnica que en cada momento específico le permitiera (y le permita) expresar con eficacia su compromiso con la gente y la vida, sin transcendentalismos, pero con una explícita voluntad de denuncia y siempre con ironía.

Y si la suya ha sido denominada una pintura de concienciación es porque no se limita a una autorreflexión sino que busca la complicidad estética e ideológica de las personas que contemplan su obra. Es probable que por esta razón tienda al esquematismo, a la simplificación de los recursos plásticos y a pedir prestado de la historia del arte, del cine, del cómic, de la publicidad o de la televisión, recursos que faciliten o provoquen el diálogo con el espectador, con el que Miró quiere interactuar porque en el fondo cada una de sus obras responde a una meditación y es un lamento o un grito de alerta, porque es un pintor de ideas que sabe aunar los contenidos ideológicos y la expresión plástica y conseguir un equilibrio particular que es el que personaliza su trabajo, una creación que, vista con perspectiva, me atrevería a decir que constituye un nuevo Llibre dels fets, porque en su conjunto se convierte en una narración de los acontecimientos más importantes de su vida escrita en plural de primera persona, como hizo el rey Jaume.

ANTONI MIRÓ, HISTÒRIES (DE LA NOSTRA HISTÒRIA)

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