Antoni Miró y los desaguisados del Mas de la Sopalma
Carles Llorca
Capítulo 1
Historias del Mas de la Sopalma, otramente dicho del Sopalmo hasta que no bajen del burro los alcoyanos cabezotas
¿Cómo quieres que siendo en el Armanello de Benidorm (la Marina sur) recibamos una propuesta para pasar al Alcoià? Es inmediatamente aceptada, como de costumbre. Embarcamos al cohete y antes de hacer el primer cigarrillo ya estamos en la Carrasqueta, donde empiezan los pequeños problemas por los que uno se queja (sin razón, claro), que se le vienen encima artefactos y equipajes chafadores de brazos, piernas, cáscaras, y además el/la gato/a de nombre MARI CATÚFOLS, que rebota de lado a lado del vehículo cohete sin que sus pequeñas garras puedan fijarlo/la por ninguna parte.
Sin embargo, y cuando ya estamos a punto de nieve, es decir, de arrojar, llegamos al Mas de la Sopalma sin más problemas. (laus Deo). Se abren las puertas del cohete y comienza la descarga interminable de papeles, trapos, bolsas, más bolsas, mantas, más papeles, etc. Como de costumbre.
Inmediatamente y sin soplar cuchara, pasamos a la inspección arqueológica de una cueva donde se encuentran artefactos extraños que son perfectamente analizados por los técnicos correspondientes. Encontramos polvo en abundancia, maderas carcomidas, más polvo, polvaredas, piedras y pedruscos, jarras enormes enterradas en el suelo. Comienza el análisis y el “quefe” me manda que cierre la puerta. Cumplo la orden sin pedir motivos y veo que el “quefe” se sacude una meada abundante con cuatro meneos de mano y una sacudida en el momento en el que abra la puerta la “quefa” y lo coge pájaro en mano.
Nadie se trasiega y todo funciona. Sin embargo, no hay acuerdo con la función y la colocación de las piezas de madera y de los pedruscos. Vamos componiendo mentalmente como un trencaclosques y el “quefe” hace un dibujo que me aclara las cosas hasta cierto punto, porque hace un frío que me hiverna la perola.
Tal y como yo veo el problema arqueológico no encuentro cómo explicarme -una vez aclarado que se trata de una almazara- la cuestión de la fuerza motriz para hacer rodar los pedruscos. El “quefe” cabezota hace hipótesis propia de Leonardo da Vinci que no me convencen en absoluto. Más bien veo un asno rodando en el camarote, pero no oso contradecir y menos votar en público por un asno, así que la cuestión queda pendiente para otro debate y empezamos a subir al piso la interminable carga del cohete que ahora parece un contenedor de barco.
Cuando estamos en mesa y me dispongo a disfrutar de paz, tranquilidad y buenos alimentos, el “quefe” dice que ha llevado esta maquinilla de escribir para que ya no tenga excusa, y a continuación la coge y escribe las insolentes palabras que puede ver al principio de estos papeles. El “quefe” tiene una mala leche descojonando, porque en estos tiempos de referéndum, cuando ya no puedes huir por ningún rincón de las canciones de los medios de comunicación, tele, radio, carteles, Carrillo, Jelipe, etc., para decirte aquello de “vota libremente”, coge y presiona por otro lado.
uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuyyyyyyyyyyyyyyyiipp
NOTA: la línea inmediatamente superior es del “quefe”, para que veáis...
OTRA NOTA: la “quefa” se acuesta y el “quefe” se cabrea porque todavía son las 11 según la cebolla de reloj que tiene.
Todo esto y más es lo que ha pasado en la tarde de hoy, 3 de diciembre de 1978, a tres días del definitivo referéndum de la undécima constitución del Estado español que deseamos tan gloriosa como sus predecesoras y de tan larga vida.
Y como tenemos papel, hacemos la pelota y apología del “quefe”:
Delgado como un huso.
Fuerte como un toro.
Cabezón como cabezudo
Come bien poco.
De mucho se mofa.
Paciencia en abundancia.
Más si se cabrea,
Se ha acabado la oveja
Y sale el león.
Caliente como un horno
le gusta el higo
y busca el tamaño
Fusando al entorno.
Atavían de oscuro.
Duelo del país.
Lo lleva en el corazón
y no transige.
Capítulo 2
Historias del polvo y de las polvaredas, protagonistas constantes del Mas de la Sopalma, otramente dicho del Sopalmo por el burro alcoyano, sin querer ofender a nadie
El Mas de la Sopalma (y que se toquen los cojones) está situado, como su nombre lo deja definitivamente bien aclarado, en la sopalma de la loma que encontramos yendo desde Alcoy a Ibi. Naturalmente, es término de IBI y por eso mismo tiene el atractivo que pasamos a describir.
El clima es ideal. Nunca hace calor en invierno ni fresco en verano. Por lo tanto, podemos disfrutar sin ningún problema de las maravillas de la naturaleza; tan pródigas en esta casa, decimos casa, pero se trata de algo más grandecita. Yo, que vengo tan a menudo como los “quefes” me lo piden -y son bastantes veces-, aunque encuentre nuevas habitaciones, nuevos pasillos, aljibes como catedrales, pesebres para cincuenta mulas, etc. Es como hacer un viaje al infinito nebuloso... nebuloso por encima de todo.
Niebla, niebla, es lo que da el más importante atractivo al Mas de la Sopalma (y que se toquen los cojones). Las nieblas del Mas de la Sopalma (y que se vuelvan a tocar los cojones, si no les gusta), tiene características especiales, difíciles de describir. Imaginaos que llegáis al atardecer al Mas. De cualquier lugar que vengáis, os cubrirá un cielo limpio, ya sea raso como si es nublado. Si venís a bordo del cohete del “quefe”, dejando aparte que tendréis que bajaros las pelotas desde la garganta hasta donde deben estar, es decir, en su lugar natural, y después de haber vomitado por el camino, os encontraréis con la operación de descarga mencionada en el capítulo 1. Y es en este momento preciso en el que entráis al Mas cuando empieza la niebla. Al encender la luz, os encontraréis inmersos en un mundo ultraplanetario, rodeados de nubes grandes, galácticas. Si os fijáis bien, veréis como descienden del techo y suben tierra arriba, como una lluvia de cabujones diminutos que le harán unas dulcísimas cosquillas, primero en la nariz y luego en la garganta. Después comenzará el concierto de estornudos maravillosos que le acompañarán horas y horas llenas de dulzuras interminables.
Pasada esta primera experiencia, la “quefa” tanto os puede dar una buena cena como mataros de hambre (un atractivo más del Mas) y, de seguido, cuando ya pensáis que la niebla ha amainado, llegará un hijo de puta de perro, Lobo de mote, que al meter cuchara en el plato, se sacudirá dos o tres toneladas de polvo para que no decaiga el porcentaje de niebla habitual en la casa. A continuación, Lobo, para daros la bienvenida, lamerá todo lo que tenga al descubierto y hará una pasta viscosa sobre su desamparada piel.
Y llega el momento en el que la “quefa”, para quedar bien con los huéspedes, se hace la autoritaria y cierra al Lobo en el cuarto de al lado (unos cincuenta metros). Volvéis a meter cucharada en el plato y cuando estáis a punto de probar el brebaje, un millar de agujas finísimas os pinchan la espinillas. Se trata de otro/a hijo/a de puta: la MARI CATÚFOLS, un/a gatito/a de lo más simpático/a. Como antes de joderte la espinilla venía del sofá, aporta una nueva y abundante provisión de niebla polvorienta que cambia la cata del brebaje que esforzadamente intentáis tragaros.
Sin embargo, todo llega. La “quefa” os manda sacudiros los pantalones, que están llenos de polvo (como si lo hubieseis traído de la Marina, desmarcándose, la tía) y telarañas. Y como buen huésped, obedecéis. La consecuencia es el mantenimiento, otra vez, del nivel habitual de polvareda en la habitación.
Ahora estamos haciendo la velada. Hace un rato que la “quefa” ha dejado caer dos mantas y una sábana encima del sofá. Me ahogo. No veo nada más allá de mi nariz. La “quefa” dice buenas noches y se mofa. El “quefe” dibuja y yo pongo los dedos sobre estas teclas de la maquinilla con la mayor dulzura para no remover más partículas polvorientas. Decido que el próximo viaje traeré una mascarilla filtradora y un equipo de oxígeno.
El “quefe” -ya lo sabéis- tiene muy mala leche. Va dibujando y al mismo tiempo hace unos comentarios a compás de lo que dice la radio sobre la prostitución. No puedo concentrarme. Hoy se cierra, a las doce, la campaña proprostitución. Pasado mañana irán a votar botando, mientras nosotros, el “quefe”, la “quefa” y yo, en la polvareda que padecemos, continuaremos deseando la misma larga vida prostitucional que es tradicional en las prostituciones de estos rincones.
Olvidaba decir que en medio de todo esto que he escrito, ha habido un transporte de muebles. La niebla ha hecho que aplazara antes de terminar la operación. Mañana, si esparce, continuaremos.
Me cuesta dios y ayuda encontrar el sofá donde debo dormir teóricamente. A tientas. Me tapo la nariz con el pañuelo para ver venir. Sueño que la niebla la trajo de Londres el “quefe” cuando se ligó a la “quefa” e hicieron el equipaje deprisa y corriendo en medio del típico puré londinense. Se les metió entre las maletas y sacos y al llegar al Alcoià, se reprodujo de forma descojonante por aquello del cambio de latitudes, y aquí la tenemos. Feroz, abrumadora.
La “quefa” se ha mostrado muy puñetera hoy. Para empezar, cuando yo todavía estaba en la cama bien de madrugada, me ha lanzado al travesti de la Mari Catúfols en mi cama. Se ha metido entre las sábanas con el motor en marcha mientras me arañaba las mejillas traseras.
No hay nada que hacer. Por grande que sea el Mas de la Sopalma (...) nunca encuentras un rincón para hacer lo tuyo, por ejemplo, dormir. La Mari me ha despertado y no sabía dónde estaba, pues había cambiado de lecho para ver si encontraba la paz.
Por otra parte, dicha mala leche del “quefe” es contagiosa y así la “quefa” actúa en consecuencia. Aunque él tiene más virtudes, no creáis. Otra de sus características predominantes es que quiere dejar limpia de polvo y paja todo trasto que sea un poco viejo y oxidado o carcomido. Todo le da gusto y va acarreando sin detenerse hacia casa, desde un clavo de herradura hasta una cama desguazada o un armario troceado.
Llega que el “quefe” está haciendo obra principal de arreglo en el tejado para que el robín de los clavos de las vigas (miles, del año de la peste) no pase demasiado adelante. Esto quiere decir que tenemos dos consecuencias importantes de cara a la supervivencia. Primera, que la niebla polvorienta alcanza una densidad tal que tenemos que ir por casa tocando un silbato para no astillarnos la morrera entre nosotros mismos. Segunda, que no siendo la visibilidad de mucha confianza llevamos un bastón para orientarnos como orbes vagabundos.
En esta situación, el “quefe” le ordenó a la “quefa” que le vaciara una habitación de muebles, llaves, herraduras, armarios, maderas viejas, porcelanas porque dicha habitación debería ser motivo de obra reconstructiva.
Mientras él iba dando órdenes a la “quefa” (ya veis como no lo es demasiado), ella iba mudando el color de la faz, iba amarilleando a compás del crecimiento de la lista de cosas que debería remover y subir al porche, mientras él detallaba meticulosamente donde debería guardar cada cosa. Es un tipo de estos tiquismiquis que quiere fastidiar bastante con eso de cada cosa en su sitio.
Yo, que estaba en el sillón recién comido y chamando el sorbito del humo, iba acojonándome a medida que la lista de órdenes iba creciendo, porque olía que alguna parte del desecho me venía encima. Dicho y hecho, cuando el color de la faz de la “quefa” ya se acercaba al azul, me pareció que para evitar el colapso debería hacer algo por ella. Y cojo y le digo: ¿quieres que te eche una mano? (idiota de mí). Y ella que revive de color, revive y viendo el cielo abierto, me dice: ¡vamos!
Ya no había remedio para mí. Y el “quefe”, naturalmente, desapareció a continuación.
La “quefa” y yo, ambos juntos, subimos al porche en plena mala hora (eso decía mi abuela de las horas estas del mediodía), 25 camas de hierro, 13 de madera, 45 sillones, 72 sillas, 6 cajas de llaves oxidadas, 76 capazos de paja, 765 cuadros del “quefe” y de los compañeros (todos del mismo estilo pictórico, al menos en cuanto al peso).
Nos quedamos desnudos, por aquello de la sudada (no seáis mal pensados), porque cada uno de los viajes ascendentes era como una expedición arriesgada. Teníamos que subir por una escalera tortuosa y estrecha donde no había dos escalones gemelos, atravesar por debajo de cuerdas malignamente dispuestas y metiendo los pies en cada paso en tres palmos de polvo mezclados con mierda de palomas y pasteles de jabón, sujetadores y bragas colgadas el año del cólera por la casera y dunas de almendras inconmensurables.
Como no podíamos hacer una rebelión ni la “quefa” ni yo porque la tiranía es descojonante, decidimos al menos dar testimonio de nuestra disconformidad. Nos declaramos en huelga y dejamos como prueba un escaparate para subir. Se trata de un escaparate cercano a la desintegración que debe pesar 500 kilos, más o menos. Abajo se ha quedado. Le dijimos al “quefe” que un trabajo tan delicado no lo podíamos hacer nosotros solos y que era necesario que él estuviera presente para que no se deshiciera aquella pila de basura. Y el “quefe”, ¿sabéis qué respondió? Agarraos: “¡bueno, lo cogeré en un puñado y lo subiré yo!”
Todo esto es lo que he escrito el día 5 de diciembre de 1978. Y no creáis que es un día cualquiera: es el día de la “meditación”. Porque una vez bien meditado, mañana día 6 de diciembre de 1978 y mientras el rebaño va a votar botando, nosotros, los independentistas, iremos a hacernos una paja en el tronco de un almendro para demostrar que somos independientas incluso de las mujeres. (laus Deo).
Capítulo 3
Más catástrofes en el Mas de la Sopalma otramente dicho Sopalmo: invasión en dos olas y alergia ahogadora polvorienta hijaputiense alcoyana
Ya estamos en el 8 de diciembre. Vamos desintoxicándonos poco a poco de la campaña prostitucional gracias a que nos rompemos los dedos y la cabeza buscando alguna emisora de radio no contaminada en el aparato medio cebolla medio castaña del “quefe”, que es del año 1870, de cuando las tropas germánicas conquistaron París de la Francia. Las orejas también están hechas ceniza, por la vejez del aparato emparejada con la de las baterías que lleva en la barrica, que son de 1871. Llega un momento en el que no sabes si el runrún es del aparato de radio o es un bostezo del lobo, el perro polvoriento. Para aclarar la historia y dejar las cosas en su lugar, debemos decir que hay otro aparato de radio más moderno que la “quefa” tiene, sin embargo, escondido bajo su colchón.
Sea como fuere, la vida aquí en el Mas iba desarrollándose con normalidad como queda aclarado y atestiguado en los capítulos anteriores. El día 6, pero, llegó mi “quefa” particular. No vamos mal de “quefes”, no. Me cantó las cuarenta y el veinte de bastones, y todo aclarado, leyó los capítulos precedentes mientras hacía algunos estufidos. Buena cosa, de momento. Al día siguiente me llevó a Betxinqui para arreglar el motor del agua, que no funcionaba. Al llegar, había un grupo de lo más estrafalario.
Dos tías y tres tíos. Una pareja, parientes míos. Pero los cinco jóvenes, pulidos, bien educados, correctos y reverenciales, sentados alrededor de una mesa llena de papeleo. Para corresponder a nuestro saludo, sólo dos hicieron el esfuerzo descojonante de decir: Ie! sin demasiado entusiasmo.
Arreglado el motor, subimos de la fuente a casa. Nada más pisé el escalón de entrada al mas, vi que mis “quefes” se habían multiplicado peligrosamente. En efecto, habían controlado el fuego del hogar haciendo un arco a su alrededor de manera que nos condenaban a un frío eterno. No había más que una lámpara de gas para disfrute exclusivo de la aleación. Todos los esfuerzos que hicimos para calentarnos e iluminarnos fueron estériles.
Mi “quefa” particular, que tenía que escribir una carta a California con 54 copias relatando su viaje a Irlanda e Inglaterra -es más viajera que Marco Polo-, lo tuvo que hacer a la luz de una vela, desojándose, ante un mapa del itinerario. Con la confianza relativa que tengo con una joven de la pandilla invasora por lo de la paternidad, le dije: oye, ¿podría ceder un lugar iluminado para que mi “quefa” pueda escribir las 54 cartas en California? Y me respondió: hombre, no, porque el problema es el ruido de la máquina de escribir.
Al final, encontramos una madriguera para dormir un poco después de que el grupo nos ilustró en abundancia a raíz de temas como literatura, marxismo, liberación de los jóvenes, etc.
Al día siguiente, al quedarse mi “quefa” en Betxinqui para escribir las 54 cartas a California y alrededores, volvimos al muy famoso y nombrado Mas de la Sopalma. El grupo juvenil me hacía compañía dentro del Gran Rover. Como se tenía que comprar algunas cosas, nos detuvimos en Alcoy, ciudad industrial donde dicen bajoques -judías- a las pebreres -pimientos-, y fuimos a la librería Cruz y Raya. El batallón de jóvenes, después de revolver todo, compró por un monto de dieciséis mil pesetas. Adolf, gerente de la librería, rotaba de dolor de estómago, y sus ojos rojos como tomates maduros estaban a punto de estallar. Para evitar el infarto del amigo Adolf, le pedí tres calendarios Serra d'Or que me dejaron el bolsillo apurado.
Reanudamos el viaje y nos detuvimos en la Venta Saltera. Quería yo quedar bien con una del grupo que se llama Cati. Era su cumpleaños. Cumplía años. Lo que decía otro pariente de nombre Gaztambide: era su “rompeaños”, así que me correspondía invitarlos a todos. Entramos a la venta y el señor Paco me reconoció cuando estábamos a cara subida por encima de la barra. Me preguntó por la familia, los amigos, los sobrinos, por el “quefe” del Sopalmo y cuñadas, etc. Cuando ya íbamos a pedirle la bebida, se sacudió los brazos como un tomate se sacude las alas, y nos dio la espalda yéndose hacia la cafetera porque uno de los clientes le reclamaba que la semana anterior ya le había pedido un café cortado y tenía prisa.
Pasamos un rato de dos horas de lo más divertidas, poniendo duros a las maquinitas de los discos, jugando al fútbol con los papelitos que siempre hay en el suelo, con los huesos de las fideuàs, con los huesos de aceitunas, etc., y cuando menos lo esperábamos... ¡toma! tres plis plais y una cerveza que el señor Paco nos pone sobre la barra. Vocerío general: ¡bieen!, ¡muy bieeen! Inmediatamente, como el más rápido del Far West, dejo caer un billete azul delante de las narices del señor Paco para que se cobre las bebidas. Continuamos jugando al fútbol, bailando, haciendo excursiones por los alrededores, inspeccionando el tejar, contando los pinos, etc. Aclaradas todas estas cuentas, vemos con alegría que el señor Paco había hecho la cuenta y nos dejaba el cambio en la barra. Nos despedimos respetuosa y cordialmente.
Cuando cruzamos la meta de la ciudad de Alcoy, alenté de verdad. En efecto, el grupo tenía un aspecto que llamaba poderosamente la atención de los ciudadanos honrados. Por encima de todos, flotaba la presencia de Eduard. Por lo menos, era la reencarnación del clásico trabucaire. Gorrilla, barbilla, alto como Quaresma, gafitas revolucionario-intelectuales y una jaca donde tanto podría tener un libro como un cóctel molotov. Yo tenía bien claro que si alguien de los alrededores se hubiera tirado sólo un pedo ruidoso, a Eduard le hubiera caído encima toda la brigada antiterrorista de Alcoy.
Para joder al “quefe” del Sopalmo, debemos decir que con mucha alegría entramos al término de Ibi, donde está el Mas. El “quefe” y la “quefa” hicieron de anfitriones de los jóvenes y les mostraron las maravillas de la antigua casa de postas. Ellos, los jóvenes, con las narices arremangadas, pasaron del rollo y se volvieron hacia Betxinqui con el Gran Rover.
La segunda ola invasora ha tenido lugar hoy, día 8.
Capítulo 4
Narración que hace el/la Mari Catúfols de los hechos y deshechos ocurridos en el Mas de la Sopalma, el día ocho de diciembre de 1978, año de la definitiva constitución undécimo
Me llaman Mari Catúfols y, de momento, vivo en el Mas de la Sopalma. Pertenezco a la muy aristocrática familia de los gatos. Quiero hablaros de la opresión de clase que padecemos. Para empezar, me han puesto un nombre que no me gusta nada. Sólo porque se ha puesto de moda entre los bobos, me lo han endilgado. Llega un barbudo, le propone el nombre a la “quefa” y ¡listo! Y en vano me hago el remolón, en balde maúllo protestante, ellos venga Mari Catúfols arriba y abajo. ¡He sido bautizado y en paz! Sueño que este nombre impuesto lleva una especie de “cachondeixon” que me jode de lo más. El nombre es algo serio y si empiezan a perderme el respeto, ¡mal! Además, oyendo hablar a los bobos, me doy cuenta de que el maldito nombre corresponde a un personaje de lo más sospechoso.
El primer problema que me lleva este nombre impuesto es la cuestión de mi sexo. De ello han hecho un punto primordial. Como soy pequeño y los “quefes” son unos burros, no se aclaran y cada uno de ellos dice el suyo, según las preferencias que tengan. Que si gato que si gata, que si travesti, y pasan el día haciéndome cosquillas debajo del culo, soplando y escudriñando sin detenerse. Al fin, tengo todos los bajos pelados y picantes. Me cuentan las tetas y nunca se ponen de acuerdo tampoco. El caso es que estoy más tiempo boca arriba que en posición normal. Y así ni puedo aprender a caminar como es debido.
Cuando llega un forastero, a continuación es invitado a opinar a raíz de mi sexo, y vuelve a empezar el martirio. Como las garras que tengo todavía no pinchan mucho, y los dientes casi no me han salido a la calle, no puedo hacer otra cosa que permanecer jodido. Si acaso digo algo sin chillar mucho, una mano cae sobre mi cabeza, me oprime las barras, me tapa la nariz, y además, todavía me dicen rebelde, mal genio, salvaje, etc.
Otra consecuencia es que el hijo de puta del perro, Lobo de mote, es un celoso de tres pares de cojones, y cuando estoy en el suplicio antes mencionado, él cree que tengo las preferencias amorosas de los “quefes”. Entonces deja caer 30 kilos de morro y muelas, y dos cuartos de lengua sobre mi barriga (motivo de la inspección) y me deja para comulgar. Ya listo para comulgar, el lobo me jode 5 kilos de garra y me recorre de arriba abajo con una mala leche similar a la del “quefe” máximo.
Sin embargo, y como vivimos en tiempos de torturas y de opresión de clase, voy acostumbrándome y resisto como un héroe. Llegará un día en el que mis garras puedan hacerle frente y dejaré al Lobo hecho una criba. En cuanto se decante y se distraiga, le meteré la garra por la garganta y mientras le muerdo la morrera con todas mis fuerzas, él retrocederá y yo, que voy profundizando mi garra hasta que le llegue la cola por dentro de la barriga, lo tensaré y lo pondré al revés como se hace con los pulpos. Esto de poner un perro al revés es como coser y cantar.
No quisiera que pensarais que la mala leche que hay en el Mas se me contagia hasta convertirme en un sádico. Sencillamente es que el ocho de diciembre no ha sido un buen día para mí. Si no escribo, reviento. Dejemos aparte la cancioncilla constante de la constitución definitiva y undécima. Es otro el problema: la segunda ola invasora en el Mas de la Sopalma.
Imaginad mi condición anímica y física después de un día normal. Hecho ceniza. Entonces la “quefa” me lleva a su cama para dormir (es un chiste) mientras el “quefe”, cabreado como de costumbre, le dice que le lleno los huevos de pulgas y que mi lugar debe ser la cocina, solo y lejos del perro (no caerá esa breva), mientras la “quefa”, como de costumbre, se rejode y me coge, me chafa amorosamente y me estropea la única costilla que era un poco potable. Quieras que no, ya estoy en la cama de los “quefes” y paso la noche buscando calor entre pedos y coces.
Amanece, laus Deo, y no puedo salir porque la puerta está cerrada y no hay ningún resquicio. Además, el Lobo me espera al otro lado para darme los buenos días. Paso hambre y frío. Hacia mediodía, se levanta la “quefa” y me pone un poco de leche en un barreño tan estrechito que mi morro no llega a probar nada. Me voy hacia un bol donde parece que hay algo más sabroso, y cuando como el primer trozo, me encuentro como un bocadillo entre las barras del Lobo que van juntándose sin misericordia, hasta que me sale el aire y hago un ruido de muerte inminente, que hace reaccionar a la “quefa” y me saca como si fuera el fiambre de un bocadillo, prolongándome la vida. La “quefa” me coge, y como me ve tan cerca de la muerte, va diciéndome que aquel cuenco era el comedor del perro Lobo, que no debía ir a robar nada, que yo tenía la comida aparte, etc., mientras que para hacerme respirar me coge como una lima entre sus brazos y entro en coma profundo.
Cuando vuelva a ver la luz, tengo delante al barbas blancas, un tipo reñidor y defensor de las clases oprimidas. Le hago una fiesta con la pata para que sepa que estoy vivo. Y como tenemos siete vidas, comienzo a disfrutar de las seis que me quedan. Poco a poco voy recuperándome y disfruto del buen sol que tenemos hoy, y cuando me encuentro medio en forma, trato de hacerle la pelota al “quefe” subiendo en el sillón donde está sentado. Quiero asegurarme la protección del poderoso para ver de mejorar mi condición. El “quefe” pasa la mano por mi lomo y yo, confiado, le doy la cara y lo saludo con la pata, poniendo el motor en marcha. En este momento, el “quefe” me sacude un papirote bajo la nariz, caigo de espalda, creo que se trata de una cortesía grosera y vuelvo a saludarlo con la pata, lo que él aprovecha para sacudirme otro papirote, éste más cargado de bombo. Mi cerebro empieza a rebotar en la cáscara, se me hace de noche y como puedo me alejo, tambaleando, del “quefe” y de la madre que lo ha parido.
Aquí caigo, allí me levanto, puedo encontrar un rincón de paz para hacer la segunda recuperación del día, que, como veis, ha empezado muy bien. Me quedo como adormilado un rato mientras escucho los desagradables ladridos del Lobo que es anudado a un árbol. Tiene una voz como un barranco, verdaderamente repugnante, y además, en lugar de hacer ¡bu, bu!, parece que dice ¡franco, franco! Esto estremece al “quefe” de una manera especial, pierde el oremus y coge una rama, va hacia el Lobo, le riñe y se vuelve sin estrenar la rama. El silencio dura 20 segundos. El barbas aprovecha para decirle al “quefe” algo sobre la libertad de expresión. Y, a continuación, vuelve la canción franquista.
Casi que era forma del todo cuando empieza la ola invasora con un ruido parecido al que podría hacer un rebaño de galifiantes* dentro de una ermita calcinada, con canónigo en la trona en tiempo de cuaresma, sin haberse lavado los pies.
Sólo entrar los invasores en el Mas de la Sopalma, comienza la caza del gato. A la voz (a las voces) de: ¿Dónde está MARI CATÚFOLS?, un macho y dos hembras homo sapiens juveniles iniciaron el registro y no dejaban estaca en pared. Cojines, poltronas, mantas, sofás, etc., todo lo pusieron patas arriba. Yo, que no tengo hueso sano, tampoco tengo fuerza para moverme y prolongo mi terror sin respirar. Véase por donde cuando yo pensaba que no me encontrarían estos jóvenes, siendo que la “quefa” dice ¡Catúfols! ¡Catúfols!, ¿dónde estás? ¡Ven a jugar con los niños que quieren verte! Y claro que la “quefa” me descubre enseguida porque conoce bien la casota.
Me coge la “quefa” y me da medio a la pequeña y medio a la mayor de las niñas. Le corresponde cabeza y cuello a la pequeña, me mete los dedos en los oídos mientras la mayor coge su parte, le da la vuelta, y comienza el rito de la inspección. Con esta vuelta, me coge un pis forzado que no puedo resistir y pruebo de vaciar. No puedo porque tengo la caña apretada por la inspección. Mientras, la pequeña revuelve su trozo de gato y me aprovecho para huir en un momento de sorpresa. Me voy corriendo detrás de un bus de flores y meo. Nunca lo hubiera hecho, porque todavía eran gotas en el aire, ya la “quefa” me había cogido con mala leche y me dedicó la letanía de sucia, cerda, sinvergüenza mientras me cacheteaba las costillas ya jodidas.
La “quefa” me entrega otra vez a las niñas. La mayor pregunta: ¿por qué le decís Mari Catúfols si es un gato? La pequeña cuenta las tetas y dice que soy una gata. ¡Es una gata!, ¡es una gata! Yo, sin embargo, ya no sé qué cosa soy. De cualquier manera, me cago en los cojones de mi “ti” Gori, en los del canónigo de la ermita antes mencionada y en los de los galifiantes* que estaban dentro.
Sin otros acontecimientos dignos de mención, llegamos al atardecer del día ocho. Una parte del ejército invasor, precisamente el de más edad, decide la evacuación y la verdad es que no me han jodido nada. Desgraciadamente, tienen problemas de transporte y la muchacha torturadora, la que dice que soy gata, tiene que pasar la noche aquí.
Cuando la expedición ha tomado el camino de la Marina, veo con dolor que la torturadora se queda en el Mas. Ya me doy por muerto y voy preparándome para lo peor. No es para menos. Tengo el cuerpo todo hecho un San Lázaro, tengo hambre, frío, sed, el cerebro no muy bien por aquello de los papirotes del “quefe”, y quisiera dormir cuatro lunas seguidas. Quizás le daría a la muchacha, al “quefe” o a la “quefa” otra de mis seis vidas que me quedan a cambio de unas horas de relax.
Los “quefes” y la torturadora niña, que se llama Lorena (me pregunto cómo puede tener un nombre tan bonito y torturar) están en la mesa cenando. También está el barbas blancas. Yo me aprovecho para hacer la tercera recuperación del día, pero sin dormir. Aunque relajado. Siento las conversaciones que me llegan de la mesa. La cuestión más ruidosa sale de las dos barbas, la negra del “quefe” y la medio blanca del otro. Mientras van soplando cuchara de caldo, hablan del país y de la undécima constitucojón, de qué harán los pesaneros, de que están hasta los botellones (ellos tienen clara la cuestión del sexo y yo también) y llegan a la cuestión eterna de que si judías verdes o pimientos. Y encima, para joder aún más, llega el Fabra y dice ¡PIMIENTOS!
Al terminar de cenar, ya tiemblo pensando que Lorena vendrá a por mí. No es así y lo que hace la muchacha es ponerse a bailar. Siento los pasos y saco la cabeza de abajo de mi escondite y miro. ¡Jolín! ¡que lo hace muy bien la bailarina! Me gusta tanto que me olvido de todo. Lorena gira la mesa grandota, y al compás de una música dulce, sus pies pequeños son como estrellas volantes. A pesar del dolor de huesos que tengo pienso en acompañarla. Rechazo este pensamiento gozoso para no descubrirme, no fuera que se reproduzca el baile de Torrent.
Al fin, la “quefa” se lleva el hijo de puta del Lobo a un cuarto y lo cierra bien cerrado, algo que nunca le agradeceré bastante. Deja caer unas mantas de Benilloba en el sofá, comparece la niebla, y Lorena se acuesta. Dice la “quefa” buenas noches, el “quefe” se cabrea otra vez, y soy obligado a dormir con ella. En el viaje vuelvo a ver espumas rojas, me meto entre sábanas y busco una bolsa de agua caliente que hay bajo los pies aquesados. Y me despido de todos ustedes con dolores, con muchos dolores...
Capítulo 5
La dulce vuelta a la Marina sur, el plácido viaje con el coete y las putadas de “quefatura”
El sábado día 9 de diciembre empezó sin que nos diéramos cuenta de que hacía dos o tres días que empezábamos una etapa de lo más histórica. A las 11 de la mañana, de golpe, vimos que para nosotros la cosa era bien jodida constitucionalmente hablando. Mientras desayunábamos lo vimos claro. Para mantener la moral independentista, buscamos dos buenos almendros y salimos a paja por barba.
El “quefe” se fue a la ciudad industrial donde dicen judías a los pimientos (no puede estar demasiado tiempo fuera). Antes, mandó a la “quefa” que cepillara dos guardabarros de camión más grandes que dos morabitos. Formarían el techo de la futura casa del Lobo después de que la susodicha “quefa” les diera un pase de pintura imprimante. Como ella lo esperaba, de buena mañana ya llevaba la faz tirando a amarillo que a medida que el sol subía devenía verdosa. Así, cuando le dijo al “quefe” que tenía dolor de estómago, todo el mundo lo creyó.
Como ya hemos hablado de la manía recogedora de brozas y porcelanas que tiene el “quefe”, me creeréis si os digo que quiere hacer una casa al Lobo con techo de guardabarros. Son de un camión que descendió deprisa, aquí caigo allí me levanto, al fondo del barranco de la Batalla el 14 de abril de 1931. Desde entonces, sólo quedaban los guardabarros, y el “quefe” no ha querido, mejor dicho, no ha podido, soportar que material tan valioso no fuera bien aprovechado.
Los que quedamos en el Mas tenemos hambre. La comida está hecha, pero debemos esperar al “quefe” con toda disciplina y respeto. Pasan las horas y cuando la olleta es pelada y hecha un gramo, llega el cohete con Barbanegra dentro. ¡Cargado de madera!
Diálogo con el “quefe”.
Yo: Che, ¿cómo va?
“Quefe”: Bueno. He cortado madera para 75 ventanas.
Yo: Yo he ido a Ibi a pie.
Q: Es más importante cortar madera para 75 ventanas que ir a Ibi.
Yo: Sí “quefe”, claro...
Q: Voy a entrar la madera a casa.
Yo: “Quefe”, la olleta está helada y hecha un grumo...
Q: Veo que los guardabarros no están limados.
Yo: La olleta, “quefe”. Debe estar de puta madre. Son las cuatro y...
Q: 75 ventanas hechas en una mañana. Esto es una mascletà. Me he ahorrado doce reales y medio.
Yo: Sí, pero vienes lleno de virutas y mejor...
Q: ¡Voy a descargar!
Yo: Mudo (me veo obligado a colaborar).
Como todo llega, acabamos la descarga y subimos hacia la olleta. Antes, sin embargo, el “quefe” coge una toalla grandota y empieza a sacudirse en la misma cocina donde está la olla destapada, con una técnica nunca vista por mí. Como si fuera un miembro del Opus Dei flagelándose, la toalla va a la espalda, a la nuca, a la cabeza, a las barbas, al pecho, a los huevos. Con energía, rápidamente, rítmicamente. Mientras cumple el rito y llena la cocina con una nueva y deliciosa niebla, va diciéndonos el trabajo que ha hecho, valora la calidad de la madera, la disposición de los clavos, como irán las ventanas. Unas abrirán hacia la derecha (mierda) y otras de abajo a arriba.
Estamos en la mesa. La “quefa” me pregunta: ¿Te gusta la olleta? Y yo: sí “quefa”, sobre todo la de músico. (Olleta de músico es un plato típico de la comarca muy bueno). Alabo la olleta de la “quefa” porque soy un huésped pelotero, pero me parece que tengo una flauta de madera que se me deshace en la boca a virutas.
Tragada la olleta maderera gracias a las sacudidas flagelantes del “quefe”, empezamos la carga del cohete o coche. Al atardecer, ya estamos a punto de volver hacia la Marina. Cuando el “quefe” pone en marcha el motor para calentarlo, todos rogamos al santísimo de Altea, al de l’Alfàs e incluso hay quien saca del pecho una botella de hierbas y enjuaga abundantemente.
Calentado el supermotor del cohete, el “quefe” mete la primera marcha y salimos a la carretera general. Es un gran técnico y cambia las velocidades con rapidez increíble. Cuando pone la quinta, ya estamos en Xixona. La Carrasqueta, ni la hemos visto. Pensamos que se detendrá a comprar turrón porque la Navidad no está lejos. Es un deseo medio esperanza. Un anhelo profundo.
Cuarta velocidad y alentamos todos. Toma la superdirecta y Lorena se sube encima de la “quefa”, chafa a Mari Catúfols y, cuando el cohete coge la curva contraria, es la “quefa” la que, en sentido contrario, aplasta a Lorena y la Catúfols con las tres pulgas que lleva ésta. En la traslación, la “quefa” se deja una pernera del pantalón colgado en el manguito de la puerta de estribor y media nariz estampillada al cristal de la ventana de babor. Sale humo detrás debido a la fricción del culo de la “quefa” con el asiento, pero no hay reducción de velocidad.
Le pregunto al “quefe” si no huele a chamuscado y me dice que se trata del olor del vertedero de basura de Benidorm. Pues sí, ya estamos, lo veo allá abajo. Bajamos como el rayo y llegamos al Armanello. Como he pasado unos días maravillosos en el Mas de la Sopalma, dicho de otro modo Sopalmo, me veo obligado a invitarlos a cenar. Mi “quefa” particular se ofrece con cortesía.
Cuando ya hemos vomitado todos los venidos en el cohete y recuperado el color de las mejillas de arriba, el “quefe” me pide papel y rotulador. El mala leche, aprovechando que estoy jodido por el viaje y no mastico de cabeza, escribe “Mas de la Armanella, dicho de otro modo Armanello”, y me lo pone en la silla mientras estoy en la cocina. Comienza así la contra-réplica a la Sopalma y judías. Cabeza de hormigón.
Hacemos las paces y cenamos. Ellos se van hacia Altea. Bajamos para despedirlos. Pita el cohete camino arriba. Nada más subo a casa, el teléfono suena. Es la “quefa”:
¡¡¡YA HEMOS LLEGADO, GRACIAS AL SEÑOR!!!
Capítulo 6
Resumen de las historias que merced a búsquedas meticulosas descubrí en los alrededores del Mas de la Sopalma, comarca del Alcoià y subcomarca de la Foia de Castalla
En el Mas de la Sopalma no se dan cuenta de nada. ¡Che, de nada de nada! Ocurre que no hacen otra cosa que recoger peroles, cazuelas y toda clase de porcelanas como ya sabéis, polvo en abundancia, hierros oxidados, pulgas a bordo de la Catúfols, muchísimos granadinos que decían siaca a la acequia, bicicletas sin ruedas, ruedas sin bicicletas, alpargatas sin pies, casera enculada a menudo mostrando el viejo higo mientras hace como si recogiera nada, casero afeitándose nada, carro con ruedas que no ruedan y niños infinitos que se deslizan...
No saben lo que pasa en sus alrededores. De la Marina hemos llegado para descubrirlo y contarlo. Por ejemplo, si tomáis el camino fondo del Fred y a los 500 pasos, donde están las flores del lirio azul, volteáis hacia el sur hasta llegar al nogal, encontraréis una masía pequeña donde vive todavía, viejecita, la Bajoanna.
La Bajoanna había sido en su juventud más fregadora que el gallo de la pasión, y se pasaba por el higo con alegría y júbilo el 72% de los habitantes de la comarca. La abstención del 28% restante en cuanto a su higo, eran un 0,5% ignorantes (hoy dichos n/s: no saben no contestan) y el 27,5% restante correspondía a los que pasaban de higos. Que ya había, ya, no creáis. Pero como entonces no existía el MAGFC (Movimiento de Liberación Gay de la Foia de Castalla), pues hasta ahora nadie había prestado atención en tan elevada abstención.
La Bajoanna estaba toda solita en la masía, porque todos sus antepasados ya habían traspasado escurridos como limas a luchar por hacerse pajas bajo siete palmos de tierra. Parece que el erotismo congénito de la familia ya venía de lejos. Véase como el Alcoià también ha sido líder en esta materia.
Como la Bajoanna estaba siempre en la cama revolcón tras revolcón, día y noche, no tenía ni tiempo para hacer otra cosa, como por ejemplo, trabajar las tierras o recoger víveres. Así que empezó a pedir ayuda a sus amantes. Fueron generosos. Del 72 por ciento de amantes de verdad, un 15%, los más viejos y más chorra-flojos, se mantuvieron fieles a la Bajoanna. Uno trinchaba un conejo, el otro limpiaba el corral de su casa en favor de la Bajoanna y, a toda prisa, todos le llenaban la despensa.
Cuando la Bajoanna empezó a probar las viandas que amorosamente le llevaban los fieles, viandas cocinadas por ellos mismos, y que le llevaban directamente a la cama por aquello de no perder tiempo, pensó que se encontraba en el paraíso: ¡soy la reina de la comarca!, gritaba.
Es una gran putada esta vida, ya lo sabéis. Y a la Bajoanna le llegó cuando un chorra-floja, después de hacerle una sopita cubierta y cuando ella se la había tragado garganta abajo y estaba dispuesta al pago, le dice: Bajoanna, tengo un sobrino... que nunca lo ha hecho... él me lo pide... me llena la casa de lechadas... sabe por el demonio que yo vengo aquí... y si no te dejas que te lo haga... me amenaza que se lo dirá a mi mujer... quisiera que...
La Bajoanna escuchaba y el higo se le hacía aceite, harta ya de la gente de quinta edad: -Chorra-floja, ¿qué dices? Amor mío, ¡tráeme a tu sobrino! Lo haré por ti. Que entre a continuación. Y tú vete a casa tranquilo, ¡que yo sabiendo que es tu sobrino lo trataré a cuerpo de arzobispo! Ahora, sin embargo, ve a tu casa. ¡No quiero líos de tíos y sobrinos juntos! ¡Au!, que pase...
El sobrino pasó y se pasó, para que toda la mala leche que le quedaba después de lucir tabiques en ca su tío, embadurnó el hambriento higo de la Bajoanna y la preñó y enfadó.
Al sobrino le decían Tòfol.
Y a la hija de Bajoanna, Tofoleta.
“Tofoleta mamando y la Bajoanna fregando”, decían los vecinos masoveros excepto los de la Sopalma, que no se daban cuenta de nada. Los sopalmeros, a la suya: hierros, chatarras y herraduras oxidadas iban llenando la hierroteca del Mas. La maderateca también crecía con nuevas y viejas camas a punto de polvo para mantener el nivel mínimo habitual y clásico, brumoso, aromático y asfixiante.
Tofoleta iba haciéndose mayor, y antes de tener fuertes pinchazos en los riñones, ya había abierto su tienda particular, donde siguiendo la llamada del linaje dejaba a su madre como una monja pre-conciliar. La tienda de la soltera era una acequia en verano, la que se encuentra enfrente de la Sagra, y en el invierno el puente de la vía del tren que aún mantiene su virginidad terrenal. Quiere decirse que nunca ha conocido locomotora que humee. Como en verano las malas lenguas afilan más, a la Tofoleta le decían pendón de acequia.
Llegó que Tofoleta, cuando estalló como mujer, ya era una mujerzuela de aquellas que con un pedo se sacan la calza. A pesar de la acequia que hacía de desventaja, la competencia filial no era aceptada de buen grado por la Bajoanna, que veía descender el porcentaje del 15 al 3, mientras Tofoleta llevaba a la acequia o al puente al 75% del censo limpio total y comarcal. (Datos de la encuesta Fraga-Gallup Martín Villa, S. A.).
Cuando Fraga-Gallup-Martín etc. comunicaron a Bajoanna los resultados comPUTADOS, y una vez que se los sesentaynueveó a todos como pago y los condecoró con el collar VERDE PARRÚS, concluyó que la situación era grave, alarmante. Llamó a Tofoleta para remediarlo y le dijo:
-Tofoleta, hija mía, nosotras somos como los halcones. Necesitamos espacio vital. Y la comarca no da para las dos. Déjame a mí este terreno y vete hacia Alicante. No te faltarán gorriones para tragar, sea dicho con todos los respetos. Además, allí son bien emplumados. Si los compras por lo que valen y los vendes por lo que parecen, negocio seguro.
Tofoleta obedeció como buena hija que era y buena comprensible. Primero, sin embargo, se despidió del 75% del censo. Después cogió el autobús de la Alcoyana, hizo allí mismo tres pajas a dos estudiantes y un desdentado, y llegó a la capital de la nada. Al bajar, ya un hombrecito que llevaba sombrero con visera de condón charol y que iba diciendo: “¡Pensión ñora, pensión ñora”!, ensayó cogerle la maleta. Tofoleta no soltó nada, al contrario, con la otra mano le cogió los bajos y hizo una tortilla de dos huevos con perejil peludo. Se lo sirvió al hombrecillo de sombrero con visera charolada mientras éste se subía pared arriba.
Tofoleta vivió en Alicante de puta madre once años. Tuvo dificultades al principio porque no entendía el habla de los señoritos y porque le pagaban con letras de cambio que siempre eran protestadas. Pero pronto superó ambas dificultades. La primera, hablando poco. Esto le daba un aire misterioso encantador. La segunda, diciendo a los señoritos: “Lo siento, a tocateja o nada”.
Capítulo 7
Reanudación de la tarea aclaratoria de los hechos del Mas de la Sopalma
Mal. Pasan las elecciones generales, las municipales, nos dejan desnudos a los nacionalistas, jodidos a los pesaners, y en el Mas de la Sopalma ni se dan cuenta de nada. Cabezas cuadradas.
Quiere decirse que cuando estás jodido al máximo, cuando la moral está por tierra, cuando piensas que nuestro pueblo ya está perdido del todo... pues subes al Mas y encuentras que todavía puedes respirar y llenar los pulmones de aire nuestro, la nariz de polvo masero y las venas de nueva sangre. Y son el "quefe" y la "quefa" y la gente que para que hacen el milagro.
Entonces te llenas de vergüenza y recuerdas aquel dicho bíblico de "hombres de poca fe..." Nosotros hablamos de gente "quemada" cuando la tarea pesada de la lucha hace que perdamos compañeros. Y es porque no se detienen en el Mas de la Sopalma. Al menos, yo revivo.
Pero ahora hablamos del polvo. Ya sabéis que es la constante, la compañera fiel del Mas. Hoy por lo menos, al trasladar un frasco que había levantado en el estante de madera del baño, ha dejado la marca. Hasta aquí no me había dado cuenta de que todo tiene una dulce pátina polvorienta porque no había posibilidad de comparación. Por otra parte, he descubierto una máquina de esas que lo chupan aunque llaman "aspiradoras". Esto ha sido de madrugada. Me había levantado a mear e iba haciendo los dos kilómetros que separan el baño, medio dormido. En el viaje de regreso reflexioné sobre la maquinilla. Estaba plantada, apoyada en un rincón y con las tripas esparcidas por el suelo. Entre sueños le pedí: ¿cómo te llamas, chica? (adivinaba que era de tierras del norte). Y ella me dijo: me llamo "TORNADO". Y yo: chica, ¿qué haces aquí? Y ella: he venido a sacar el polvo del Mas de la Sopalma, dicho otramente del Sopalmo por mi "quefe" y mi "quefa", que, dicho sea de paso, en cuanto me vio se enamoró de mí.
Al oír esto de sacar el polvo del Mas, hice una risa tan fuerte y larga que desperté a Just, a Anna, a la "quefa" y al hijo de puta del Lobo, quien empezó a ladrar, y todos juntos, excepto la "quefa", nos pusimos a reír mucho al ver las pretensiones de la "Tornado".
Entonces le dije: chica, ¿sabes bien dónde te has metido? ¿De verdad crees que puedes sacar el polvo del Mas de la Sopalma? Mira, muchacho -me dijo ella-, yo soy una multinacionalera superespecializada que lo aspiro todo, todo, y no dejo nada de nada. Desde un pelo de Lobo hasta un elefante. ¡Soy garantía de futuro! Entonces, el hijo de puta del Lobo que conoce el campo de operaciones estalló en una serie de ladridos de risa que despertó a la masera y a cinco de los ocho hijos que tiene. La masera da orden a sus cinco hijos despiertos que se queden en la cama, y ellos se acurrucan en piloto. Sube la masera al piso de arriba donde viven los "quefes" y como ya sabe catalán y había oído algo de "polvo", entra diciendo: "Un porvo, un porvo". Choca con Just que bajaba cabreado y cuando estaban empotrados, Anna los encuentra in fraganti. Anna va a hablar con el masero y lo encuentra enjabonado y afeitándose, como siempre. Vuelve y retoma la escalera, choca con el Lobo y con la Mari Catúfols que iba escabulléndose, con la pareja encastada y ruedan todos hacia un estante lleno de hierros oxidados, lo tumban y, todos tosiendo y ahogándose, retornan hacia sus nidos con los pañuelos en las narices haciendo de mascarillas improvisadas.
Al romper el día, todo estaba en su sitio. El "quefe" calcinando, la "quefa" haciendo el desayuno y los invitados en la cama. De repente, un ruido como de abejorro despistado y topador nos despertó a todos: era la Tornado que empezaba la tarea. Sólo aclaró el desayuno, la "quefa" puso en marcha la maquinilla diabólica y se dispuso a sacar el polvo del Mas. Los invitados, bien jodidos, dejamos las camas creyendo que un enjambre de abejas nos pillaba entre las sábanas. Reconocido el ruido, fuimos a ver funcionar la maquinilla.
Cuando la "Tornado" atacó la primera baldosa de un rincón de la gran sala, ocurrieron los siguientes altibajos:
- a) La maquinilla se detiene a diez segundos. Había fundido los plomos de la Compañía Eléctrica Alcoyana.
- b) Reforzados los plomos, retoma la tarea desempolvadora y, al cabo de otros diez segundos, empieza a salir un humo sospechoso por la parte de abajo de la "Tornado". En este momento clave, le sugerí a la "quefa" que hiciera una distinción entre el humo y el polvo. La "quefa", naturalmente, no me hizo ni caso por lo de la costumbre polvorienta que incluso llega a que la gente de la Sopalma no sepa distinguir entre humo y polvo.
- c) La "Tornado" de la multinacionalera BRUN INC. CORPORATION empezó a toser y gemir, suelta dos soplidos y siete u ocho pedos y petó. Quiere decirse que se quemó y se transformó en una mierdecilla seca plastificada. Y chamuscada.
- d) Parece mentira.
- e) Inmediatamente antes de la disolución de la maquinilla, todos sentimos como decía: ¡Demasiado, demasiado! ¡Demasiado polvo, me ahogo! ¡¡¡S O S !!!
- f) La "quefa" se puso a temblar. Y decía: ¡fotris!, ¿cómo puede ser esto? Las maquinillas de la BRUN INC. CORPORATION son reconocidas en mi país como las más traga-polvos del mundo... ¡fotris! ¡fotris!...
- g) Todos los cables de la luz desaparecieron del Mas de la Sopalma, lo que dejó un ambiente como de achicharramiento sulfuroso, con pequeños fuegos que fuimos apagando con agua y meadas.
- h) Un inciso: las meadas hay que aclararlas. El Mas sufre de falta de agua porque está en el término de Ibi. Si estuviera dentro del término de Alcoy, ningún problema.
- i) Salvado el honor de la ciudad de Alcoy y de su término, debemos decir que el "quefe" subió escaleras arriba hecho un toro y le dijo a la "quefa": ¡ya me has dejado sin luz! Ya te dije que no encendieras la maquinilla de la BRUN etc.
- j) La "quefa" se había desmarcado y estaba en común.
- k) El "quefe" se dio cuenta de que los cables de la luz habían desaparecido y que el ambiente era sulfuroso y ahumado. ¡Milagro!
- l) El fin del mundo. No queremos escribir pornografía. A la otra. ¡Salud!
Capítulo 8
De cómo la Mari Catúfols hace el amor con un mocho húmedo delante de todos y el consejo del país reelige al ilustre presidente del Conseco
Tenemos un amigo en Benidorm, pescador él, que cuando está jodido (lo está la mayor parte de su vida) dice: ¡qué pena tengo de vivir! Pues bien. Ocurre que cuando nosotros estamos jodidos de ver qué hacen en el CONSECO DEL PAISITO Y OLÉ, debemos decir lo mismo: ¡qué pena tenemos de vivir! Llega que el señor presidente del Conseco se va a París de la Francia por eso de aclarar que la paella es valenciana y no catalana, y dice que "entre naltros, nosaltres y mosatros" prefiere "nosotros". Y el señor presidente es abogado. Abogado de margen como decimos nosotros. El señor presidente no sabe qué es un margen. Él ya dijo en Xàtiva que "toda piedra hace pared". Pues así será el país, porque la verdad es que nosotros siempre hemos dicho que "toda piedra hace margen". Y en Xàtiva, por abril de 1978 tuvimos que engullirnos las vacías palabras que nos soltó. No piensa, como buen valencianero que es, que así ni piedra ni pared habrá. Habrá una mierda seca.
El señor presidente debe salir por la puerta falsa del Palau de la Generalitat (¡ay! ¡cruel historia!), porque los fachas lo acojonan.
El señor presidente, al volver de París de la Francia, fue bombardeado con huevos (¿no tiene, él?) en el aeropuerto, a pesar de que su actuación en París fue de lo más botiflera, castellana, centralista y humillante para al pueblo valenciano. Los cuatro fachas, en el aeropuerto, también le hicieron salir por la puerta falsa. A veces los fachas tienen razón.
El señor presidente que padecemos otra vez en 1979, por el mes de junio, es como el mocho de la MARI CATÚFOLS.
¡¡¡QUÉ PENA TENGO DE VIVIR!!!
La Mari Catúfols se pasa por la piedra el mocho varias veces al día. Hay una aclaración: el mocho, como el señor presidente, es un instrumento o aparato que consiste en un palo de plástico amorfo, vacío, no conductor de la electricidad ni del calor, ni de nada de nada de nada. En un extremo del palo hay como unas hilachas hechas de materia textil con cordones absorbentes (esto es propiamente el mocho). Las mujeres y los hombres (estos cada día más) lo emplean para lavar el suelo de las cámaras. Lo meten en un cubo lleno de agua con detergente y, pasada va pasada viene, dejan el suelo deslumbrante como dice TVE de Madris. Como un sol.
Después se deja el mocho encima del cubo, una vez escurrido, y es en este preciso momento cuando la Mari Catúfols comienza su programa erótico. Ya sabéis que la Mari era un misterio en cuanto a la cuestión de su sexo: que si hembra, que si macho, que si travesti... Ya hemos hablado en capítulos anteriores de las dudas del "quefe" y los visitantes del Mas. La "quefa" siempre defendía que Mari era hembra. Y lo defendía con coraje.
Pues, sin entrar a polemizar con la "quefa" ni puñetas, debemos decir, por motivos de honestidad narrativa, cuál es el comportamiento de la Mari Cangilones con el señor presidente-mocho amorfo y mal conductor vacío, etc. Veis, veis...
Como queréis que una de las veces que me aproveche de la conocida hospitalidad de los "quefes", me subo al Mas de la Sopalma por aquello de huir de la costa de la Marina sur donde, a veces, el ambiente es asfixiante. En el Mas, soy tan bien recibido como de costumbre (son cojonudos). Es por la tarde y el “quefe” no para un segundo. Cenamos, charlamos y ellos se acuestan porque están agotados por la lucha contra el polvo. Me jodo porque soy un noctámbulo. Me quedo solo, calla la tele, la radio, leo las revistas de pecado clásicas en el Mas y hago la cama. De camino hacia la habitación, veo dos mochos en tierra que formaban cruz. Cuestión bien extraña -pensé- porque la "quefa" es muy ordenada. ¿Qué cojones hacen los dos mochos en el suelo? Los puse en sus lugares respectivos y me acosté preocupado. La casa es tan grande que un fantasma sería imposible de localizar.
Al día siguiente a mediodía quedó aclarado el misterio. La "quefa" cogió el mocho y el cubo y comenzó el trabajo de lavar el suelo. Mochada por aquí, mochada por allí, iba despolvando el 6 por ciento del polvo habitual en el Mas. Mari Catúfols, desde un rincón, iba siguiendo las pasadas de la fregona con un interés creciente. Hasta que cambió unos ojos como dos fuegos, brillantes con reflejos metálicos, y acurrucada miraba como disponiéndose al ataque. Pensé que los movimientos de la fregona la incitaban a jugar a la caza, como lo hacen todos los gatos. Mari saltaba y seguía los movimientos de la fregona que tan hábilmente llevaba la "quefa". Se hacía camello y después lagarto. La tarea desempolvadora continuaba al 6 por ciento y la "quefa" y yo ríe que ríe al ver a Mari con los ojos encendidos haciendo posturas ridículas hasta que la "quefa" tuvo que ir a la cocina y dejó el mocho encima del cubo. Entonces, Mari Catúfols, haciendo un bote de langostino, tiró el mocho en el suelo y, mordiendo las hilachas cercanas al mango, se abrió de piernas y empezó a hacerle el amor, a cardar, a joder la parte baja de la fregona. ¡Ostia! (pueblo de Italia). No lo contaría si no existiesen testigos de confianza. La capacidad orgásmica de Mari Catúfols es descojonante -nunca mejor dicho- y en un santiamén llenó la sala de manchas extensas de materia viscosa que iban escaleras abajo lubricando los peldaños. El "quefe", que estaba trabajando bajo, tuvo necesidad de un berbiquí para agujerear los trescientos marcos que había hecho. Entonces, y corriendo como de costumbre, enfiló los primeros peldaños sin novedad porque lleva siempre alpargatas de esparto e iban absorbiendo el líquido molesto, pero a mitad de escalera las alpargatas no pudieron más y el "quefe" resbaló y rodó escaleras abajo cagándose en la madre que había parido a la "quefa". Como de costumbre. Porque pensó que ella había roto la garrafa secreta que tiene para plastificar monstruos de esculturas que hace, como por ejemplo, el Felipe Quinto, de mala memoria.
(Escrito en 1978-1979)
Más desbarajustes en el Mas de la Sopalma
Había pasado mala noche. Una noche de esas que sin saber por qué, no coges el sueño. Vueltas y más vueltas en la cama y calentamientos de cabeza. Y como en todo momento ves en la TV gorriones que te hablan de visiones paranormales y conjuras y contra normales, pues enseguida pensé: -¿serán los astros que la llevan urdida y me han hecho una conjunción maléfica? ¿Me habrá llegado alguna maldición del señor Borrelson? Y a punto estuve de coger el teléfono y consultar a Rappel, un famoso televidente muy de moda que por cuarenta o cincuenta mil duritos te deja para comulgar si llamas al numerito que anuncia en TV, periódicos, bandos, etc. En definitiva, no me decidí, gracias al miedo que le tengo y la factura de Telefónica más que otra cosa, y porque hay que afrontar estas angustias cara a cara. Claro que me hace falta añadir que, como estoy un poco sordo, debo repetir las conversaciones telefónicas palabra por palabra y este es el verdadero motivo de que mis facturas telefónicas se suben a las nubes. Digo todo esto porque estas líneas las tiene que leer, probablemente, el quefe. Y como conoce mi defecto (e incluso lo exagera con mala baba), no quiero que luego comience la coña marinera y haga chistes fáciles de mi desgracia. Que me lo conozco. Una previa: de ahora en adelante, cuando leáis "quefe", que sepáis que quiero decir Antoni Miró, el cabezota, el colono del Mas de la Sopalma. Le podría añadir ahora mismo una sarta de calificativos muy airosos, pero, de momento, que se toque los cojones.
Como iba diciendo, la noche fue fea. Harto de cama, que estaba arrugado con las sábanas hechas nudos, lo abandoné en un estado de ánimo horroroso. Mi compañera, al sentirme refunfuñar, intentó reconfortarme con cuatro cariñitos que no tuvieron ningún éxito. Y se ve que le sentó mal el fracaso, porque me dijo: - ¡Me voy a casa del vecino a que me lo haga de urgencia, mariconazo! Y salió de casa pegando una portada de mil demonios. La verdad, me supo mal la portada porque el trueno que hizo despertó al vecindario de la calle Cervantes, donde vivo. Todo hecho, hizo que me sintiera deprimido. Me di cuenta de que para salir del pozo en el que iba cayendo necesitaba distracción inmediata, alegre, optimista, alentadora. Fui a la cocina, me hice un zumo de naranja, un café, me apoltroné y, cogiendo el mando, le di marcha a la tele. Eran las 7 AM que, como sabéis, significa eso mismo. Cuando la pantalla de la tele fue blanqueándose, una imagen borrosa tomó cuerpo: -Es Charlot el del bigote, pensé emocionado recordando tiempos infantiles y prometiéndome una sesión de humor fantástica. Pero el personaje iba arriba y abajo sin el garrote ni el bombín. Tampoco había ninguna doncella indefensa, ni ningún tren o auto a punto de pisarlo. Lo encontré extraño. Entonces aumenté el volumen de la tele unos 2.000 decibelios para sentir algo y... ¡¡xaf!! ¡El descalabro! ¡Un tipo iba diciendo que las elecciones generales se adelantaban y que Charlot tenía las de ganar! Entré en calor. Y, al salir, fui a casa del vecino para rescatar a mi compañera. Ya había terminado y estaba poniéndose la media de la pierna izquierda, lo que consideré como un mal augurio, porque usa ligas cuatribarradas que le compré en Los Encantos. Tenía la cara como un tomate y los ojos le parpadeaban como los faros marinos. Me miró para decirme: - Pareces un cadáver. ¿Quién ha muerto?
Así, pues, ¡la noche terrible había sido un funesto presagio! Sólo de pensar en la paliza de la campaña electoral, mil tambores me repicaban dentro de la cabeza. -Ahora no podré ni ir al bar a tomar un café tranquilo, pensaba. Ni leer un periódico, ni ver la tele (que ya había apagado). Porque sabía por experiencia que en estos casos no se puede contar ni con los amigos, la mayoría contaminados de estatalidad imperial galopante, enfermedad irrecuperable. Entonces hice víveres para tres meses y me encerré en casa. Desenchufé la tele y la radio por si acaso apretaba el botoncito on maquinalmente y me venía encima la plaga, que, como sabéis, no descansa ni de noche ni de día, ni desayuna. Aligerado, revolví los estantes para elegir los libros que aún no había leído, me los puse al alcance encima de una mesita cerca de la poltrona en compañía de cacaos, tostados, altramuces, bebida, etc. -¡No me joderán!, casi que grité disponiéndome a hacer unas añoradas vacaciones espirituales.
El primer error fue consecuencia del dolor de cabeza, que no soltaba lo más mínimo, porque la mentalización ya sabéis que es lenta en toda circunstancia y yo todavía iba lleno de supuestas consignas electorales. Decidido a tomarme una aspirina registré a fondo el botiquín. En vano revolví preservativos caducados, supositorios, etc. Nada. Había que hacer una salida rápida hacia la farmacia de Els Poblets, que es donde vivo. Nada más crucé la calle, ya tenía dos amigos acosándome a gritos: -¡Che, amigo! ¡Hay que prepararse! ¡Las elecciones! ¿Lo sabes que las han avanzado? ¡Virgen! ¡La tele va a cien por hora! ¡El señor Borrelson dice que arrasarán!
Cuando llegué a la puerta de la farmacia ya éramos quince. La farmacéutica iba eufórica, excitada, no me hacía caso mirando la mini-tele que había puesto en el mostrador para no perder baza. -Escuche, quiero aspirinas, le dije. Ella, sin apartar la mirada del aparato, abrió un cajón y dejó sobre el mostrador un diafragma. Pero dándose cuenta del error, lo escondió rápidamente y metió mano en otro cajón, registrando a ciegas. Yo no pude evitar hacer una mirada a la mini-tele en el momento en el que aparecía la Tocino. Templé todo como un buey y, del golpe, retumbó el mostrador de madera donde me había apoyado -¿Qué quiere?, me dijo la farmacéutica con cara de perro creyendo que me había impacientado. Pero yo no había cogido su intención y con el cerebro en posición unidireccional hacia los tocinos virginales de la Tocino le dije: -¡Condones! Me sirvió con una sonrisa y ya no osé decepcionarla, volviendo a casa sin aspirinas, con el mismo dolor de cabeza y con unos utensilios carísimos que no me hacían ninguna falta. Y los amigos, que ya eran veintitrés, pegados a mí como lapas y dándome la tabarra.
El segundo error fue consecuencia de mi incapacidad para resistir la contumacia de los amigos. Me acompañaron a casa y me torturaron con sus repeticiones de los eslóganes que ya se anunciaban por la radio. En vano les hablaba de mi dolor de cabeza. Y al abrir la puerta, se despidieron diciéndome que volverían hacia la tarde para hacer un análisis extenso y preciso de la situación, bien provistos, eso sí, de transistores -yo les había dicho que mi radio y mi tele se habían estropeado por una subida de tensión- y de una tele portátil. Mis argumentos en contra de la invasión fueron débiles, inconsistentes y, además, ya no me salía ni la voz. -Hasta la tarde, me dijeron antes de que yo pudiera cerrar la puerta de forma violenta en un último esfuerzo para evitar que, como podía leer en sus rostros, empezaran la sesión de forma inmediata. Entonces, a tumbos, me dejé caer en el sillón. Perdido. Angustiado. Con el cerebro lleno de consignas, eslóganes y carteles y otras paridas electorales. Pero... ¿de dónde venían esas imágenes si a duras penas podía divisar la tele? La cabeza me hizo un frenazo. ¿De dónde? ¿De dónde venían? Y como al famoso profesor Franz de Copenague del TBO, se me encendió la bombilla milagrosa: yo había sufrido unas elecciones, las primeras, ¡¡¡en el Mas de la Sopalma!!! ¡Hacía muchos años! Y ahora recordaba que no nos fue tan mal, que nos lo pasamos pipa, como dicen los jóvenes de ahora. Que nos reímos bastante, a base de pajas almendradas, masoveras bacorosas, etc. ¡Redell, qué seta! que dicen los alcoyanos. ¡Qué tiempos! Fui recordando con añoranza el Mas, el colono cabezota, la valquiria que estaba más buena que el pan con azúcar, etc. Y reviví. La cosa no ofrecía dudas: había que subir al Mas de la Sopalma ipso facto, que quiere decir a toda prisa, a piernecitas me valéis, ¡a todo gas! El entusiasmo me ahogaba.
Cuando me serené un poco, me abrumaron las dudas: después de tantos años, ¿qué sería del Mas de la Sopalma? ¿Se habría hecho ruinas después de la embestida del autobús? ¿Y el masovero cabezota? ¿Se habría hecho del partido del Gossondo Lirondo? ¿Habría azulado las banderas que tenía en las vidrieras? ¡Redell, qué dudas más angustiosas! Si tuviera buena oreja llamaría al "quefe" y saldría de dudas, pero el demonio de chicarrón tiene una voz que te hace llorar, porque cuando habla le sale un hilo de voz que parece que dice las últimas palabras, que se va hacia al otro mundo. No tenía más alternativa que arriesgarme haciendo el viaje a tumba abierta si quería librarme de la plaga electoral. ¡Y rápido! Porque el personal de Els Poblets era capaz de atacar en cualquier momento sin previo aviso.
Sin embargo, tenía que prepararme para el viaje. Y prepararme a fondo, para que tanto el viaje como la estancia en el Mas no fueran basura de río. Así que, dado el hilo de los recuerdos, lo primero que me llegó fue la polvareda constante, la niebla permanente que llenaba cada rincón del Mas. A continuación, fui a la ferretería del pueblo escondiéndome de los enemigos y compré media docena de mascarillas filtra-narices de esas que usan los pintores. En la misma ferretería, al ver aerosoles contra ladrones, compré dos pensando en el ejército de perros asesinos que siempre había en el Mas y que, amenazantes, no te dejaban pasar por el camino de acceso. En caso extremo también me serían útiles para rechazar los ataques de la libidinosa masovera bacorera. Asimismo, me proveí de un sombrero de ala ancha para protegerme la cabeza de la palomina que llovía constantemente tanto fuera como dentro de la casota y también de un casco de motorista reforzado para defenderme de los ataques del Ausiàs, hijo del quefe, de la misma madera, que según me habían dicho, forastero que llegaba al Mas, forastero que sufría sus agresiones en forma de lanzamiento de toda clase de objetos pesados como morteros, mazas, trozos de mármol y de metal de las esculturas de su padre, etc. Su padre lo tenía bien aleccionado, porque siempre le decía: -¡Tírale a la cabeza que no cojee! Y el angelito le obedecía. Por eso el casco era imprescindible en aquella casa, familia incluida, porque de vez en cuando el angelito erraba la puntería o se revolvía contra sus padres en caso de insubordinación. Sus ataques eran imprevisibles. Me decía un amigo que los visitó hacía poco que cuando el quefe y la quefa estaban en la cámara para hacer pecados, se podía oír: ¡Cloc! ¡Cloc! ¡Cloc! Eran los cascos que tocaban a ritmo de samba. También cabía que confundieran la campaña de "póntelo, pónselo" con la de la Dirección General de Tráfico referente a las motos, y como son de tierra adentro, a saber dónde se los ponían, los cascos. Haré para averiguarlo.
La cosa es que llené un saco de marinero con estas cosas que he dicho y muchas más que se me haría largo de explicar, todas necesarias, como por ejemplo, comestibles para una mesada pensando en el hambre que la valquiria nos hacía pasar. Ilusionado para reencontrarme con el personal del Mas de la Sopalma, liberado astutamente de la plaga electoral, puse rumbo a la autopista A7, que como sabéis significa "soltar la cáscara para el 7 que le hemos hecho al bolsillo e ilustres borregos de los Países Catalanes". Y es que, en cuestión de peajes, siempre vamos a la cabeza, para mayor gloria del señor Borrelson, actual ministro de Obras Públicas y Nosequemás, que dice que soy catalán, pero no ejerzo, cosa que desde que la oí me lleva enfrascado. La señalización vial no sé si es cosa de Borrelson, porque no quiero cargar contra él injustamente, pero el caso es que en lugar de salir hacia Alcoy -donde a los pimientos dicen judías- llegué a Murcia. Seguramente esto mismo le pasó al rey Jaume cuando bajó del norte. Los castellanos dicen que aquellas tierras les pertenecían y el rey se las dio. Desde entonces no han parado de rapiña. Nihil novum sub Borrelson!
Vaciado de bolsillos por parte de los quiosqueros de la autopista -que si no vigilas te la pegan con el cambio-, cogí la carretera montañosa, después de hacer 500 kilómetros inútilmente. Pero, confiando en la proverbial generosidad de Miró Co., no me angustió. Al subir Carrasqueta arriba, fui contando y anotando las curvas de la carretera para ver si era verdad que el mencionado señor Borrelson había suprimido el 50% en cuanto se hizo cargo del ministerio, según lo dicho en un discurso en La Pobla de Segur antes de naufragar en una balsa, cuando el poste del timonel se le empotró bajo las partes y así disparado como un misil intercontinental agua-agua. ¡Mentira puñetera! ¡Estaban los mismas curvas que cuando Almansa! Y es que el señor Borrelson no suelta un duro en los Países Catalanes de miedo que le tiene a su colega Rodrigues de La Barra.
El último tramo del viaje fue emocionante. Recordaba viejos tiempos, también electorales, pero cargados de ilusiones. Cuando volví a la izquierda para entrar en el camino del Mas, un camión que me venía detrás y que acababa de entrar en la rasante sin visibilidad que tiene preparada el quefe para los incautos me dedicó expresivos saludos a la familia en forma de claxonadas. Y sólo hice veinte metros del camino con el cristal de la puerta bajado para disfrutar de los aromas de la sierra, el primer perro asesino atacó a fondo arrastrando una cadena como de barco trasatlántico. El estruendo retumbó por las sierras de los alrededores. La puerta izquierda de mi desgraciado cochecito quedó hundida y por el retrovisor vi la manga zurda de mi anorak -comprado en Ámsterdam y en florines después de la enésima caída de la pela- entre los colmillos amenazantes del bicho que se esforzaba por romper la cadena y acabar con los restos. Pero, recordando la vieja consigna de "però nosaltres al vent!..." -pero nosotros al viento!...-, aceleré decidido y valeroso hasta la puerta del Mas. Esperaba que el ruido pavoroso del choque hubiera revuelto la casa y la familia en pleno saldría a la calle para auxiliarme. ¡Vanas ilusiones! La puerta estaba cerrada con las siete cerraduras de siempre y sólo se sintieron los ladridos del ejército canino que se habían pasado la consigna de muerte de uno al otro. Dentro de casa, ni movimiento. Me deslicé del coche por la puerta sana, hice toques y retoques en la puerta del Mas y repiqué la campana de alerta máxima que el quefe tiene colgada en la fachada. Los perros parecían demonios de Tasmania, pero nadie más daba señales de vida. Pensé que la familia estaría de viaje, tal vez en Alcoy, diciendo judías a los pimientos.
Entonces pensé en la entrada secreta del Mas de la Sopalmo. Se trata de un alcabor (los datos que doy son falsos, naturalmente) que nace cerca del río y que sale al patio interior donde estaban los establos. Es de los tiempos de Pinet, el famoso bandido de la Marina, que según cuenta Enric Valor, al verse acorralado en la orilla, se subía con sus colegas que de costumbre cobijaban el Mas de la Sopalma. Por eso la masía tiene mala fama y hay coraje para sobreponerse a la aureola tenebrosa que la rodea. Incluso Isabel-Clara, nuestra amiga, dice Mas del Diablo, merecidamente. Después, el quefe habilitó el alcabor como salida de emergencia del personal en caso de ataque de los escuadrones del Ministerio de Hacienda que operaban a las órdenes del señor Borrelson, cuando el ministro Gurrutxaga haga quebrar el estado inquebrantable. Así que fui hacia el río. Dos perros mastodónticos, provistos de mascarillas anti-gases, guardaban la entrada al alcabor, tapada por una losa cubierta de zarzas. Pero me acordaba de la consigna y sermoneé a toda voz, inflando las mejillas:
Soy Gossondo Lirondo,
el rey del azul.
Si me tocas el reino,
La pilila me cae.
Nuevas glorias ofrenda
en la corte central,
y le llevo naranjas
y algún gargajo.
Y me solté dos eructos y un pedo. Entonces los perros, reconociendo la autenticidad del personaje, aullaban, se pusieron boca abajo y, cola entre piernas, pidieron clemencia. Lo aproveché alzando la losa y entrando al alcabor secreto. Oscuridad absoluta. Haciéndome luz con el encendedor fui adentrándome rumbo al norte hasta que encontré el interruptor de la luz que compró el quefe a un trapero que los vendía a duro la docena. La luz me permitió ver el magnífico estado de conservación del mobiliario que utilizaban los jugadores de naipe en tiempos de prohibición: mesas de tapete verde, ruleta, fichas, ábacos, etc. También cuatro camas perfectamente vestidas de cuando el quefe hacía el pendón antes del ocaso definitivo a raíz de las primeras elecciones.
El caso es que cuando empujé la losa de entrada al Mas de la Sopalma, no encontré los establos. Ni la polvareda. Ni la palomina que antes lo impregnaba todo. ¿Habría desviado el quefe la alcabor hacia otra casa vecina? Con cautela fui inspeccionando aquel salón inmenso, limpio, lleno de cuadros bellísimos. Y otro, y otro, y más. Sólo podía reconocer el Mas por el envigado, ahora pintado con cuidado y reluciente y por los arcos elegantes tan bien conservados. Y por la autenticidad de las pinturas. Cuando fui de frente a mi añorado cuadro de Las lanzas, me harté, como de costumbre. Ahora ocupaba el centro de una sala. Es como el buque insignia de la flota. Un peso pesado. La esencia de nuestra historia. El grito permanente. Incómodo para algunos, revolvedor para otros. No recuerdo cuánto tiempo pasé extasiado entre tanto arte. Pero sí que recuerdo que me sorprendió un tufo maloliente. ¿Cómo podría ser en un Mas tan limpio? ¡Y es que tenía delante el cuadro del vertedero de San Pascual!
Pero, ¿y el quefe? ¿Estaría durmiendo desde las primeras elecciones democrático-inorgánicas? Efectivamente, me lo encontré en su cuarto, tostado y espatarrado como una rana con el casco puesto y soplando como un delfín. Era un buen síntoma. No había cambiado en absoluto. Hacia las seis de la tarde, hora de comer en el Mas de la Sopalmo, compareció una novia que dijo:
-¡SoylaSofitúdebesserCarleselenemigodeTonicocomoestásvoyadespertaraToniy comeremosAusiàsvendrápronto!
En dos décimas de segundo. Pero como sonreía dulcemente, no me asusté. Después de tres viajes más de Sofi al cuarto de los cloc cloc, el quefe empezó a bajar por la escalera. Refunfuñaba: hemos, hemos, hemos, lamadrequeva!... Al verme, me insultó groseramente rematando con: -¡judías, judías!- que sabe que me jode mucho. Entonces cojo el teléfono y llamo al señor Gossondo Lirondo Bocatorcida. La conversación fue así:
-El señor G. L. Bocatorcida?
-(Eructo) Yo mismo (pedo).
-Oiga, tenemos una discusión filológica...
-Haremos la filarmónica al ganar las elecciones.
-Enhorabuena. Pero quería saber si son pimientos como decimos en Benidorm o judías como dicen en Alcoy.
-Fuera de catalanismos. Se dissen pemientos. Garantizado por la Hacademia. ¿Pemientos, sabe? ¿Me van a votar?
-En la cosecha de las algarrobas, señor Bocatorcida. ¡Adiós!
-¡Te pillé! ¡Demonio de catalanistas! Se disse adiós, redéu.
El quefe estaba negro viendo las judías en peligro. Pero enseguida cogió a Sofi y le decía hiel y tocino. A las siete comimos. Una comida de las que no se conocían en el Mas de la Sopalma desde los tiempos de Pinet. La Sofi es tan rápida hablando como exquisita cocinera. También hay que decir que Ausiàs se ha hecho pacifista, no tiene que temer nada más que cumplidos a los forasteros. La cena al amanecer, aunque fue mejor. Luego, la Sofi me dijo:
-Eltonisearrugacomoungarbanzoyyoledigoquesetienequehacerestirarlapielcomo SaraMontielsobretodoladelcacahueteaversirevive.
El quefe empezó de nuevo a reñirle. Entonces yo le sonreí, y Sofi porque no tiene quien la defienda y porque conviene hacer la pelota a la dueña de la casa para tener siempre la puerta abierta. De las elecciones, ni hablamos. Soy feliz. Sólo echo de menos la casera bacorera. Pero no se puede tener todo, ¡qué caramba! Volveré junto al mar cuando se acabe el periodo electoral. Añorando Las lanzas y su entorno, naturalmente.
* Nota del traductor. Galifiante: en nuestra habla, elefante elegante que llega a infante borbón.